EL PAíS › OPINION
Los avisos de la invasión. Chávez divide aguas. Un nuevo mapa económico y político. La perspectiva de una nueva integración regional. Chávez, según el Gobierno. Para qué el acto. Lula y Estados Unidos, las tramas reales. Un nuevo esquema exportador. Y la frustración de la invasión.
› Por Mario Wainfeld
Quien escuchara varias de las radios de mayor audiencia en las vísperas del acto de Ferro hubiera supuesto que la guerra civil estaba en las puertas de la Capital. Miles de piqueteros, de “activistas”, de encapuchados marchaban en plan revoltoso y violento introduciendo el “caos” en las (cabe suponer) usualmente cartesianas calles porteñas. Se desplazaban en micros pagados (¿habrá otros?), circunstancia descripta como un agravante de un delito capital o entraban al subte sin pagar. El prólogo de una movilización que fue pacífica, masiva y democrática era descripto como hubieran transmitido imaginarias radios de la Roma histórica la llegada de los hunos. Más tarde, en el estadio, Hugo Chávez se solazó ante algo así como 30.000 personas que lo vitorearon con un fervor inaccesible a casi todos los políticos argentinos. El presidente venezolano dispara pasiones, las pasiones excitan y a menudo nublan la razón. Tal vez por eso sea tan complejo, tan poco frecuente, un juicio ponderado acerca de su cabal relación con el Gobierno argentino. Seguramente también incide la magnitud del cambio de época y la relativa sofisticación de la política regional de Néstor Kirchner, que no se deja pintar en blanco y negro, como las consignas de los actos o el relato en vivo del arribo de las huestes del compañero Atila.
Jamás Argentina y Venezuela han tenido tanto intercambio comercial. La novedad particular se engarza en una contingencia extendida: los países de Sudamérica exploran una nueva forma de integración. Las perspectivas de complementariedad económica son, posiblemente, las mayores en siglos.
La energía cumple en eso un rol central pero no exclusivo. Poder intercambiar bienes y servicios es todo un cambio. El factor de convergencia ya no es (no es sólo, a fuer de precisos) el despojo, la compartida condición de colonia o semicolonia, las venas abiertas.
El presidente bolivariano es un genuino producto de ese contexto y un dirigente impar. La riqueza contingente de Venezuela es inmensa, su potencial gasífero es un virtual anillo que puede enlazar negocios perdurables con sus vecinos. Al tiempo Chávez se propone un rol enorme, ser líder de un proyecto regional, un sayo que jamás se calzó un presidente de Venezuela. El tamaño relativo de su país constriñe ese tipo de ambiciones, la elasticidad actual de su PBI le amplía el talle.
Para el Gobierno argentino, Chávez es un aliado económico único. Es sencillo innovar con él, más bien es obvio porque se arranca de cero.
La capacidad financiera de Venezuela es proverbial, su ansiedad por productos y tecnología agropecuaria una novedad auspiciosa para Argentina. Chávez refirió en Ferro que su país, como “un sultanato”, optó por la mono producción de petróleo y que su ambición es otra.
La obra pública gigantesca, en especial los gasoductos, son un objetivo compartido entre Kirchner y Chávez. El gas no es una commodity, porque su precio no es uniforme, suele ser muy distinto entre vecinos y entre lejanos. Y también porque “los caños”, cuando se hunden en el suelo, arraigan relaciones de largo plazo.
El gasoducto Caracas-Buenos Aires es una hipótesis remota. El del Noreste, una pieza de ese mecano, sí avanza. El oficialismo derrocha optimismo, se multiplicará el gas transportado desde Bolivia en un par de años como un paliativo sustancial a la creciente demanda de energía. Las estimaciones privadas son chocantemente divergentes. “Es más fácil construir la obra pública, por faraónica que sea, que conseguir que Bolivia aumente el flujo, en medio de su crisis política. Habrá caños, no gas”, profetizan empresarios del sector, a condición de que sus señas particulares sean ocultadas.
