EL PAíS
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La calesita criolla
Por James Neilson
La Argentina se las ha arreglado para protagonizar el fracaso colectivo más colosal del planeta desde que la Unión Soviética se despidió. En el “país rico” por antonomasia, más de la mitad de la población vive por debajo de la “línea de pobreza”, el “riesgo país” es tres veces mayor que aquel de sus rivales más cercanos, el Estado es menos eficaz que la burocracia egipcia de cuatro milenios atrás, el sector financiero está en ruinas y los capitanes de la industria están aprendiendo a decir sí bwana a sus jefes brasileños. En vista de las dimensiones de la debacle, era lógico que hace seis meses el mundo entero creyera que la Argentina iba directo hacia una convulsión de proporciones épicas, que movimientos nuevos surgirían ya para poner fin a la decadencia, ya para sellarla de forma realmente espectacular, que aquí nacería algo sin precedentes que transformaría un panorama latinoamericano largamente dominado por dinosaurios archiconocidos.
Pero, una vez más, los profetas se equivocaban. Acaso lo más asombroso del más de medio año que ha transcurrido a partir del colapso del gobierno de Fernando de la Rúa es que muy poco ha sucedido que no haya sido meramente episódico. Las asambleas barriales no han dado luz a novedades. Tanto los piqueteros como los cacerolistas ya forman parte del folklore porteño. No se ve señal alguna de que esté por surgir un partido distinto, más “moderno” y menos mañoso que los tradicionales que remplace al PJ, a la UCR y al rejunte progre más reciente, el ARI. Los presuntamente presidenciables siguen siendo los de antes de la caída: De la Sota, Rodríguez Saá, Elisa Carrió y, por esperpéntico que parezca, Menem. También es lo de antes lo que ofrecen: palabrería vacua con mucho sobre “la ética” y poco concreto sobre las reformas necesarias para que en una fecha futura la Argentina alcanzara guardar cierta relación con las expectativas más sobrias de sus habitantes. Los debates, por llamarlos así, tienen más que ver con la caza de responsables del desastre que con la mejor manera de dejarlo atrás. Se repiten ad náuseam las polémicas entre flotadores, convertibilistas y dolarizadores. El corralito sería inexpugnable si no fuera que sus muros ya estén desmoronándose gracias a los esfuerzos de zapadores judiciales a los que no les importa un bledo lo que sucedería a la inmensa mayoría de los ex ahorristas cuando ya hayan puesto el toque final a su obra. La palabra “sustentable” no significa nada porque no habrá futuro. O sea: mucha gente se ha empobrecido, eso sí, pero aparte de esto casi nada ha cambiado.