EL PAíS › ACTO POR LOS 30 AÑOS DE LAS MADRES-LF
› Por Alejandra Dandan
“Y ahí, en la Confitería London, entendimos que teníamos que funcionar como un cuerpo, como un cuerpo colectivo, porque lo colectivo iba a ser más fuerte.”
Como si aún siguieran en pie sostenidas por la potencia de aquella imagen, las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora recordaron ayer los treinta años trascurridos desde la primera marcha. Como lo hicieron ese primer 30 de abril de 1977, a las doce de la noche una multitud las acompañó con treinta antorchas en señal de que la lucha no cesa. Pablo Milanés acompañó a las Madres. Recordaron a Jorge Julio López y a Carlos Fuentealba, el maestro muerto en democracia. Y las Madres homenajearon por primera vez públicamente a los padres de la Plaza. La Asociación de las Madres de Plaza de Mayo presidida por Hebe de Bonafini hará su homenaje esta tarde.
Las Madres empezaron a mostrarse en Plaza de Mayo con esa forma metódica que con los años se conoció como las rondas aquel 30 de abril de 1977. Bajo el peso de la dictadura, denunciaron a sus hijos secuestrados, presos o desaparecidos desafiando los límites de los militares.
Entre las primeras madres estuvo Azucena Villaflor, la persona que dijo aquello del cuerpo colectivo a otra de las madres. “Conocí a Azucena un día, mientras buscaba datos de mi hija en el Ministerio del Interior”, dice Amanda Denis. “Vi que en las manos tenía una tarjetita igual a la que alguien nos había dado a nosotros; eran todas iguales, de colores distintos, no sé qué dirían, pero me acuerdo de que en la desesperación me animé y me acerqué a preguntarle:
–Señora, ¿usted tiene algún hijo preso?
–Sí –me dijo–, y somos cientas.”
Hace treinta años Denis pasó de ese encuentro a una cafetería donde las madres hicieron algún encuentro. Y de ahí a la Plaza, a ese mismo lugar en el que ella ahora está sentada, treinta años más tarde, con la plaza desbordada como en un tiempo desdoblado.
“Los treinta años son una maravilla –dice–, porque me parece mentira llegar a hoy y llegar a hoy con un muerto y un desaparecido en democracia.”
A las siete de la tarde, a su lado esperaban sentadas la apertura del festival y la vigilia una larga columna de mujeres. Josefa García de Noia, Aurora Belocchio, Nora Cortiñas, Tati Almeida, Enriqueta Maroni, Martha Vázquez y Carmen Lapacó, entre otras muchas madres de la Línea Fundadora. Detrás y antes de Pablo Milanés el escenario convocó a Teresa Parodi, Los Pericos o Ignacio Copani con un poderoso fuera de campo creado por viejos militantes, curiosos, extranjeros y adolescentes que poblaban la Plaza para ver, en muchos casos, a las “señoras” de los pañuelos blancos.
Gastón Dinzelbacher y su gemelo Nicolás, novia y un amigo del barrio de Núñez, de 19 y 21 años, hablaban de “lucha”, tomaban coca cola y comían galletitas. “Igual –dice Nicolás, uno de los gemelos– somos gemelos, pero mi hermano es el que viene para acompañar a las Madres en la lucha, yo me vengo a informar.”
Las informaciones parecen búsquedas más bien informales. De esas que se encuentran detrás de una canción o escuchando sólo el paso de alguna de las Madres, como si todo fuera cuestión de respiración, de esa respiración que salieron a buscar otros muchos de los que se acercaron de casualidad o casi, buscando un poco del aire de otros años.
Ernesto Martí es uno de ellos. Profesor de educación física a punto de jubilarse, compañero de secundario de Felisa Miceli en Carlos Casares, llegó a Buenos Aires hace unos días para visitar a su hija, estudiante de Medicina. El sábado paseó por el centro y cuando llegó a la Plaza preguntó por el acto y el palco. Al otro día volvió: “A mí me tocó vivir esa época –dice–; tengo compañeros de secundario muertos y desaparecidos y uno ve la vida de estas señoras, y las piensa”.
Agustín Luna y Lucía Moro tienen 43 y 46 años, tenían 13 y 16 hace treinta años, no estuvieron donde hubiesen querido y aunque son de Mar del Plata se quedaron en Buenos Aires para estar con las Madres. “Es como poder hacer algo –dice Lucía–, porque lo peor es que en su momento no pudimos hacer lo que podíamos haber hecho, y hoy queremos.”
En el escenario, las Madres decidieron homenajear por primera vez públicamente a esos esposos o padres de desaparecidos que estuvieron siempre cerca y que no aparecieron por cuestiones de seguridad. Carlos Cortiña, por ejemplo, era uno de ellos y de los recordados como uno de los ejecutores de aquella primera solicitada que las Madres lograron publicar. Carmen Lapacó ya había perdido a su marido cuando los militares la secuestraron a ella y a su hija, dijo ayer a Página/12. Cuando salió del secuestro empezó a buscar a su hija. Durante una espera en el Ministerio del Interior, alguien comentó algo sobre un “grupito de madres” que había aparecido en las puertas de la Catedral. Carmen las buscó tres días esperando en la Plaza. Finalmente vio a un puñado cerca de un monumento. Se acercó, detrás de una pregunta. “¿Vos tenés un hijo desaparecido? –le preguntaron–, te lo pregunto por tu cara de dolor.”
Sucedió hace treinta años. Carmen termina de recordar estas cosas y vuelve a su silla, y sigue escuchando.
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