EL PAíS
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Reconstruir el nosotros
Por Ariel Schifrin*
En los ‘70, lo que llamábamos el campo popular sufrió una derrota política aplastante. Quedó un vacío generacional que recién hoy comienzan a llenar nuevos actores, tras dos décadas de individualismo cultural y democracia meramente delegativa. Su hijo bobo, el cuentapropismo político, es un oficio que no sufrió el desempleo. Más de un vivo (y no pocos tontos) se aseguraron cierta presencia estable en los asuntos públicos encolumnándose de modo acrítico detrás de alguna figura con capacidad de convocatoria mediática. Y así, cada día hubo menos militantes y más equilibristas, que se dejaron llevar por la inercia de una cinta transportadora a la victoria: si el referente acertaba y subía puntos en las encuestas, todo iba fenómeno. La política, entonces, quedaba atrapada entre entornos y operadores que se enchufaban a la realidad virtual de las encuestas, se desligaban de cualquier acto de voluntad propia, se enajenaban del barrio y de los amigos y pulsaban la opinión de la “gente” por los comentarios de sus familiares en los almuerzos domingueros.
Una licencia personal a modo de ejemplo (y terapia): qué pasaba con el rol del operador político. Así me definían algunos, y se quedaban mirándome como si fuera el brazo ortopédico de alguien (preferentemente el derecho). Por eso, cuando opinaba sobre un tema, suponían que era la opinión del referente; cuando imaginaba, era porque me mandaba a imaginar el referente y así de seguido. La conclusión es que para ellos ya no era yo y por lo tanto tampoco representaba –aunque lo deseaba– una causa común. Y las cosas salían mal porque en lugar de debatir y enriquecernos, todo empezaba y terminaba en el referente. El ya mítico 20 de diciembre dejó al descubierto muchas cosas que permanecían dormidas, que no veían la luz porque se había conseguido, desde el poder, encerrar a los conflictos en las casas. Se había fragmentado a la sociedad en millones de voluntades que discutían qué hacer en privado. El “Nosotros” estaba aletargado.
Seis meses después, con dos gobiernos renunciados y con Duhalde constipado en la Casa Rosada, ese “Nosotros” está renaciendo. Se hace política en las asambleas barriales, en las esquinas, en los comedores infantiles, en los piquetes, en el trueque solidario y desde decenas de nuevas manifestaciones. La gente desborda la burocracia de los escritorios y se reorganiza el “Nosotros Social” en pos del trono vacante.
Aunque con atraso, también la militancia política busca su propio 20 de diciembre. Al “Que se vayan todos...” esgrimido por la sociedad se le esbozan respuestas institucionales, el cese y caducidad de todos los mandatos, entre ellas. Desde la gestión misma, muchos funcionarios intentamos romper el corralito mental para ver al “Nosotros Político” como algo posible. Y ensayamos devoluciones como el Presupuesto Participativo que, por supuesto son imperfectas, pero adquieren su propia dinámica en manos de los vecinos. Se puede decir que, entre las miles de cosas que han cambiado, también hay una renovada construcción filosófica-ideológica de la figura del político militante. El reencuentro es de generaciones e historias de vida. De los que habían dejado la militancia hace tiempo y la retomaron en enero en una plaza; de los que persistieron sin ponerse colorados. Curiosamente todos (con más o menos optimismo) deseamos y empujamos la integración de una coalición política y social, nacional y popular, de redistribución del ingreso, de inclusión ciudadana y de renovación institucional. Queremos transitar con dignidad estos tiempos de miseria devastadora.
El porvenir traerá nuevas respuestas. Pero hoy sí sabemos que vale la pena reconstruir el “Nosotros”. Más temprano que tarde los argentinos merecemos tener un gobierno legitimado democráticamente por las mayorías, y apoyado en la militancia cotidiana de todos los compañeros.
* Vicepresidente del Frente Grande porteño y Secretario de Descentralización del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.