Dom 25.03.2007

EL PAíS  › OPINION

Historia en dos ciudades

› Por Mario Wainfeld

El presidente de la Nación, acompañado en el palco por Abuelas, Madres e HIJOS, en lo que fuera un campo de exterminio. El Presidente, yendo por más en materia de derechos humanos. León Gieco poniéndole música y letra, ya que estamos. Tales actos se han hecho casi una costumbre, lo que eventualmente puede diluir la percepción de lo ocurrido, que no es otra cosa que la puesta en escena de un cambio de época. El acto fue en Córdoba. Las presencias, los discursos del palco tuvieron centralidad.

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En Córdoba la lluvia fue tan torrencial como la verba de Néstor Kirchner. En Capital fue un día hermoso, soleado. Así son, aun en plena era de cambio climático, muchas jornadas porteñas de otoño, aunque los libros de texto prediquen que es la estación de las lluvias. Los libros de texto, ya se sabe, tergiversan mucho las cosas. En Capital, lo central de los actos fue su concurrencia.

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Kirchner no es un orador lucido ni es tampoco un orador hueco. Jamás dirá bellamente, jamás dejará de transmitir lo que piensa, jamás será ininteligible. Su retórica hace agenda y nadie puede invocar que no entiende lo que dice. Ayer la emprendió contra los integrantes de la Cámara de Casación, acusados en un pedido de juicio político promovido por la diputada oficialista Diana Conti. El reproche, compartido por los organismos de derechos humanos, es dilatar los juicios contra los represores. Les sobra razón, sus Señorías se sientan sobre los expedientes, en un craso ejercicio de ideología que es una denegación de justicia. Meses para hacer un pedido de informes, años para plasmar una sentencia. No se trata de discutir los contenidos de sus sentencias sino su contumacia a dictarlas en tiempo y forma, congruente con su posición política. Los jueces Alfredo Bisordi, Ana María Capolupo de Durañona y Vedia y Eduardo Riggi tienen dos barajas para evitar la destitución. La primera es esperar la solidaridad corporativa de un sector del Consejo de la Magistratura que los cuestiona severamente pero quizá recele más de un asedio del poder político. La segunda, menos estresante, es acogerse a la jubilación. Más de uno de ellos está pensando en la segunda vía. El doctor Gustavo Hornos, más joven que sus colegas, sólo tiene una jugada.

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La Chilinga mete percusión y murga encabezando la marcha a puro ruido y bardo. Son jóvenes, barulleros. Detrás vienen las viejas, la bandera con las fotos de los desaparecidos. Detrás una miríada de expresiones de nuevas realidades y lucha, entreverada con agrupaciones sindicales y políticas clásicas. La CTA, con toda su dirigencia en la columna, comparte una misma cuadra con “las madres verdes” que reivindican la lucha por el medio ambiente, “No al basural de Brandsen”, exigen. Muchas temáticas han cobrado vida después de los ’80, entre ellas la de los derechos humanos. Piqueteros, motoqueros, asambleístas barriales, siglas estudiantiles evocativas de los ’70 (Lucía Cullen) o expresivas de un nuevo mapa (NBI) hablan de la vastedad del movimiento social.

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“No podemos depender de la buena voluntad de un presidente esclarecido”, dijo en Córdoba Emilia Dambra, de Familiares. Un elogio inusual para un mandatario tanto como una confirmación de identidad y de voluntad de lucha. Es también, desde una postura militante, un reclamo de institucionalidad. Una señal en pos de esa zona errónea de un gobierno que se define por los rumbos y por las acciones pero al que le cuesta garantizar la perduración futura. Aunque es en materia de derechos humanos donde ha conseguido conjugar mejor lo simbólico, lo gestual y lo institucional. En La Perla, como en la ESMA, como nunca antes, la palabra y la presencia de las víctimas son imbuidas de eminencia y autoridad.

El Presidente comparte el palco con los integrantes de organismos de derechos humanos. Las autoridades políticas van a otro palco. Con diplomática firmeza se ejercita el derecho de admisión, José Manuel de la Sota se queda afuera, por sobrados méritos previos.

