Lun 02.07.2007

EL PAíS

La vida de Fanchiotti en la cárcel evangelista

El ex comisario condenado por el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán está en una prisión de seguridad atenuada y autodisciplina. Estudia y hace ejercicio.

› Por Adriana Meyer

Anda cabizbajo, casi encorvado, por los pasillos de la Unidad 25 de Olmos y su figura parece aún más pequeña de lo que es. El ex comisario Alfredo Fanchiotti, uno de los policías condenados a prisión perpetua por el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, es parte de la población carcelaria de esa prisión de seguridad atenuada y autodisciplina, la primera íntegramente evangelista de Argentina. Los 212 internos gozan de derechos que, en comparación con la situación de los tumberos de otros penales, aparecen como privilegios: visitas frecuentes sin requisa violenta, y seguridad para su propia integridad física. A cambio deben cumplir una estricta e intensa rutina de ejercicios religiosos, salvo Fanchiotti, que no participa de las actividades colectivas. Uno de sus actuales compañeros lo reconoció como “el cana” que lo “molió a palos varias veces en la comisaría de Avellaneda”. Sólo el espíritu evangélico que se respira allí lo salvó de una venganza, algo que no pudo evitar durante su encierro en la cárcel de Magdalena.

El represor

Fanchiotti integra un grupito de presos que cursan estudios universitarios. Además, mata el tiempo haciendo ejercicio: corre por el patio vestido con ropa deportiva. El sitio donde cumple su condena podría definirse como VIP, no por lujoso sino por cómodo. No hay celdas sino habitaciones y el ex comisario comparte una de ellas sólo con un preso. Toma mate y mira los juegos de pelota-paleta que se arman en una cancha de cemento. No participa de ninguno de los rituales religiosos de la cárcel, que son obligatorios para todos los demás.

En su paso por la cárcel de Magdalena se habría querido hacer el “poronga”, y otros policías presos allí le recordaron a cachetazos que ya no es comisario. Otra versión recogida por Página/12 relata que los presos lo reconocieron y le dieron una paliza. En cualquier caso, le sirvió para obtener el traslado. En la U25 también lo reconocieron. “Este tipo me cagó a palos mil veces en mi vida, y en la cárcel común ya lo hubiéramos liquidado, pero ya me curé de mi revanchismo”, le contó un interno a otro. Tras la masacre, un decreto del ministro León Arslanian lo dejó sin destino en las filas policiales. Recién dentro de 20 años estará en condiciones de pedir su libertad.

El profesor

El traslado le dio a Fanchiotti el ámbito propicio para estudiar Derecho. Pero el docente que le iba a tomar su primer examen se negó a hacerlo.

Esteban Rodríguez Alzueta acudió puntual al Centro Universitario que funciona en la cárcel de Olmos. Miró la lista de alumnos inscriptos para ser evaluados y cuando llegó a la letra F no lo pudo creer. El ex policía estaba esperándolo en la oficina de guardia, conversando con los empleados del servicio. Cuando llegó el profesor, le tendió la mano pero Rodríguez Alzueta se quedó paralizado, y al instante siguió de largo. Unos minutos después decidió llamar a la coordinadora de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata y le explicó que no podía tomarle examen a Fanchiotti por ser integrante de una ONG (el Centro de Investigación y Acción Jurídica), que había intervenido en el juicio por la masacre del Puente. La coordinadora le respondió que comprendía la situación y agregó que la Universidad pondría otro profesor. “No le voy a tomar examen, no corresponde y estoy comprendido en las generalidades de la ley...”, explicó el profesor. Fanchiotti se iba transformando a medida que escuchaba cómo se desvanecían sus expectativas. Era su primera materia y se había puesto traje para la ocasión. “¡Usted no tiene moral! ¡¿Cómo puede ser profesor?!”, le gritó el ex policía cuando reaccionó, y le agregó varias puteadas. El docente se fue de la cárcel con imágenes del pasado: la creación del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) Aníbal Verón, donde conoció a Darío Santillán.

La cárcel

A las seis de la mañana los presos se arrodillan, gritan “aleluya” y dan gracias a Dios por un nuevo día. La escena se repite varias veces al día. En Cristo, la única esperanza, tal el nombre de la Unidad 25 de Olmos, hay condenados por delitos “pesados”, que en el resto del penal llaman “los hermanitos”. El alcohol y las drogas están ausentes, tanto como la televisión y la radio. Las reglas son diferentes y el sistema de castas no se define por el delito cometido, sino por el fervor religioso y el cumplimiento de las tareas que imponen los pastores. Una organización piramidal de siervos mantiene a los evangelistas informados de cualquier violación a las normas. Y si esto ocurre el destino no es una celda de castigo sino la expulsión de la unidad.

Los beneficios no tienen que ver tanto con el acceso a telefonía celular, televisión o Internet sino con un régimen de visitas flexibles, que en algunos casos no son requisadas, apenas un vistazo al bolso o cartera. Saben que algo ilegal, como drogas, significaría el traslado inmediato del novio o familiar detenido. La tumba de los hermanitos es una cárcel donde los presos estudian teología bíblica, limpian y cocinan, donde se fabrican guantes, se producen hortalizas y funciona una escuela primaria. En medio de ellos, pasa Fanchiotti y saluda entre tímido y miedoso.

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