EL PAíS › LAS OPCIONES QUE PLANTEAN BUSH, CHAVEZ Y LULA
Bush, Chávez y Lula encarnan tres modelos distintos de desarrollo económico y relaciones internacionales. Descartada la integración asimétrica del ALCA, las opciones van desde el Mercosur a la europea que atrae a Brasil, hasta el intercambio compensado al estilo del difunto COMECON que plantea Venezuela. La extrema vulnerabilidad de la reprimarizada economía argentina obliga a moverse con extrema cautela, para no malograr ninguna oportunidad.
› Por Horacio Verbitsky
Más allá de las estridencias discursivas, la presencia simultánea en el Cono Sur de George W. Bush y Hugo Chávez plantea distintos modelos de desarrollo económico y de relaciones internacionales, que involucran a la Argentina, Brasil y los demás países de Sudamérica.
En forma sucinta podrían describirse así:
- Un modelo de integración económica asimétrica, que desde el frustrado Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) ha evolucionado hacia múltiples acuerdos bilaterales de la gran potencia con distintos países. Ese es el planteo de Bush, que aprovecha el mal momento en las relaciones argentino-uruguayas para refregar un dedo en el ojo del Mercosur;
- Otro de acuerdos y transacciones puntuales, al estilo del extinto COMECON, el Consejo de Asistencia Económica Mutua que desde 1949 hasta 1991 reguló mediante el intercambio compensado las relaciones entre los países del socialismo real. A menudo los acuerdos ideológicos compensaban la divergencia de intereses y los distintos niveles de desarrollo. En eso consiste la propuesta de Chávez, que la ha llamado ALBA (por Alternativa Bolivariana para las Américas);
- Un tercero, de integración gradual, al estilo del proceso que en más de medio siglo condujo a la actual Unión Europea. A partir del Mercosur, avanzar de la desregulación comercial a la integración productiva, la supresión de fronteras y el establecimiento de nuevas instituciones comunes. La producción para este mercado ampliado y con una identidad propia frente al mundo es la apuesta principal de Brasil. La Argentina también está comprometida con esta vía, pero no desdeña los beneficios específicos que puede derivar de la relación con Venezuela y Bolivia, los dos mayores productores energéticos de la región.
El retraso de los vuelos impidió que Evo Morales llegara a tiempo desde Japón para la cumbre presidencial, en la que debía ratificar con Kirchner el acuerdo que hace pocos días firmó Julio De Vido con el ministro boliviano de Energía, fijando los plazos para la construcción del gasoducto que traerá el fluido boliviano a la Argentina.
Hay además ostensibles cuestiones de liderazgo, que involucran a personalidades tan especiales y que se proyectan a la escena regional y mundial como las de Bush, Chávez y Lula. En ese contexto, la Argentina debe moverse con cautela, para no malograr ninguna oportunidad, dada la difícil situación de su economía. Pese a los indicadores espectaculares de crecimiento del último lustro, la destrucción del aparato productivo, la acumulación de necesidades básicas insatisfechas, la insuficiencia de la inversión y la falta de financiamiento para la producción y la comercialización de bienes constituyen severos condicionantes.
El oasis sudamericano
Bush visita América Latina por descarte. Por revuelto que esté el patio trasero, sigue siendo la región menos conflictiva del mundo, la única a la que el presidente republicano sin mayoría legislativa puede arriesgarse sin temer las consecuencias. Aquí no hay guerras, armas de destrucción masiva, conflictos étnicos ni religiosos.
