EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por J. M. Pasquini Durán
George Walker Bush, de 61 años, es hijo, nieto y hermano de políticos, profesa la religión metodista, obtuvo la licenciatura en Letras de la Universidad de Yale y la maestría en Administración de Empresas de Harvard Business School, contrajo matrimonio con Laura Welch, ex profesora y bibliotecaria, y tuvieron dos hijas mellizas, Barbara y Jenna. Es el 43º presidente de Estados Unidos, electo en enero de 2001 por el Partido Republicano, al que adhieren todos los políticos de la familia, cuyo mandato vence en enero de 2009 porque fue reelecto en 2005, cuando el electorado no se reponía del impacto que provocaron los atentados terroristas que tumbaron las Torres Gemelas en Manhattan y estrellaron otro avión en la sede del Pentágono. GWB fue gobernador durante dos períodos del estado de Texas y piloto de aviones de caza F-2 para la Guardia Nacional texana, pero se retiró a tiempo para no combatir en Vietnam. El resto de su vida la dedicó a los negocios en la industria petrolera y en el deporte profesional, mientras ascendía en el escalafón partidario alentado por la extrema derecha de los republicanos. Hasta hoy se repiten las acusaciones de que ese primer mandato presidencial lo obtuvo mediante el fraude cometido en el estado de Florida que gobernaba su hermano Jeb y la reelección gracias al espanto generalizado.
Aunque en la campaña electoral del año 2000 se definió como “conservador compasivo” y ayer en Brasil volvió a destacar el valor de la compasión en la mirada norteamericana sobre América latina, lo cierto es que las políticas esenciales de su gestión han tenido mucho de conservadoras y nada de compasivas. El catálogo completo de evidencias excede el espacio disponible para este recuento, pero alcanza con la enumeración de algunos actos emblemáticos, como las invasiones militares a Afganistán y a Irak, que han sido repudiadas en casi todo el mundo, incluso por el electorado estadounidense que le quitó la mayoría y se la otorgó a los demócratas en el Congreso. También rechazó el Protocolo de Kioto que compromete a los países firmantes a reducir las emisiones de gases y detener el efecto invernadero, cuando todas las opiniones expertas están mostrando las consecuencias dramáticas del calentamiento global, entre ellas los cambios de clima que han devastado incluso áreas de Estados Unidos como Nueva Orléans. Bush opinó que esas limitaciones podrían perjudicar la rentabilidad de los negocios en su país.
Su mayor propuesta para América latina fue ALCA (Asociación de Libre Comercio de las Américas) y logró firmar tratados con México y países centroamericanos, pero el rechazo popular en la zona y la firme posición de los países del Mercosur en la reunión cumbre de Mar del Plata, en octubre de 2005, sumado a la negativa de los demócratas y de algunos republicanos a rubricar esa política porque disminuía la oferta de empleos en Estados Unidos, terminó por desarticular el proyecto. En el Capitolio aún están cajoneados los acuerdos con Perú y Colombia, los dos gobiernos más cercanos en la región a la Casa Blanca. En la economía norteamericana, Alan Greenspan, legendario ex titular de la Reserva Federal, acaba de advertir que a fines de este año comenzarán a percibirse señales claras de recesión. Lo cierto es que ya aumentó la pobreza –el salario mínimo acaba de ser elevado después de diez años de congelamiento– y las tasas de desempleo han bajado, pero el motivo real, según destacaba ayer la cadena CNN, no es porque aumentó el empleo sino el número de “desocupados desalentados”, que ya no buscan trabajo y por lo mismo dejan de figurar en las estadísticas. En nombre del contraterrorismo canceló derechos civiles y políticos que eran motivo de proverbial orgullo para todos los que destacaban a la democracia norteamericana como el mejor ejemplo de Occidente.
El mexicano Carlos Fuentes (Contra Bush, ed. Aguilar) escribió: “Después del 11 de septiembre de 2001, la América latina ni siquiera es patio trasero. Es sótano de los olvidos”. En ese mismo texto, recordaba la arrogancia política del presidente norteamericano, capaz de afirmar que su país es “el único modelo superviviente del progreso humano”, en tanto que su canciller, Condoleezza Rice, la señora Arroz como la nombra la prensa de izquierda en Uruguay, aseguraba que los Estados Unidos “deben partir del suelo firme de sus intereses nacionales” y olvidarse de “los intereses de una comunidad internacional ilusoria”. Noam Chomsky, el lingüista de fama internacional y crítico implacable de las políticas imperiales norteamericanas, para referirse a las relaciones de la Casa Blanca con el terrorismo invoca una historia que atribuye a San Agustín. Un pirata es capturado por Alejandro Magno, quien le preguntó: “¿Cómo osas molestar al mar?” “¿Cómo osas tú molestar al mundo entero? –replicó el pirata–. Yo tengo un pequeño barco, por eso me llaman ladrón. Tú tienes toda una flota, por eso te llaman emperador” (Piratas y emperadores, ed. B).
