EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
El video de campaña muestra a un hombre gordito que va recorriendo la ciudad, preguntando a los vecinos cómo están las cosas. Están mal, se corrobora velozmente. La seguridad es el primer issue. “Dos veces me han robado”, se queja una mujer con flagrante aspecto de normal, de algo así como 70 años. “¿En la calle?”, indaga el reportero-militante-actor. “En la calle, a pleno día”, puntualiza la señora, quien luego explica que no sirve para nada hacer la denuncia policial. Un joven se queja de la inseguridad ante la cámara. La atribuye al exceso de inmigración ilegal. La narrativa, los reclamos resultan familiares al cronista. De pronto, una crítica se le piala porque un vecino refunfuña en catalán. Ocurre que la publicidad no es gauchita sino del Partido Popular (PP) de Badalona. Badalona (los admiradores de Joan Manuel Serrat lo saben) es una ciudad catalana. Según canta el Nano es bonita, con playa y rambla “arborizá”.
Si se abstrae el color local, el discurso parece haber sido dibujado para Mauricio Macri por Jaime Durán Barba, ese creativo ecuatoriano tan PRO. Las campañas tienen ese no sé qué, cada país es un mundo pero hay constantes que, ay, escapan a muchos análisis manidos y perezosos.
El video, presentado en combo con otros de una batalla despiadada, puede verse en www.telecinco.blogspot/crispación.
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En mayo hubo elecciones comunales y autonómicas en España. En Francia se eligió presidente. Las acusaciones, en ambos países, fueron durísimas. Ségolène Royal recibió numerosos embates machistas, se bastardeó una foto que la mostraba en la playa, en malla. Su relación de pareja y la de su contrincante principal Nicolas Sarkozy se zarandearon acá y allá.
En un sonado debate por tevé el candidato del PSOE a alcalde de Madrid, Miguel Sebastián, blandió una foto de una mujer y le preguntó a su rival, Alberto Ruiz-Gallardón (del PP) qué relación tenía con ella. Gallardón iba por la reelección, llevaba una ventaja apreciable en las encuestas. La mujer era una ex amante del alcalde, implicada en un escándalo de corrupción. Gallardón acusó a su contrincante de inmiscuirse en la vida privada, Sebastián adujo que no se hablaba de intimidad sino de corrupción. Los populares se dieron por ofendidos mientras divulgaban off the record rumores sobre la vida sexual de Sebastián. Alegaban “esto lo sabemos, pero no lo contamos”. El público recibió toda la data, de una y otra trinchera.
Los diarios se alinearon en función de sus posturas ideológicas. El ABC, periódico de derechas, por caso, publicó un editorial titulado “El caballero y el rufián”, adivinen quién era quién. El ABC reproducía en su página on line los blogs de los candidatos y decidió descolgar el de Sebastián por juzgarlo indigno. Gallardón revalidó holgadamente en las urnas y pinta para ligas mayores en el PP, pero no es ése el punto de esta columna.
El punto es que las campañas son tremendas en el primer mundo, a menudo más brutales que las de acá. Mucho se dirime, es un buen motivo. Otro, la belicosidad busca conservar la atención del público que se dispersa atraído por la competencia desleal de los Tinelli, del Barça, el Real o Boquita, de los crímenes en los countries, los toros o el aumento de las crêpes en la vía pública.
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En muchos sitios la derecha gambetea asumirse como derecha. Es una doctrina PRO, de alcance global. Mariano Rajoy, actual líder del PP, un facha hasta por portación de aspecto, define su programa como “centrista liberal”. Luego habla todo el tiempo de seguridad y despotrica contra los inmigrantes.
Las izquierdas no ocultan su prosapia, antes bien Royal y Tony Blair la reivindican. Su flaqueza no es el escamoteo. Eso sí, les cuesta justificar que están en línea con su tradición. Blair se esmeró en probar que había hecho un gobierno más progresista que cualquier otro en la historia de las islas, que cualquier otro europeo contemporáneo. El sociólogo Anthony Giddens le dio letra y “chapa” a ese discurso.
