EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Lo califican como el menos común de los sentidos. Tanto es así que argentinos y uruguayos debieron ir a buscarlo a Madrid y capitalizar el compromiso y la profesionalidad del facilitador Juan Antonio Yáñez Barnuevo. El sentido común, extraviado durante meses, se abrió paso. La corona predispuso los lugares de encuentro, deseablemente aislados, en aras de lo cual hasta pagó el albergue de las delegaciones. El rey recibió a los invitados y el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero también dio cuenta de su interés.
Aunque las comitivas eran más amplias, las reuniones sustantivas se realizaron entre pocos. Dos funcionarios por país litigante, los más empinados. La traducción al rioplatense es bastante sencilla: muchos dilemas técnicos habrá pero la cuestión es política. La famosa “voluntad” jamás se basta sola pero sin ella nada se puede. Es la política, chavales.
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Las partes comenzaron a negociar y conversar, con toda la liturgia de esas tenidas. La quinta de El Pardo fue acondicionada de forma sagaz, contemplando necesidades de todo proceso de acercamiento y de regateo. Habitaciones aledañas para que cada parte se apartara un rato, unificara criterios, echara mano al celular para contactar a su Presidente. ¿Cómo serían las negociaciones cuando no se contaba con esos recursos, cuáles serían las ventajas o riesgos de delegar de modo más amplio? La pregunta es hipotética, no fue éste el caso, al menos para los argentinos. Néstor Kirchner estuvo on line.
El cónclave terminó discutiendo palabras, modismos, “sufijos”, según plasmó (rememorando su educación primaria obligatoria) uno de los concurrentes.
El arte de negociar es notable, en algunas culturas es una tropelía concretar la venta más ínfima sin un proceso de regateo previo. El concepto no es baladí, la gente debe hablar para entenderse, aun para comerciar. Si no se hablan, el lucro es menor o literalmente no vale la pena.
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El facilitador coqueteó con la idea de transformar su gestión en una de buenos oficios. La endiablada jerga diplomática atribuye a esa opción un aditamento, que no tiene la actual, el de promover propuestas de acuerdo. El facilitador se constriñe a “sentar” a los antagonistas. Si éstos, como empezaron a hacer, inauguran una rutina de trabajo, tal vez sea la hora de mocionar rumbos. La creación de una zona de “calidad ambiental” en la región ahora encrespada es una chance.
Una agenda positiva más rica de cooperación e integración es una necesidad básica. No se llegará a ella antes de cortar el nudo gordiano. Muy dudosamente pueda superarse sin ella el actual estadio del conflicto.
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Yáñez es un diplomático de carrera. No nació de gajo, ni es un producto de laboratorio: pertenece a una familia en la que hubo militantes republicanos durante la guerra civil. Esa prosapia ahora integra el PSOE. El hombre no improvisa si lo ponen a moderar: ya tuvo su destino latinoamericano. Integró el “grupo de amigos” del secretario general de las Naciones Unidas en los procesos de paz de Guatemala y El Salvador.
Su última perla fue promover una imagen de los asistentes entrelazando sus manos. Sumada a la fotografía con el rey Juan Carlos, comienza a integrar un álbum que puede legalizar futuras interpelaciones a Botnia y al gobierno finlandés. Argentina no puede convocarlos, el gobierno uruguayo es tímido para hacerlo. Esa potencial baza queda en manos del croupier, que no es manco.
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Alberto Fernández, ya de salida, le agradeció a Yáñez y elogió su destreza. “Aprendí mucho de usted”, dijo el jefe de Gabinete de un gobierno al que le cuesta armar mesas, dialogar, discurrir. En especial, ensalzó la aptitud del mediador para sintetizar las posiciones de las partes. El español le contó que su padre, que era médico, predicaba que un buen diagnóstico requiere una escucha atenta del paciente. “El paciente es el único que conoce del todo su enfermedad”, diz que le decía el papá doctor, en una lección que podría sugerirse a toda la corporación política argentina, muy dada al grito y muy remisa a –sencillamente– prestar oreja a la voz del otro.
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El próximo encuentro será seguramente en Nueva York, el lugar de trabajo de Yáñez Barnuevo, el mes que viene. Mucho tiempo, mucha muñeca, mucha tolerancia y creatividad serán menester para que concreten avances importantes.
El calendario impone dos fechas clave, que nadie puede ignorar: la del comienzo de la explotación en Botnia, la de las elecciones presidenciales de octubre en Argentina. Un rebusque de libro es evitar que aquélla se anticipe a ésta y agregue vientos de fronda. Por ahora, libradas a sus propias dinámicas sin intervenciones políticas, el orden presumible es el inverso.
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Cuentan que en el mundo no hay más derechas ni izquierdas. Algunos lo cuentan. Es un clásico del pensamiento de derecha reducir (supeditar) la política a la lógica empresarial, la de “la gestión”. El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se autodefine como de centroizquierda. Es laico, solidario con quienes juzga afines ideológicamente. Su relación con el gobierno argentino es fértil e intensa, lo que no excluye controversias ni conflictos de intereses. Pero en promedio hay un ansia constructiva que tributa a la denostada política, a ciertas afinidades que malgré el barniz peronista (tan difícil de traducir a lengua castiza) lo liga al kirchnerismo. La relocalización de Ence, por caso, no fue un trámite de gestión sino una ayudita de los amigos.
La relación con el gobierno español es un capital de la actual gestión que algo adeuda a las identidades (vagamente) compartidas.
Es la política otra vez, joder.
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Las principales figuras de la oposición callaron. Su agenda discursiva es, de ordinario, escueta. Finca en el escándalo, en la anécdota del día, en la réplica al discurso del Presidente. De cara a un entuerto internacional complejo no se oyen voces en plan de estadista. La lógica del atril, la del planteo coyuntural no son, todo un dato, monopolio del oficialismo.
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Por razones variopintas, que tienen su raíz y su lógica histórica, la tradición retórica nacional es despiadada con la negociación por no mentar a las concesiones, los pactos o los canjes. Un haz de sinónimos descalifica desde el vamos toda tratativa: el contubernio, el acuerdismo, el “toma y daca” sin ir más lejos. En réplica, las banderas de la intransigencia o el aislacionismo son gratas a los partidos nacional- populares, aunque no exclusivamente.
En el país del “no existís” el reconocimiento del otro es sospechoso por definición. La política, claro, es confrontación y dialéctica (otro mentís al mito de “la gestión”), pero la dialéctica induce a la síntesis y ésta (horror) puede ser una etapa mejor. Para construir ciudadanía, una nación, una región, hay que saber mucho de política.
Los gobiernos, tras meses de arrogancia y cerrazón, hicieron un tour turístico por la racionalidad. Por un tiempito, a ellos les cabe tratar de mejorar el escenario, el intermediario saldrá del centro de la escena por dos o tres semanas.
Muchos otros actores deben reconsiderar su intransigencia: la oposición uruguaya, la empresa y el gobierno finlandeses, los asambleístas. No será fácil compatibilizar tantos intereses en tensión. Pero algo han mejorado las cosas.
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