Dom 20.05.2007

EL PAíS  › OPINION

Cinco temas en busca de un votante

Denuncias de corrupción, paros salvajes, protestas de maestros, choques con la Iglesia son las imágenes de un tiempo de campaña que se basa también en una economía en fuerte crecimiento. Esta nota propone cinco ejes de análisis como herramientas para entender semejante coyuntura.

› Por Nicolás Casullo

Huelgas decididas por asambleas de bases. Juicios a viejos represores. Protestas de maestros. Fiscales desprolijos que negocian. Asalto y muerte. Marchas piqueteras en horas pico. Escraches. Denuncias de corrupción contra funcionarios. Ampliación de obras públicas. Cheques para empresas espectrales. Datos de crecimientos productivos y de ventas en supermercados. Tensión entre el Ejecutivo y la Iglesia. Amenaza de ganaderos furiosos. Entre impactos, titulares y caras de un nuevo tipo de locutores indignados, tanto el oficialismo como las diversas oposiciones actúan una gran escena electoral que remite en definitiva a la discusión de cuatro o cinco temas de fondo que se reiteran, en mi experiencia personal, entre interesados del barrio, alumnos universitarios, desasosegados, gente de la cultura y “entendidos” de la política. La pregunta es qué se discute en realidad por debajo de la espectacularidad de la información diaria, de las campañas sucias y el rosario de anécdotas.

¿Señales de época por encima de las fronteras? ¿Estados de la propia política? En realidad el 2007 hace presente, en el país y en términos comiciales, también un tiempo cultural del mundo. Por ejemplo, enjambre de subjetividades sociales en tránsito de conductas y valores que no eligen al votado hasta el día del voto. Una efectiva capacidad de lo mediático como gran constructor de realidades. Una disolvencia de identificaciones tradicionales, una comunidad con violencias, confrontaciones, delitos y miedos que resultan epocales y se dan tanto en México, París como en Moscú al ritmo de una misma música y con las mismas marcas de cervezas.

Variables frente a las cuales la Argentina –como en muchas otras circunstancias– se piensa única en sus precariedades y dolencias. Aunque no deja de ser siempre un ejemplo típico: una monografía apropiada sobre lo que todo teórico europeo venía casualmente pensando: Tony Negri y Paolo Virno para los cacerolazos del 2001. Alain Touraine por derecha y Chantal Mouffe por izquierda en cuanto a la defensa de una democracia liberal estrecha o una democracia transformadora de las correlaciones de fuerzas

Enemistades/consensos

Como telón de fondo y con respecto a la Argentina electoral, en las tenidas de sobremesa se polemiza sobre dos formas actuales y criollas de pensar y hacer presente lo político. Por una parte el gobierno de Kirchner que planteó (y obtuvo réditos) de la política leída como confrontación de intereses. Como exposición bastante sobreactuada de los conflictos que atraviesan lo nacional, para señalar que democráticamente hay proyectos y sectores adversarios incompatibles. Que en toda batalla de poderes que realmente afectan situaciones establecidas debe aparecer el “nosotros y ellos”, los amigos y enemigos.

Frente a esta política de tensión, un extendido credo liberal republicano se rehúsa pensar lo político básicamente desde la concreta densidad social. Rechaza el enfrentamiento político de intereses como eje de actuación, también la disparidad fuerte, en tanto plantea la perennidad de la lógica económica imperante. No compete a la política refundar tal mundo previo al mundo, sino aplicarse a una buena gobernabilidad globalizada. Se trata de predicar la necesidad de gestionar adecuadamente el modelo y alcanzar un consenso donde los actores sociales –dominantes y dominados, hegemónicos y subalternos– acuerdan un país que conforme a todos sin modificar el clásico establishment de los poderes.

Estas diferencias precipitan día tras día sobre la tonalidad que adquiere el actual sendero hacia las urnas. Un kirchnerismo acusado de hegemonista, duro, no dialoguista, autoritario, peleador, montonero, demagógico, setentista, pendenciero y autista en sus propósitos. Y una oposición tildada de sin perfiles, componedora de siempre lo mismo, con un elenco de variedades del statu quo, simplemente contrakirchnerista, mejunje postideológico, incapacitada para pensar de otra manera lo nacional establecido, que licua toda línea divisoria entre izquierda y derecha y carece de programa alternativo.

Cultura/política

El país “se deshace” todos los días. Se queda “sin electricidad”, “sin gas”, “sin petróleo”, “sin aviones”, “sin Poder Legislastivo”, Vuelven los secuestros de los grupos de tareas. Prohíben la soja en el planeta. No sobrevivirá ni el más cándido inversor foráneo y los hielos antárticos derretidos taparán hasta la costanera correntina. Se hace evidente el peso cada vez mayor que juega la dimensión cultural en el proceso de la política. Una interminable contienda cultural define hoy el destino político de las sociedades, en cuanto a construcción de mundos simbólicos, de reyertas de representaciones, de gestación de imaginarios circunstanciales, de enfrentamientos por otorgarle determinadas connotaciones a cosas, actores y circunstancias.

