Lun 21.05.2007

EL PAíS  › OPINION

Convivencia

› Por Eduardo Aliverti

La agresión a la hermana del Presidente desató justificables condenas. Hay quienes unos días después deslizaron la especulación de un episodio armado por el propio oficialismo, con el objetivo de victimizarse. Pero, aun si se quisiera contemplar como evaluable tamaño operativo maquiavélico, no varía en absoluto que la patoteada contra Alicia Kirchner es efecto y nunca causa. Suena extremadamente obvio, pero pasó que el grueso de la energía periodística, o analítica en general, derivó hacia harina, huevos y tirones de pelo, en reemplazo de la auténtica obviedad: tanto como una lucha desperdigada, Santa Cruz o al menos Río Gallegos es un lugar en combustión, por cierto que sólo hacia adentro; y salvo la hipótesis del “autoatentado” (que este periodista descarta), la hermana de Kirchner no tomó nota de hasta dónde llega esa ebullición.

Es decir, un considerable grado de autismo, sea que no previó lo que sucede como clima o fuere que no calculó el grado de articulación de sectores o grupitos radicalizados (conscientes de que amaina la tormenta y tienen los dos o tres votos de siempre). En cualquiera de todos estos casos, la agresión a Alicia K nunca debería haber sido el centro de la cuestión. Pero así fue, arrastrando al olvido mediático que el origen es objetivo: ese básico humillante que ganan (¿?) los docentes y empleados públicos santacruceños. Dicho sea de paso, el rechazo a la oferta de aumento y el paro de base en los subtes originaron un clima de rechazo: se considera excesivo lo que ganan y lo que pretenden. Al margen de que las bases no siempre puedan tener razón, ¿el debate debe pasar por la justicia del reclamo de los trabajadores, en lugar de las andanzas de quienes cortan la torta?

Por la misma vía, no debería poder creerse que el centro de los incidentes en Constitución haya sido o haya pasado por la presencia de “activistas”. Como en el caso de la apretada física a la hermana del jefe de Estado, está claro que en momentos de violencia retroalimentada aparecen voluntades orgánicas o inorgánicas dispuestas a pudrir todo más de lo que está. Pero primero está podrido viajar como ganado de segunda para ir a trabajos de cuarta y para que encima los trenes y la estación de tren sean un campeonato de catch, todos los días. ¿Es cierto que la infraestructura de transporte en la urbe neurálgica requiere de más tiempo para adaptarse a la recuperación laboral, porque viaja el doble de gente que hace unos años sobre los mismos soportes viales? Es contundentemente cierto, pero eso no justifica que no se lo explique; que no se difundan los planes de corto, mediano y largo plazo que puedan haber (¿hay?) para revertir la situación; que en vez de eso el Presidente salga a prevenir sobre la patada en el culo que les dará a los empresarios que no invierten, mientras queda claro que la reanimación de la economía no llega a la vida cotidiana de la gente común.

Esta semana fue al respecto la más tensionada del año, si es por lo que se vivió en la sede de Dios: incendio humano por el tren, paro de subtes, colapso de tránsito, aviones en duda, un nuevo apagón. ¿Dónde queda el discurso de que estamos mejor? Pues en algún lugar donde estar mejor no significa vivir mejor. No puede haber milagros, por supuesto, ni Kirchner es mago, ni ningún gobierno lo sería. Pero hay una suerte de plácido descanso en la luna de miel de la reactivación de los grandes índices económicos, como si eso no despertase el choque con trabajadores que quieren ganar a tono con el palabrerío oficial, y con ciudadanos que se hartan de ser de tercera en el trato diario, y con marginales a quienes no se les demuestra que vale la pena esperar otro destino.

¿De qué hablan los medios, en cambio? De violentos, de paros salvajes, de activistas, de lúmpenes. La derecha –porque los grandes medios son eso, la derecha– no puede saltearse avivar ese “peligro”, pero, claro, en lugar de entrarle al kirchnerismo por la contradicción entre postulados y redistribución de la riqueza, lo hace desde su ausencia de “calidad institucional”; desde el autoritarismo presidencial; desde todo eso que a la mayoría le importa tres pitos porque ha sido lo que siempre usó ella, la derecha, para justificar golpes de Estado, tortura, desapariciones, desestabilizaciones.

Le echan la culpa a Kirchner porque putea a la Iglesia, a los ganaderos, al empresariado parásito del Estado, a los ’90, a “la prensa libre”. Pero Kirchner tiene razón en todo eso y, como “la gente” lo percibe, ganará las elecciones. Porque no hay quienes lo corran por izquierda, que sería el mejor modo de entrarle a Kirchner. Los grandes terratenientes acaban de hacer un paro, encabezados por un tipo, Pedro Apaolaza, titular de Carbap, que mandó un aviso fúnebre a La Nación conmovido por la muerte del represor Luis María Mendía, miembro de la entidad ruralista y despachador de prisioneros al mar. Ahí están, eso son. Con opositores así, ¿para qué querría Kirchner inventarse o estimular otros mejores? Linda ecuación: a la derecha son unos esperpentos y a la izquierda hay creyentes de que es el enemigo.

No faltan motivos para que unos y otros sigan enojándose. Scioli es el candidato en la provincia de Buenos Aires, y parece que se arma un “frente” (Blumberg, Macri, López Murphy) en contra de él. Es decir, una alianza contra alguien con quien están ideológicamente de acuerdo. Así de vacía está la política argentina, en cuanto a con quién identificarse. Por ahora, a Kirchner le sirve porque en ese mundo mezclado gana quien gobierna. Todos demuestran ser peores que él o no tan buenos como él, según cada quien quiera verlo, o ninguno asegura que administraría mejor porque no se representan más que a sí mismos: ni partido tienen.

Cabría suponer que mucho de eso juega entre el olor cada vez más intenso de los malhumores sociales y la intacta popularidad del oficialismo, sin que por “popularidad” se entienda “apoyo” –como hacen las encuestas– sino descarte. O indiferencia condescendiente. Y en el plano institucional ocurre otro tanto. El caso Skanska da toda la impresión de ser una bola de nieve y ya toca formalmente nada menos que a la puerta del despacho de Julio De Vido, pero nunca ocurrió que la mayoría de los argentinos repare y decida su voto por factores de corrupción mientras la marcha de la economía (o las sensaciones económicas) goce de buena salud.

En el país de hoy, como se ve y hasta donde se puede ver, conviven sin mayores problemas la intranquilidad social o sectorial y la tranquilidad política.

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