La militarización de la política estadounidense, su ostensible fracaso para estabilizar la situación en Irak, las violaciones masivas y sistemáticas a los derechos humanos (sobre las que Human Rights Watch planteó un crítico cuestionario en ocasión de su gira latinoamericana), y la amenaza de un ataque incluso nuclear a Irán, provocan un rechazo generalizado en Europa, cuyos países albergan a enormes comunidades islámicas y temen pagar las consecuencias de los agresivos desatinos estadounidenses, como ya sucedió en Atocha o en el tube de Londres. El traspié que la frágil coalición gubernativa italiana sufrió hace unas semanas fue otro daño colateral debido a la relación con Washington, lo mismo que la incapacidad de Tony Blair para continuar en el gobierno y la evidente dificultad de dejarle el cargo a su delfín Gordon Brown. En Africa, Estados Unidos ha creado un nuevo Comando Militar (el SAHEL), con el propósito de controlar la franja subsahariana, que incluye el norte de Mali, Chad, Mauritania y Níger, donde ve la expansión del salafismo como una avanzada de Al Qaida. Los estadounidenses dan entrenamiento militar a tropas de esos países y en el llamado Cuerno de Africa ayudaron a las tropas etíopes a derrocar al gobierno provisional islámico de Somalia. A todo esto debe sumarse la presencia China, tanto económica como militar, cada día más notoria en Africa. En distintos países de Asia, como Indonesia, Tailandia y Malasia, crece el fundamentalismo islámico. En términos comparativos, ni la retórica antiimperialista de Chávez, ni el conflicto armado colombiano y sus imbricaciones con la comercialización de sustancias psicotrópicas de consumo prohibido, ni las remesas de dinero desde la Triple Frontera argentino-brasileño-paraguaya hacia Medio Oriente, plantean una amenaza significativa a los intereses estadounidenses.
La gira es también la primera reacción luego de la complicada visita de Bush a Mar del Plata, en la que percibió los límites para el proyecto del ALCA. Desde entonces ha cerrado tratos comerciales con Centroamérica, la República Dominicana, Colombia y Perú, y llega ahora con la oferta de complementación para la producción de combustibles vegetales y el propósito de destrabar las negociaciones estancadas de la ronda de Doha. Pero su excursión tiene además una función interna. La paliza electoral (son sus propias palabras) que recibió en noviembre dependió, entre otros factores, del alejamiento de los votantes de origen latino, los mismos que le habían permitido ganar la presidencia. Aunque Bush no es el impulsor de la política inmigratoria más dura, el muro que separa Tijuana de San Diego y la decisión legislativa de extenderlo al resto de la frontera no lo benefician. A eso se suma el alto número de hispanos reclutados para pelear en una guerra cada día más impopular, lo que explica el regreso a su antigua fidelidad demócrata, que habla de traer a los muchachos de vuelta a casa. México, Guatemala, Colombia, Brasil y Uruguay fueron elegidos con el propósito de equilibrar esa ecuación.
El triángulo
Venezuela y Brasil son los otros vértices del triángulo sobre el que la Argentina basa su política exterior, desde mediados de 2003. El ingreso de la República Bolivariana al Mercosur fue anunciado por Kirchner en cuanto asumió el gobierno, no en Venezuela sino en Brasil. La dimensión de Brasil y la personalidad de Chávez plantean una disputa por la hegemonía, en la que la Argentina no participa ni se alinea. Brasil planteó expandir los acuerdos a la Comunidad Sudamericana de Naciones, pero Venezuela objeta esa denominación para una sola nación con varias repúblicas, e incluso ha propuesto dos nombres alternativos, de inspiración bolivariana, que debería quedar plasmada en un tratado a fin de este año. Ambos países están interesados en la institucionalización de esa nueva realidad, pero muestran una habilidad llamativa para diferir en los momentos y los modos aplicables. Hasta noviembre, Brasil había postulado la creación de una secretaría permanente de la Comunidad Sudamericana, pero en la reunión de diciembre en Cochabamba bajó un escalón, al proponer que el Grupo de Reflexión (del que forman parte CFK, el chileno Luis Maira y el brasileño Marco Aurelio García) continuara sus encuentros más informales, para lo cual sin embargo ofreció las bellas instalaciones de la vieja sede de Itamaraty en Río de Janeiro. “El Mercosur cambia o desaparece”, respondió Chávez, quien ahora adhiere a la idea abandonada por Brasil del secretariado permanente.