Esta dimensión cultural va asumiendo cada vez más un perfil autónomo con respecto la propia (buena o mala) realidad económico-social de los sujetos. Una imagen, una escena, la construcción de un verosímil, el armado informativo, la capacidad de producción inmediata de sentido común, de estados de ánimo tan anonadantes como breves, de creencias en cualquier posibilidad, son políticas que superan “anticuados” antecedentes de actuación cívica, biografía de referentes políticos, estado de los partidos, programáticas escritas y el gris accionar de diputados y senadores.

El ciudadano va siendo una pura hechura cultural. Nuestra campaña electoral entre oposición y gobierno se ve permanentemente armada hoy por estas atmósferas, climas, campanas humorales como creación ficcional que atañe al “bien público”, “la seguridad”, “la violencia”, “la corrupción”, “el delito”, “la educación”, “el orden”, “el aborto”, “el caos”, “la justicia”, “la memoria”: instancias todas estas que se convirtieron en géneros culturales, en nichos estéticos mediáticos donde la política se ve obligada a anclar diariamente para hacerse audible.

El político sueña solamente la pantalla. La agenda pareciera que la maneja una suerte de niebla massmediática, no las reuniones de los representantes. Y desde esa lógica que les despertenece, oficialismo y oposición intentan hacer oír su palabra. Mientras que una política anacronizada sigue pensando a la cultura como la trilogía de bellas artes, campo intelectual y academia, la cultura ha devenido el espacio único que le dice a la sociedad cómo debe actuar. Efectivamente, cómo ser actores. Y en qué lugar del escenario o las butacas debe sentarse el político.

En el proceso electoral argentino esto se verifica en tanto son mundos enrarecidos, simbólicos, mitos, miedos, déjà vu, réplicas y fantasmas los que deambulan entre nosotros: montoneros, Hitler, Mussolini, Menem, Ceaucescu, Unión Democrática, dictaduras, gorilas del ‘55, Malvinas, 2001, como acontecimientos no que sucedieron, sino que suceden: que están siempre por suceder(nos).

Cercano/lejano

La presente campaña política, siempre un poco más que la inmediata anterior, apuesta todos sus reales a las encuestas. Todo propietario de una de estas empresas auscultadoras es hoy Friederic Hegel en 1807 camino hacia la imprenta para depositar sus originales de La fenomenología del espíritu: es portador del secreto de lo actual. No poca cosa. Todo, en este mayo del 2007, son rotativas de encuestadoras imprimiendo resultados de consultas que simulan anticipar el final en varias semanas con ese mal gusto de contar la película.

Sin embargo, la actual sociedad de mercados, públicos, plateas y audiencias –ya no de masas aglutinadas estilo siglo XX– es hoy una extraña distancia. Distancia social y de convivencia que se intuyen. Que se olfatea de una vereda a la otra. Lejanías y cercanías que percibimos desde las perfumadas brumas de una razón intelectual. Así como indudablemente no hay una sola inflación sino muchas, altas y bajas, es decir hay distancias entre un restaurante o mercadito de Palermo o de Los Polvorines y no tiene nada que ver una inflación con la otra, así también la campaña electoral se desgrana en círculos y más círculos concéntricos que distancian universos sociales de apreciaciones.

Curiosamente, esta campaña electoral bajo signo del gobierno kirchnerista recobra, en plena “posmodernidad de nuevas sensibilidades y subjetividades locas y libertarias”, una suerte de recepción de los mensajes políticos socialmente clasista –al estilo 1950 con el combinado musical y la permanente– donde no se puede saber muy bien qué piensa el otro distante. O se sabe. El otro es el otro, para todo interesado de barrios pudientes leyendo todavía con fruición ese raro objeto llamado diario impreso, y que piensa sobre qué votará “el otro”. Al otro casi nunca se lo imagina con precisión. Algunos aventuran que en el tercer milenio sigue siendo morocho.

La campaña, sumergida en mediciones, discrepa entonces entre los círculos medios que uno frecuenta (porque uno es círculo medio) y lo que se extiende como inmenso y auténtico grueso del país con otro tipo de sabidurías, artes y discernimientos en cuanto a por qué cosas guiarse para el día de las urnas. De ahí las permanentes diferencias entre los porcentajes que obtiene Kirchner y la oposición en aquellas distancias sociales fabuladas y encuestadas, y las que uno obtiene en lo cercano, cuando comparte los scones del té de las cinco de la tarde con conocidos y pares.

Política/antipolítica

Toda discusión sobre las elecciones en estos días puede devenir rápidamente en una ceremonia de sacrificio expiatorio: el político sobre la piedra ritual a punto de ser diseccionado por granuja y malandra. La campaña electoral vuelve a estar impregnada de una fuerte tendencia silvestre antipolítica, conjunto social variopinto que igual va y vota. Desde el 2000 se trata de un ciudadano urbano que fue convirtiendo a los comicios en una ventanilla de pago: experiencia cautiva en la que tiene que hacer cola.

