Lun 30.04.2007

EL PAíS  › OPINION

¿Es lo que parece?

› Por Eduardo Aliverti

Como nunca en lo que va del año y como prueba de que se precipita el combate electoral en las “grandes ligas”, se habla de un clima político enrarecido. ¿Es tan así?

Depende. Si se trata de los efectismos, aunque algunos de ellos dan cierta tela de fondo para cortar, evidentemente sí. La presencia del jefe de Gabinete en el Congreso, enchastrando a Telerman y vecindades con sus denuncias sobre el caso Skanska, fue un hecho de cierta entidad, porque circularon nombres de grupos empresarios que, para señalamientos de esta naturaleza, suelen manejarse con mucha más prudencia o, directamente, en la más absoluta de las reservas. Y otro tanto puede decirse del obispo Bergoglio, quien dijo que la Iglesia es perseguida de un modo bajo el que sólo cabe interpretar que el persecutor es el Gobierno.

La lectura fácil de estos episodios es que son la prueba de una campaña comicial cada vez más sucia. Es cierto, pero es fácil. Y sobre todo, incompleto. Porque le falta, nada menos, la pata de cómo mira la sociedad. Se comete, por innumerable vez, el error de observar solamente la culpabilidad o responsabilidad de los sectores dirigentes y partidarios. ¿Estaríamos hablando de suciedad, trampas, chicanas, desideologización, arrebatos, si la sociedad compeliese a otra cosa? ¿Si la sociedad mostrase que le importa algo diferente y si sus prácticas habituales fueran manifiestamente distintas de las de la dirigencia política y empresarial?

El caso Skanska es un acontecimiento de facturas truchas, por ejemplo. Es decir, una de las trapisondas más aceptadas y extendidas de la argentinidad media. De tal palo (los que dominan) tal astilla, puede retrucarse. Pero no cambia el sustrato de la cuestión. Y de allí que no sea nada difícil deducir que la denuncia de Alberto Fernández, y las réplicas y contradenuncias ya surgidas y a surgir, operan sobre la comunidad con el mismo efecto de unas gotas de agua sobre una enorme mancha de grasa. El Gobierno apuntó sobre ricos, famosos y empresas privadas, pero resulta que nadie mide sus expectativas, ni su voto, esperando que esa gente funcione de otra manera. El punto es la demostración de quién puede ejercer la mejor gestualidad ficcional en aras del ejercicio de la acción política. Pero es eso, ficción. Involucran a Tinelli, entre otros. ¿Qué interesa de Tinelli? ¿Que pueda ser capaz de truchar facturas o que haga bailar por un sueño? Y en todo caso, no es ni será la primera ni la última gran figura pública a la que, justa o injustamente, exhiben involucrada en maniobras de corrupción. La lista es larga y nunca le interesó a nadie porque “la gente” también cree que no es allí por donde pasa la corrupción en grande. Sí la corrupción socialmente aceptada, como mucho.

En cuanto al obispo Bergoglio, por fin se identifica casi sin eufemismo alguno como un referente opositor. Ni siquiera se preocupó por desmentir que operó para el acuerdo entre Telerman y Carrió, quien, apurada y con el reciente apoyo de Domingo Cavallo en sus alforjas, salió a decir que se siente “maravillosamente representada” por el cardenal. Sin embargo, preguntémonos por la influencia efectiva que es susceptible de generar en las mayorías las palabras del cura. ¿Qué podía esperarse de cómo le cae a la Iglesia un gobierno que promueve el juzgamiento de los militares, y con funcionarios y candidatos de primera línea que reparten forros y anticonceptivos y que están a favor de la despenalización del aborto? ¿Que se quede callada? ¿Que no intente articular a la oposición de derecha? ¿Y qué se podía esperar del Gobierno? ¿Que desaproveche la jugada en lugar de afirmar a un contendiente que le sale gratis? Porque ya es hora –hace rato que es hora– de desvalorizar uno de los grandes mitos de la política argentina, cual es el ascendiente de que dispone la Iglesia. Importante, qué duda cabe, cuando presiona para la ubicación de sus referentes en el ámbito educativo. Apreciable en su injerencia en algunos medios gráficos del establishment. E igual de significativas son las labores de asistencia social de algunas de sus organizaciones, que sirven, antes o de paso, como amortiguadores de los conflictos de clase. Hay también, por fuera y por dentro de la estructura eclesiástica, manifestaciones populares de religiosidad o superstición, como se quiera: aglutinan en marchas y rendiciones de culto a cifras imponentes de devotos, que más quisiera juntar cualquier fuerza política. Vírgenes, santos, peregrinaciones. Pero, ¿cuál es la fortaleza de esa penetración jerárquica y “espiritual” al momento de influir en las costumbres cotidianas de la población? ¿Alguien cree con sensatez que las posiciones de la Iglesia determinan las opiniones y conductas populares en la sexualidad, la pareja, el uso de drogas, la diversión, la violencia? ¿Y en serio que alguien cree que importa más que un pito lo que pueda decir y hacer un obispo en la carrera electoral? De nuevo: pura ficción, pura gestualidad para posicionarse políticamente desde algún lugar en el que los significados cobren sentido desde el significante. A un lado Bergoglio, pongamos, junto con cremas conservadoras varias. Y al otro, el Gobierno eligiéndolos de putchingball a favor de una etapa política caracterizada, tras la tragedia neoliberal, por los discursos y gestos de centroizquierda. Más vale que entre lo primero y lo segundo uno se queda con esto último, pero el pescado sin vender, que es la distribución injusta de la riqueza, no entra en la discusión sino de manera limitadísima.

Hablar, por lo tanto, de un clima político “enrarecido” no hace honor a la verdad porque lo raro sería que en lugar de eso hubiera un debate de ideas profundo. Y como no lo hay, debido en esencia a la conformidad general con la marcha de la economía y a la ausencia total de alternativas opositoras, la contienda electoral pasa por Skanska y Bergoglio, por facturas apócrifas y bravuconadas de púlpito y que si te pongo la otra mejilla y que si te saco otra factura. Mucho más interesante que eso es apreciar lo que ocurre con la cadena de formadores de precios y los problemas en el abastecimiento de carne y lácteos, porque allí sí que se juegan las relaciones de producción y la auténtica determinación del Gobierno por controlar y distribuir en beneficio de las necesidades populares.

Si se debatiera sobre eso, entonces sí que estaríamos ante un clima raro. Lo otro es lo habitual. Así que cuidemos las palabras, por favor.

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