Como fuera, la compra de Boden, la peculiar y puntillista joint venture entre la sólida Pdvsa y la incipiente Enarsa, los desembarcos prestos en Astilleros Río Santiago y SanCor hablan de que no todo es ideología en el trato entre las dos naciones hermanas. Curiosamente, quienes predicaron por décadas que los negocios deben primar en la inserción internacional, relegando valores morales y hasta abjurando de principios éticos universales, son los más indignados por los tratos con el “dictador” de Caracas.
Un reproche extendido al trato que Kirchner le dispensa a Chávez es la anuencia con sus modos dictatoriales que a veces se ensombrece con profecías de contagio. En realidad, el Presidente argentino parte de una premisa tan simple como certera: cada país tiene historia y características únicas. La cesura que parte en dos a la sociedad de Venezuela, bien evocativa de los tiempos del primer peronismo, no le parece un horizonte valioso, sino una regresión imposible. La Argentina, discurre el Presidente argentino en su intimidad, es una sociedad más compleja, escalonada y plural que la venezolana. Una lectura sugestiva que no siempre concuerda con su praxis diaria pero que orienta sus juicios a futuro.
La preservación de las formas democráticas, en todo el continente, es (en el imaginario presidencial) un capital actual. La relativa paz interna, la ausencia de conflictos armados son un potencial enorme, un dato comparativo beneficioso y un motivo adicional para que Estados Unidos no se obsesione por Sudamérica tanto como lo hiciera durante casi todo el siglo XX.
Kirchner, junto a su colega brasileño Lula Da Silva, fungen a menudo de cauce para los arrolladores instintos de Chávez. Ellos lo convencieron para que se jugara en una movida insólita, carente de antecedentes en un país de esa magnitud: someter su futuro a un referéndum revocatorio en el que ganó holgadamente a la oposición. Persuadirlo de ese modo fue un aporte a la gobernabilidad del conjunto y de la propia Venezuela. Se logró merced a la confianza acumulada en años de diálogo y de negocios compartidos.
Nadie dice toda la verdad en la tribuna pero Chávez seguramente fue fiel a ella cuando elogió a Kirchner su presteza para tomar decisiones. De este lado, también se lo juzga un político audaz y corajudo, bastante proclive a honrar lo que pacta. Su rating al interior de la coalición kirchnerista es variado, no es el Presidente el que le otorga el puntaje más alto. Julio de Vido, cuyo formato ideológico se asemeja mucho más al peronismo tradicional que el de Kirchner, es uno de los primeros admiradores del venezolano, con quien tiene un trato muy asiduo.
Pero el principal bastión de Chávez en Argentina son los movimientos sociales, la izquierda kirchnerista o no, que lo vitorean en rol de ídolo. También reciben de él apoyo contante y sonante, surtidas invitaciones a Venezuela u otros confines hermanos. Su militancia y su base social desbordaron Ferro. A esta hora no está claro quién bancó los gastos aunque sí que los venezolanos prometieron sufragarlos. Pero las promesas, en una cultura tropical, no siempre equivalen a órdenes de pago.
¿Por qué “permite” Kirchner estos actos, que enardecen a sus opositores, que además agitan el espantajo de la furia del Departamento del Estado? Las explicaciones son varias y hay que adicionarlas. El primer motivo es que el Presidente fomenta que los líderes de países vecinos tengan acá su baño de masas, algo que ya probaron Fidel Castro, Evo Morales, Chávez y Michelle Bachelet cuyas diferencias con tan conspicuas como las semejanzas. Una innovación de Kirchner es representar (de eso se tratan los actos, entre otras cosas) la unidad común en el espacio público.
Volvamos al caso de Chávez, su atractivo imanta aliados que integran su intrincado armado político. Fuerzas sociales ubicadas “a la izquierda del dispositivo” conservan su identidad, se diferencian de otros integrantes (el PJ especial pero no exclusivamente) y atienden sus querellas internas, que son la sal de la vida. Hablando el viernes con organizadores del acto, se reconocía su direccionamiento anti Bush pero también había dedicatorias a Alberto Fernández. Más allá de la precisión de sus caracterizaciones, lo cierto es que Chávez sirve también de cuña por dentro del magmático colectivo kirchnerista. Ese juego, bastante peronista aunque a Kirchner no le quepa decirlo así, tensionan al conjunto. A su líder no le disgusta nada esa dialéctica.