Una antipolítica que reconoce el alto déficit y la corrupción de diversidad de representantes de la política argentina. Pero que en lo profundo e ideológico tiene que ver con otros motivos. En principio forma parte de una vasta cultura antipolítica dominante: la de situar a la política como intrusa, invasora, inconveniente, obstaculizadora del libre juego económico del mercado, como plantea un neoliberalismo triunfante de manera rotunda en las últimas tres décadas capitalistas. Ideología que se fue destilando de mil maneras distintas hasta transformarse en sentido común pletórico: el político es imprevisible, en realidad estaría de más en una sociedad compuesta por empleadores y empleados con “una explotación igualitaria” para todos.

La derecha económica consciente o inconscientemente apuesta a una extinción de la política inmanejable. La izquierda radical comparte ese embate, en tanto para ella representa un mundo burgués indiferenciable que simula pelearse entre sí. Mucho comunicador massmediático con una alta carga de irresponsabilidad lo patrocina y exacerba cotidianamente en una suerte de apuesta al abismo. El camino al sufragio 2007 sufre de este síntoma cualunquista, bastante estudiado últimamente, de claros tintes neofascistas y que remite a la Italia de posguerra y a la Francia de los años ‘50 donde un moralismo patologizado apuesta a un mundo de orden, de mítica “honestidad” cristiana, de autoridad, disciplina, sin generadores de conflictos, sin ideologías “ocultas” ni representantes ladrones elegidos por las turbas clientelísticas. Un recetario que también late en nuestros pantanos telúricos y hace 25 años que yace extrañamente adormecido.

Derechas e izquierdas

El actual itinerario hacia el voto también contiene otra discusión fuerte que pude comprobar en charlas en Buenos Aires y en distintas ciudades del país en estos últimos tiempos. Se postula el anarcronismo de hablar, en relación a los comicios, desde imaginarias derechas e izquierdas, cuando ya no serían tales ni esa topografía hubiese permanecido. Se dice: el kirchnerismo regresó al peronismo al centroizquierda del mapa pero con toda su derecha adentro. Se dice: las derechas defienden lo mismo que el progresismo en su crítica al gobierno. Todos apuestan a un mitológico “centro” que borraría cualquier huella de derecha e izquierda. La socialdemocracia es una derecha disfrazada. El populismo nunca llega a ser izquierda de verdad. Las posturas radicalizadas de izquierda ya no regresan más políticamente al escenario histórico del mundo.

También sobre este tema, presente en el debate sufragista, el muestrario nacional sufre los avatares de un proceso de época internacionalmente más amplio y abarcador. La extinción de las derechas e izquierdas proviene de un victorioso tiempo cultural neoconservador que se gesta desde finales de los años ‘70 y promulgó el fin de las ideologías, luego el fin de las contraculturas protestatarias, también el fin de la historia, y finalmente el fin de la lógica del conflicto político para sustentar las democracias republicanas liberales.

Proceso de matrimonio entre el libre mercado y este haz de ideologías reactivas a toda transformación social, que se alimenta de la caída de los tétricos stalinismos y socialismos reales, del giro del PC chino hacia el capitalismo, y de una lectura de las socialdemocracias intelectuales europeas que con justicia condenaron la modernidad política del siglo XX en tanto apogeo y ocaso definitivo de las derechas e izquierdas totalitarias.

Pero de manera paradójica la presente escena argentina se encuentra atravesada permanentemente por posicionamientos de izquierdas y derechas casi al desnudo. Mientras se repite –como una letanía supuestamente “sin dueño”– el fin de las derechas y las izquierdas. La campaña electoral vive a diario esta presión atmosférica: desde una lectura divergente sobre alianzas latinoamericanas, hasta lo propalado por un simple programa de radio, o la manera de agarrar un tenedor en la mesa: son actos que en la Argentina exponen una tensión ideológica, política y cultural que remite claramente a izquierdas y derechas. Frente a una huelga, una marcha, un paro de transporte, un piquete, en cuanto a si permitirlo, legitimarlo, prohibirlo o reprimirlo. Un diálogo cotidiano entre argentinos que discrepan duramente.

Frente al delito social, la seguridad, la intervención policial y judicial, el tratamiento con la juventud, las políticas de salud reproductiva, las conductas sociales de la mujer, se respira derecha e izquierda a veces de una forma nauseabunda. Frente a políticas con respecto a las Fuerzas Armadas, los derechos humanos, el juicio a los represores, la memoria de la historia contemporánea, el peronismo, los sectores ganaderos, las privatizadas y sus tarifas, los monopólicos fijadores de precio, la Iglesia de un papado reaccionario, frente a cualquiera de estas cosas el conjunto de la realidad se agrieta de manera grosera entre derechas e izquierdas ideológicas nativas. Este sin duda es otro vector fuerte, trascendente, de un territorio electoral que pisa el sujeto votante y que muchas veces las urnas no despejan ni habilitan del todo como manifestación clara.

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