› Por Alejandro Kaufman
Nos encontramos ante la presencia de continuas amenazas e intimidaciones ejercidas por el gobierno de los Estados Unidos contra la soberanía de Irán. Se suma la posibilidad concomitante de que causas reales o falaces se utilicen como justificación de un eventual ataque o invasión al territorio de la nación persa. Por indeseable que juzguen la proliferación nuclear en los dichos, son los selectos miembros del club atómico los que dictaminan la exclusión del resto del mundo de esa membresía, en un gesto brutal que no se ve acompañado de políticas consecuentes de desarme. Sin duda, esa inconsecuencia vacía de toda legitimidad la pretensión de establecer los límites del número de países preparados para perpetrar una catástrofe nuclear.
Estas circunstancias justifican y demandan que los pacifistas de buena voluntad y conciencia del mundo intervengan para detener la barbarie de la ilustrada Norteamérica, cada vez más proclive al autoritarismo y la agresividad bélica.
¿Puede considerarse que fue esa la misión que llevaron a cabo los ciudadanos argentinos que recientemente visitaron Irán y dirigieron una carta al gobierno persa? ¿Cumplieron una misión de paz para calmar ánimos belicosos y suscitar la tranquilidad de los espíritus?
¿Hizo eso D’Elía al declarar que el presidente de la AMIA mintió cuando dijo que en Irán no vive medio millón de judíos sino de unos pocos centenares a miles? ¿Las falacias sobre la demografía judía no son tópicos clásicos del antisemitismo? D’Elía, visitante por tres días en Irán, ¿se convirtió de pronto en un experto en la demografía del pueblo judío? ¿El pueblo cuyo tercio de su población global fue exterminado por los nazis va a ser sometido a un debate también sobre cuántos de sus miembros viven en el país en el que se propicia oficialmente el infame negacionismo de la peor tragedia que ese pueblo sufrió en toda su historia? La presencia de notorios neonazis y miembros del Ku Klux Klan en la conferencia negacionista de Teherán, ¿fue una forma de esclarecer el pasado y la memoria? Para contribuir a la paz y repudiar un eventual ataque de los Estados Unidos a Irán, ¿es necesario consentir la profanación de la memoria de las seis millones de víctimas judías de la Shoá, así como de los millones que corrieron la misma suerte? ¿Es necesario mortificar y ofender a los sobrevivientes y a los familiares de las víctimas?
Culpar insidiosamente al conjunto del pueblo judío por las acciones llevadas a cabo por una porción del pueblo judío, una parte del pueblo israelí y su gobierno, ¿no es antisemitismo? Silenciar el genocidio de Darfur, del que es responsable un gobierno amigo del gobierno de Irán, ¿también es necesario para oponer resistencia a la prepotencia norteamericana? Silenciar que los voceros del gobierno iraní, además de abogar por los funcionarios acusados del atentado a la AMIA, sólo admiten como hipótesis alternativa un autoatentado, ¿contribuye a la “verdad y la justicia para las víctimas de la AMIA”? Insistir en que en realidad fue un “autoatentado” la explosión criminal que demolió la Asociación Mutual Israelita Argentina, también denominada kehilá (comunidad) y produjo 85 muertos, ¿es una contribución a la justicia y la verdad?
¿Eso firmaron quienes firmaron la carta de la que fue portador D’Elía?
¿Dieron su firma para avalar un concurso de caricaturas sobre el holocausto destinado a la cruel remoción de heridas que nunca van a cerrar? ¿Pueden haber firmado de semejante manera luchadores por los derechos humanos como se dijo? No lo puedo ni lo quiero creer. Esto no puede haber sucedido.
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