Punto a punto
Estas diferencias casi anecdóticas se relacionan con los distintos modelos de integración. Las fatigosas negociaciones producto por producto que durante años han atribulado las relaciones de la Argentina con Brasil, la perspectiva de reducir las asimetrías en forma gradual y la lenta construcción institucional no se compadecen con los gestos del rapsoda caraqueño que, pese a su grandiosidad discursiva, no sintonizan mal con el pragmatismo kirchneriano. La geometría variable del ALBA se manifiesta en acuerdos puntuales, como la creación de Telesur, el Banco del Sur, el Bono del Sur, eventualmente la Universidad del Sur, y en una serie de transacciones concretas, como el aporte de recursos venezolanos para impedir la extranjerización de la cooperativa Sancor, a cambio de entregas de leche en polvo y transferencia de tecnología alimentaria. En la misma lógica se inscriben el intercambio de fuel oil por bovinos; el tratado energético supranacional de la Organización de Países Productores y Exportadores de Gas (OPEGASUR); la participación de PDVSA en el gasoducto del Nordeste; las cartas de intención firmadas para que empresas argentinas siembren soja, girasol y algodón en un centenar de miles de hectáreas que PDVSA posee en su país; para la instalación en Venezuela de un centro genético de semen de vacunos de la raza Brangus o la venta llave en mano de laboratorios argentinos de investigación sobre la papa o la genética animal; la producción de partes y el armado de autobuses a gas argentinos en Venezuela o la participación de ENARSA en la explotación de petróleo pesado en la franja del Orinoco. Paradojas de la argentinidad, al mismo tiempo que se plantea la transferencia de tecnología a Venezuela, China está montando plantas aceiteras que amenazan con incrementar la ya grave primarización de la economía argentina, que pasaría a vender más granos y menos aceite.
Muerte súbita
Kirchner y Chávez comparten el entusiasmo por las obras de infraestructura. Uno de los principales asesores europeos del presidente venezolano describe su modelo como desarrollista. Venezuela muestra menos entusiasmo, en cambio, por el cumplimiento de los protocolos firmados para su ingreso como miembro pleno del Mercosur. Mantiene en pie el compromiso de desgravaciones para el acceso a su mercado de los productos de los países menores del grupo, como Paraguay y Uruguay, pero quiere dar marcha atrás de los asumidos con Brasil y la Argentina. Otro tanto plantea Bolivia, en cuyo caso es más comprensible. En lugar de una reducción gradual de aranceles, Venezuela propone ahora el esquema de la muerte súbita: mantenerlos sin cambios por ahora y suprimirlos de un golpe dentro de algunos años. La retractación de lo prometido viene envuelta en consignas contra el neoliberalismo, con el que Chávez intenta asociar cualquier negociación de comercio, aranceles y tarifas. El esquema de energía por alimentos es muy atractivo para la Argentina, ya que Venezuela constituye un mercado de 15.000 millones de dólares al año de alimentos. Pero su puesta en práctica deja mucho que desear. La reticencia a cumplir con la baja de aranceles no defiende la inexistente producción venezolana sino la importación tradicional desde Estados Unidos. Los negociadores argentinos ya están habituados al contraste entre el gesto enfático de Chávez y la gestión plena de obstáculos de los escalones inferiores de su administración, donde prevalecen la ineficiencia, los intereses creados y la corrupción. Así ocurrió con la acordada venta de ascensores argentinos para hospitales venezolanos, donde el proveedor estadounidense General Electric consiguió demorar la operación.
Baño de multitud
La constitución ya mismo del Banco del Sur, en el que Venezuela, la Argentina y Bolivia comenzarán por invertir parte de sus reservas en divisas, fue una concesión de Kirchner a Chávez, quien por su parte accedió a omitir en el proyecto de estatuto la frase que proclamaba que el banco sería un instrumento contra el imperialismo financiero. La Corporación Andina de Fomento objeta la conveniencia de ese acuerdo. Según su presidente desde 1991, el boliviano Enrique García, la CAF es el verdadero Banco del Sur, tema sobre el que conversó con Kirchner. La Argentina está por aumentar su aporte a la CAF en 300 o 400 millones de dólares, que se integrarán a lo largo de diez años y le permitirán multiplicar el crédito disponible. Pero esta institución de crédito, integración y desarrollo fue creada hace cuatro décadas, entre sus fundadores estuvo el entonces presidente venezolano Raúl Leoni y su sede central está en Caracas, todo lo cual no se aviene con el discurso fundacional de Chávez.