También es cierto que los gustos hay que dárselos en vida. Bush es detestado en casi todo el mundo pero los argentinos integran la vanguardia de los críticos. Capturar parte de esa bronca nunca está de más.
La demostración de autonomía es otro valor tenido en cuenta. Es más que posible que en muchos países, especialmente los del hemisferio norte, esa proclividad se lea como sobreactuación.
Aún así, Kirchner no es la bestia negra de Estados Unidos que pinta cierta prensa nativa. La adhesión argentina a las reglas internacionales (léase yanquis) en la legislación sobre lavado de dinero y su alineamiento en el repudio al terrorismo internacional lo acomodan en un sitio más confortable. La misión internacional en Haití es una jugada heterodoxa del Gobierno. Se aparta del tradicional pensamiento nacional y popular respecto de la no intervención en otros países. Se matiza esa concesión con un accionar conjunto con Brasil y Chile que, según la lectura oficialista, introduce un contrapeso a la influencia política norteamericana. Pueden tildarse estas acciones de aciertos, de defecciones hijas de la debilidad o de algo peor. En cualquier supuesto, lo distancian del rol panfletario que a veces se le endilga.
Una virtud manifiesta de la mirada de Kirchner sobre política internacional es que no magnifica la imagen corporal argentina. Kirchner piensa que tiene poco poder y poca caja. No se delira con el tamaño relativo de Argentina, lo que lo empuja a la sensatez, a proponerse la integración local reconociendo la primacía de Brasil. Su química política con el presidente Lula da Silva ha crecido, cabe confesar que desde el pie porque al principio el líder del PT le caía bastante mal.
La empatía no se prolonga de modo lineal al mundo de los negocios. Con Brasil hay años de intercambios, de querellas sectoriales, de desigualdades cambiantes. Reformular una maraña es más peliagudo que inaugurar una relación.
En la edificación de una nueva etapa, de modo tumultuoso y muy poco planificado, Argentina ha diversificado su matriz productiva y la trama de sus relaciones comerciales. Exporta al Mercosur, al Nafta, a la Unión Europea, al Asia, a Chile. Ninguno de ellos llega al 20 por ciento del total, seguramente ninguno baja del 10. Hablamos de un abanico multilateral, implantado en variadas geografías, sin paralelo histórico.
A su vez, su estructura productiva ha evolucionado bastante, aunque por debajo de lo deseable. El turismo y la minería rediseñan los esquemas más tradicionales. Esa relativa vastedad acota la vulnerabilidad inexorable de un país pequeño y dependiente. Construir relaciones bilaterales más amplias, Venezuela por caso, no alterará que Brasil sea la principal contraparte en el Mercosur pero no hará ningún daño.
La región es la más desigual del mundo, la que tuvo los resultados electorales más promisorios de la última década. Nada es lineal por acá. Chávez es un aliado complicado, con ambiciones fenomenales, mucha plata y un arrastre envidiable.
La paz interna y el clima político acunan una nueva gobernabilidad, piensa Kirchner. Esa gobernabilidad exige el cumplimiento inmediato, ansioso, de demandas populares. Muchos presidentes, Chávez y Evo Morales entre ellos, son además vehículo de reparación histórica de actores sojuzgados y humillados. Es difícil que Venezuela sea gobernable con Chávez, mete miedo pensar qué habría pasado si sus contreras golpistas lo hubieran derrocado. Un cartabón para medir a los líderes, incómodo pero seguro, es quiénes son sus antagonistas. La oposición venezolana embellece, por comparación, a Chávez.
Todo es controversial, cómo no va a serlo la entente Kirchner-Chávez. Todo es canje y todo canje puede ser desigual. En ese contexto, de final abierto, cabe computar que Chávez compatibilizó con Kirchner sus acciones y su discurso en la Cumbre de Mar del Plata.
Y que anteayer evitó derrapar a tópicos irritativos para el gobierno argentino.
Y que, mal que les pese a los augures, los hunos no arrasaron Caballito.
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