Todo modo, en el mundo primero, los planteos y la estética de las derechas imposibilitan olvidar que son derechas, no más. Y no siempre es fácil para las izquierdas probar que siguen siéndolo.
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“La sociedad” se ensimisma con el sufrimiento de los encerrados de Gran Hermano. “La gente” se identifica con jugadores de fútbol ricos y exitosos que lloran y gimen porque ganan o pierden. Las bromas futboleras son crueles. Esa estética expresiva –pontifican varios comunicadores– no se extiende a la política. Es algo inexplicable porque la política es más grave que otras competencias. ¿Por qué restarle énfasis, pasión, firmeza, diatribas?
La casuística comparativa, ya se dijo, comprueba que cuando están en juego poder, valores e intereses la lucha es cruel y es mucha.
Hablar de campaña sucia en Capital es, francamente, una desmesura. La discusión no ensucia la campaña, las denuncias tampoco salvo que sean falsas o que se inmiscuyan en la vida personal de los candidatos o de terceros. Equiparar denuncias a campaña sucia es una estratagema poco seria, hasta artera.
Por cierto, no todo fue de alta calidad, tampoco ejemplar. Los porteños asistieron a episodios penosos y berretas: el más repetido fue la publicidad anónima que buscó salpicar a los tres candidatos que sacaron más votos. Las sospechas, consiguientemente, se prorratean entre ellos.
Pero los cuestionamientos al noventismo, al clientelismo, al pasado de cada cual, a encuestadores, a los punteros, son válidos y hasta necesarios. Los modales con que se emiten y su pertinencia habilitan juicios críticos y quedan a merced de los votantes.
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Otro mito urbano, bien de moda, es el que prescribe la abstinencia electoral del Presidente. Nada similar sucede en otras comarcas. Los especialistas en ciencia política se avienen cada vez más con la idea de “la campaña permanente”; la legitimidad de los gobernantes se pone en disputa día a día, desde el inicio. Repasemos ejemplos fáciles de corroborar.
- José Luis Rodríguez Zapatero y Rajoy se implicaron con patas y todo en las elecciones locales. Luego polemizaron acerca del impacto nacional del resultado (el PP sumó más votos, el PSOE ganó más bancas o gobiernos).
- La derecha chilena comenzó su campaña contra Michelle Bachelet apenas asumió la presidencia. No le dieron cinco minutos de convivencia ni de diálogo, ni de Moncloa trasandina. Su lectura es que se equivocaron cuando no hicieron lo propio contra Ricardo Lagos.
- Las perspectivas futuras de Gordon Brown, el premier inglés que pretende suceder en el liderazgo laborista a Blair, se complicaron porque su partido hizo sapo en una elección regional en Escocia. Hay razones que tributan al sistema británico, pero el caso es extrapolable tomando razón de las diferencias. La norma empírica es que un traspié electoral propaga sus efectos más allá de lo que, formalmente, está en disputa.
La oposición espera un triunfo de Mauricio Macri para proponer una recomposición del tablero nacional. El propio presidente de Boca sinceró ayer que, desde el 25 de junio, se abocará a construir una coalición opositora. No es descartable, al menos en el terreno de la especulación, que su candidatura presidencial integre el menú de discusión pública desde entonces.
No es fair play sino mala fe (o una sandez mayúscula) pedirle a Néstor Kirchner que se abstenga de intervenir en un escenario que puede proyectar consecuencias tan decisivas.
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Bastantes rémoras tiene el sistema político para añadirle una comparación imposible con un ideal inexistente, de fábula. ¿Cuál será la razón que motiva la reiteración de esos embelecos? ¿La astucia electoral, la mala fe, la carencia de conocimiento básico? Seguramente de todo hay, como en las viñas del Señor. El lector dirá.
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