El viernes, el venezolano tuvo su baño de multitud, para cuya seguridad trajo 37 custodios que pidieron el registro de sus armas al RENAR y no los 300 militares contabilizados por el imaginativo matutino La Nación, que tal vez se confundió con los 250 miembros del servicio secreto que Bush llevó a Uruguay. Kirchner se cuidó de aparecer en ese contexto. Rehusó incluso la propuesta de Chávez de concertar el encuentro presidencial el sábado por la mañana y luego viajar juntos a Bolivia, donde la Argentina fue el primer país en llegar con ayuda para las poblaciones afectadas por las inundaciones en la zona llana de Trinidad, consecuencia del calentamiento global. Recibió a Chávez el viernes, en el ámbito reservado de Olivos, y luego voló a su provincia como casi todos los fines de semana. Pero en año electoral no le disgustó la presencia de Chávez quien, según la encuestadora preferida del Banco Mundial, la chilena Latinobarómetro, tiene en la Argentina uno de los más altos índices de popularidad (38 por ciento, contra 32 por ciento de Lula y apenas 6 por ciento de Bush). El militar venezolano retribuyó el acceso a la tribuna que Kirchner le concedió con repetidos elogios al presidente argentino y el compromiso obtenido de sus partidarios de la paleoizquierda local de no silbar ni abuchear. Su disciplina es admirable: soportaron en silencio hasta la crítica de Chávez por la soledad en que los partidos comunistas dejaron al Che Guevara hace cuarenta años.
Ns/Nc
El gobierno argentino no fijó posición sobre el acuerdo que Bush firmó con Lula en San Pablo para el desarrollo de combustibles a partir de la producción agropecuaria. En mayo del año pasado la ley 26.093 sancionó un régimen de regulación y promoción por el que, a partir de 2010, los biocombustibles deberán integrar no menos del 5 por ciento del gasoil y el diesel oil que se venda en el país. El mes pasado, Kirchner reglamentó la ley, que concede desgravaciones impositivas a los productores. Sin embargo, el presidente del Instituto Nacional de Tecnología Industrial del Ministerio de Economía, Enrique Martínez, distribuyó esta semana lo que llamó “un humilde llamado de atención”. El documento, titulado “Energía + medio ambiente + alimentos” cuestiona la racionalidad de dedicar tierra que podría producir alimentos a cultivos con propósito energético, sobre todo si no son para consumo propio sino de exportación. Martínez cita un estudio de la Universidad estadounidense de Cornell según el cual el etanol obtenido del maíz consume más energía de la que produce. Según el directivo del INTI los cultivos energéticos incrementarán el precio de los productos usados para ese fin, lo cual podría repercutir en un encarecimiento de la alimentación popular. Reflejo de las asimetrías habituales, la cooperación técnica acordada por Bush y Lula no incluyó la reducción de las barreras arancelarias que obstruyen el ingreso del etanol brasileño de caña de azúcar a Estados Unidos, cuyos productores de maíz constituyen uno de los más poderosos lobbies legislativos.
La ronda del desarrollo
Recién en los próximos días habrá información sobre otros temas de la agenda tratada en San Pablo que interesan a la Argentina, como la posibilidad de destrabar la ronda Doha de la Organización Mundial de Comercio. Desde hace seis décadas las negociaciones han girado sólo sobre la liberalización del ingreso de productos industriales de los países desarrollados al resto del mundo. Denominada “Ronda del desarrollo”, la de Doha debía contemplar por primera vez la desgravación de acceso de productos primarios a los mercados más ricos. Pero Europa se niega a bajar los aranceles que protegen a sus agricultores y Estados Unidos no acepta reducir los subsidios que paga a los suyos y cada uno acusa al otro del estancamiento. Los países centrales ofrecen desgravaciones sobre el 30 por ciento de sus importaciones agropecuarias y reclaman a cambio una liberalización del 70 por ciento para sus productos industriales y servicios. La Argentina participa junto con Brasil del Grupo de los 20, que reúne a los países exportadores agropecuarios reclamantes de desgravaciones, y del NAMA (por Non Agricultural Market Access) cuyos integrantes procuran defenderse de la invasión de productos manufacturados que destruyan sus industrias. Este es el punto en el que las diferencias estructurales entre la Argentina y Brasil adquieren incómodo peso. Con una industria pujante, Brasil puede permitirse márgenes de apertura mayores que la Argentina, que recién comienza a recuperarse luego de tres décadas de devastación de su aparato productivo y de reprimarización de su economía. La mejor noticia posible para la Argentina sería que Doha siguiera por unos años sin avances, tiempo imprescindible para afianzar un proceso aún incipiente y vulnerable, y decidir con alguna libertad hoy ausente qué producciones sacrificar y cuáles robustecer.
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