El Bush de las “guerras preventivas”, el que se comía el mundo está en uno de sus peores momentos, el de la declinación sin remedio, porque ya está de salida y no puede, como Menem, hacerse de un tercer mandato. Peor aún: aunque pudiera no lo conseguiría porque su popularidad cae como una piedra por la ley de gravedad. Así, decidió bajar al “sótano de los olvidos”. Viene por una revancha del fracaso en la Cumbre de Mar del Plata, pero ya es imposible. Excluyó a Argentina de su gira, tal vez por el mal recuerdo, pero el presidente Néstor Kirchner debería agradecerlo: no tenía nada para ganar y encima debía preservar el orden contra las inevitables protestas populares. En pleno año electoral hubiera sido lo más parecido al abrazo del oso. Los mitines de repudio se encienden en toda la región, probando que la memoria no está perdida y que el antiimperialismo no es un sentimiento muerto, como algunos otros dogmas ideológicos, aunque hoy su vocero más sonante y tonante sea un militar nacionalista, petrolero y militante de la integración regional en la Patria Grande. El venezolano Hugo Chávez, principal orador invitado de las Madres de Plaza de Mayo a un “acto antiimperialista”, anotó bien que Bush “acaba de descubrir la pobreza en la región más desigual del mundo; ahora le falta asumir la propia responsabilidad por la injusticia”.
Algunos de los países elegidos por la diplomacia de la señora Arroz tienen más que nada valor simbólico. En Uruguay el diablo quiere meter la cola, a ver si consigue un precio para separarlo del Mercosur. Colombia es su principal aliado en la región y está pasando por un momento difícil, ya que la alianza de políticos y legiones paramilitares que asesinan campesinos le costó el cargo a la canciller de Alvaro Uribe. En Guatemala tratará de influir para que las elecciones presidenciales de este año no terminen girando hacia la izquierda y en México quiere respaldar a un presidente amigo que carga con la acusación de fraudulento y un “libre comercio” que irrita a los productores mexicanos, y allí Bush deberá explicar lo inexplicable de su política de inmigración y de la valla que está construyendo en la frontera norte de América latina. Para el viaje trajo la cara de “compasivo” y comprensivo y unas sumas miserables de “ayuda” contra el analfabetismo y la pobreza, en especial si se las compara con los gastos militares de la “flota del emperador”. Como bien señaló el presidente brasileño, la ayuda verdadera no es donar dinero sino invertir en producción y empleo, para que cada latinoamericano pueda pagarse sus propias vivienda, comida, educación y salud.
Lula da Silva señaló también, delante de Bush, que ningún acuerdo comercial o financiero, en esta época del mundo, puede ser sólo económico, sino que es ante todo político y que, por lo tanto, hay que ser muy prudente, para no preparar la mesa antes de tener la comida lista. De paso, le recordó que todos saben que en este juego, lo mismo que con fulleros, cada uno reserva un as en la manga. Brasil es el primero y quizás el más importante de los contactos que hará el presidente de Estados Unidos en esta gira, pese al compromiso reconocido y reiterado del gobierno de Lula contra el ALCA y a favor del Mercosur. Bush quiere más etanol, pese a ser el primer productor mundial, un biocombustible que se obtiene de la caña de azúcar, porque busca reducir el consumo de gasolina, no por el Protocolo de Kioto, sino porque teme que perderá, así sea en parte, la provisión del petróleo que producen los países árabes musulmanes, cuyas sociedades están ofendidas e indignadas por lo que sucede en Irak y Afganistán, pero además porque se trata de un recurso no renovable. Por lo mismo, no puede cancelar la importación del petróleo venezolano, aunque Chávez lo insulte en arameo. Ni siquiera las agresiones contra Irán han impedido que Repsol y Exxon avancen con acuerdos para operar en territorio del “eje del mal”. Kirchner y Chávez buscan petróleo en el Orinoco y después será en la plataforma marítima. Todo el mundo anda en lo mismo.
Brasil es el segundo productor de etanol, aunque algunas voces expertas se han levantado para advertir que una producción desmedida puede afectar la variedad agrícola del país, extendiendo las plantaciones de caña de azúcar en proporciones todavía mayores que las de soja. Lula acierta cuando dice que antes que la economía está la política. El jueves, con motivo del Día Internacional de los Derechos de la Mujer, unas 1300 brasileñas, vinculadas a organizaciones como Vía Campesina y Movimiento de los Sin Tierra, ocuparon cuatro papeleras, dos de ellas también se instalarán en Uruguay, para protestar contra los monocultivos de eucalipto, materia prima para la pasta de celulosa, porque los consideran “desiertos verdes” debido a que, según dicen, degradan la tierra, acaparan el agua y utilizan poca mano de obra. Aquí, en Entre Ríos, la Legislatura provincial acaba de aprobar una ley que prohíbe abastecer a las pasteras uruguayas, de manera que habría que suponer que no crecerán más las 150 mil hectáreas de eucaliptos que ya están plantadas en suelo entrerriano. La pastera Botnia, por su parte, quiere hacer un círculo verde en Uruguay, el Litoral argentino y el sur de Brasil para que no le falte materia prima. De este porte y complejidad son los problemas que enfrentan los países decididos a construir sus propias vías de desarrollo y justicia social, muy lejos de las simplezas a las que pretende reducir el discurso “compasivo” de Bush a la realidad latinoamericana. El antiimperialismo es un recurso válido para defender esa chance de progreso y, aunque sea, para que se cumpla el equilibrio que describió Susan Sontag, una lúcida y por desgracia desaparecida conciencia norteamericana: “El tiempo –escribió– existe para que me sucedan cosas. El espacio, para que no me sucedan todas al mismo tiempo”.
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