Los dos palcos expresan dos facetas de la acción de Kirchner pero reflejan malamente la correlación de fuerzas en el interior de su coalición. El núcleo de la gobernabilidad es el Frente para la Victoria, que después de la victoria de 2005 renunció al derecho de admisión. El gobernador cordobés se fue en penitencia, pero la sanción no obsta a que operadores presidenciales de primer nivel le den una mano para que su favorito derrote en las elecciones de septiembre a Luis Juez.

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¿Cuántos de los asistentes a la Plaza no habían nacido o no habían terminado la primaria en 1983? Una mayoría innegable, a ojímetro bastante más que la mitad más uno. Las consignas que se entonan no terminan de reflejar esa novedad. Algunas se añejaron en los ’70, otras en los ’80. Las de HIJOS, acuñadas ya hace años, son de las más recientes.

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En esa tribuna Kirchner es un orador fervoroso y, a la luz de sus acciones, genuino. También reincide en una narrativa demasiado impiadosa con otros protagonistas y muy indulgente con sus actuales compañeros de ruta. Raúl Alfonsín merece un reconocimiento mayor. Es cierto (como fulminó Kirchner) que cayó en “claudicaciones”, pero también logró marcas memorables en los albores de su gobierno y abrió caminos.

El actual Presidente encabeza una coalición en la que revistan varios dirigentes radicales que nunca rayaron tan alto como Alfonsín, aunque sí cayeron tan bajo. También lo entornan muchos peronistas que aplaudieron los indultos de Menem y firmaron la entrega del patrimonio nacional. A su modo, Kirchner los indulta políticamente hablando. Mirando para adentro se habla de pragmatismo, se concede a la real politik. La política real es eso, se dirá con razón. Sobrado motivo para ser menos tajante.

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Kirchner clamó por la aparición con vida de Jorge Julio López. El reclamo fue eje de la convocatoria de las dos marchas que se sucedieron, como dos funciones en un cine, en Plaza de Mayo. Una afrenta tal, ¿no ameritaba poner entre paréntesis las diferencias entre distintos organismos de derechos humanos? Es un desafío a todos, una provocación feroz, cabría suponer. Cabría suponer.

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Nave insignia del arribismo en materia de derechos humanos, Daniel Scioli asentía enfáticamente cuando una oradora rememoraba a Agustín Tosco, en quien jamás habrá pensado en su vida. El vicepresidente es el favorito para ser gobernador de la provincia de Buenos Aires, aquella en la que desapareció López. Suya será la máxima responsabilidad sobre la Bonaerense. Puesto a sumar votos, es bien posible que colme las expectativas oficiales. Con los atributos y frente a las presiones propias del mando, ¿estará a la altura del compromiso del Gobierno con los derechos humanos? Humm.

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Kirchner es una topadora pero ayer tuvo un gesto considerado, por omisión. No reclamó por la inconstitucionalidad de los indultos, pendiente en la Corte. Está a estudio, en la Procuración General. El caso piloto que se decidirá fue cerrado por sentencia judicial, consecuencia del indulto. Así las cosas, quedan sometidas a revisión la facultad presidencial y la cosa juzgada. El tema tiene sus bemoles técnicos, que exigen una resolución trabajada. Como fuera, será justicia en invierno, como máximo en primavera.

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“¡Cien condenas ya!”, exige la Asamblea Permanente por los Derechos humanos. El Presidente se enfadó, en consonancia. Los juicios avanzan trabajosamente pero ya está por comenzar el de Von Wernich. En gateras hay dos megacausas, incluida la de la ESMA, tal vez se demoren hasta mediados de año. Las defensas traban todo lo que pueden, las garantías procesales se cumplen a rajatabla. No habrá cien condenados este año, pero su número crecerá en progresión geométrica. Hasta 2006 no había ninguno. Cada sentencia será un nuevo mojón, como la nulidad de los indultos. El conjunto es más un salto de calidad que un avance.

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“Como la cigarra”, cantó Gieco acompañado por miles de coreutas espontáneos. Le pidieron “una más y no jodemos más”. No accedió, para dejar paso al discurso de Kirchner. Una escena que se repite, que hubiera sonado a disparate hace tres años.

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