EL PAíS
› LO QUE HARIA RODRIGUEZ SAA PARA LLEGAR AL PODER
De las Madres al “Ñato” malo
En su minipresidencia, el puntano recibió a Hebe de Bonafini. En las antípodas, ahora firma programas con el carapintada Rico, especulando con ganar votos en la provincia. Un perfil de un personaje y una política.
› Por Miguel Bonasso
La flamante sociedad política de Adolfo Rodríguez Saá con Aldo Rico redescubre lo que ya se sabía sobre el puntano y había quedado tapado por la desmemoria nacional y el sonido y la furia de su ajetreada semana como Presidente: que para llegar es capaz de cualquier cosa. La que le cuadre mejor en un determinado momento. En su minipresidencia recibió a la Asociación de Madres de Plaza de Mayo; en campaña se asocia con ese “Ñato” al que Hebe de Bonafini calificó alguna vez como “asesino, torturador, violador y golpeador”.
La propuesta de llevar a Rico como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires demuestra que “el Adolfo” comparte la premisa cambalachera que Carlos Menem llevó al paroxismo: “Todo es igual, nada es mejor, los inmorales nos han igualao”. Y anticipa un probable y considerable declive en las expectativas electorales del hombre de San Luis.
Porque no siempre los oportunismos son recompensados con el éxito. Sobre todo cuando media la incontinencia oral de un antiguo comando. A fines de 1999, Carlos Ruckauf llegó a la gobernación de Buenos Aires con su promesa de “meter bala a la delincuencia” y pretendió subrayar la seriedad de sus intenciones letales nombrando al intendente de San Miguel como ministro de Seguridad.
Tres meses más tarde debía cesantearlo, abrumado por los papelones que le prodigó el hombre de la voz cuartelera y la nariz achatada. El delito seguía tan campante, administrado por los propios “patas negras”, pero las acciones políticas del hombre que ríe estaban a la baja.
El 4 de enero del 2000, con su estilo de coronel wagneriano, el “veterano” descendió sobre Pinamar a bordo del helicóptero “El Bonaerense”. Allí, en plaza tan poco propicia, le espetó con gracejo cuartelero a tres reporteros gráficos: “¿Para qué quieren más fotos? ¿No les alcanzó con las que ya hicieron? ¿Ustedes se masturban con las fotos?” Molesto por la mala onda del nuevo tutor de la Bonaerense, el fotógrafo de Noticias, Federico Gustavino, le dijo: “Quédese tranquilo, nosotros sacamos fotos, no escribimos”. Rico le retrucó, mostrando los dientes: “Ustedes son peores. Les voy a mandar a la policía para que los persiga”. Eugenia Cerutti, la fotógrafa de Clarín, lo puso en caja: “¿Dice eso en esta ciudad, donde pasó lo de Cabezas?” El ministro, sin abandonar sus aires de matón, se alejó con un balbuceo incomprensible, recordando recién entonces la imagen de un auto incendiado en una cava.
El escándalo subsiguiente le arruinó la sonrisa a Ruckauf. “Lo puse para perseguir delincuentes y no periodistas”, dijo el ahora canciller, olvidando que el personaje –neto producto de la Argentina de las corporaciones– odia a la “corporación periodística”. Esta misma semana, por cierto, revalidó ese odio proponiendo que se derogue el Estatuto del Periodista proclamado por Juan Perón en su primer gobierno. Un deseo que no se compadece mucho con el ideario “nacional y popular” que enarbola Rodríguez Saá.
Rico, obligado por el gobernador, se disculpó a regañadientes con los fotógrafos amenazados y avanzó hacia un nuevo blooper, que sería el definitivo. Dos meses más tarde, en Paraná, fue detenido Carlos “el Indio” Castillo, un represor y matón del sindicato marítimo al que se acusaba ahora de intentar asesinar al intendente de la localidad correntina de Monte Caseros. El “Indio” había estado junto al carapintada desde los primeros tiempos del MODIN, pero llevaba un tiempo enfrentado con el antiguo jefe por razones no muy claras.
En una operación mediática que le salió por la culata, Rico y sus operadores de prensa distribuyeron una foto en la que se veía al entonces presidente Fernando de la Rúa, escoltado por un guardaespaldas que parecíaCastillo. Al Gobierno no le costó mucho demostrar que mentía y que el custodio era el oficial principal de la Policía Federal Carlos Alberto Beraldi. De la Rúa montó en cólera y le exigió explicaciones al gobernador bonaerense por la ofensiva operación de su ministro de Seguridad.
Por si fuera poco, en esos días Página/12 publicó un reportaje que el periodista Daniel Enz le hizo en la cárcel de Paraná al “Indio”, donde éste negaba enfáticamente haber sido escolta de Fernando de la Rúa. De postre, el antiguo pistolero de extrema derecha enlodaba a Rico con una nueva referencia al supuesto acuerdo que distintas fuentes le han atribuido: haber vendido por 11 o 12 millones de dólares los votos del Modin para reformar la Constitución bonaerense y permitir que Eduardo Duhalde pudiera ser reelegido.
El “Indio” le dijo a Enz, grabador de por medio, que había participado en reuniones preliminares “con gente de Duhalde” y que había presenciado “dos entregas de dinero”.
Aunque hoy pueda parecer extraño, en aquel remoto marzo del 2000 Ruckauf trataba de quedar bien con De la Rúa y obligó a Rico a enviarle una carta de disculpas al Presidente, que éste no aceptó. Rico se cayó solo y tuvo que regresar a la intendencia de San Miguel, a ese territorio evocador de sus días de “gesta” en Campo de Mayo.
De allí saltó a la fama en la Semana Santa de 1997, cuando se convirtió en dirigente sindical de los torturadores que no querían ir a juicio y desafió con éxito al gobierno constitucional de Raúl Alfonsín. Por una paradoja clásica en la historia argentina, Alfonsín decepcionó al millón de personas que se habían movilizado en defensa de la democracia y viajó a Campo de Mayo para negociar con un puñado de embetunados a los que luego llamaría “héroes de Malvinas”. Tras las “Felices Pascuas” vino la sanción de la ley de “obediencia debida”. Pero a los carapintadas la agachada civil no les alcanzó y Rico lanzó la chirinada de Monte Caseros en enero del año siguiente. Antes de las acciones –que por suerte estuvieron más cerca de la comedia italiana que de la tragedia española– Rico había asegurado que un descendiente de asturianos no se rinde. Veinticuatro horas más tarde cambió de parecer y marchó cabizbajo y obediente al penal militar de Magdalena.
¿Por qué razón estos desarreglos institucionales lo habilitaron para considerarse una suerte de Mussolini criollo?, es uno de los tantos interrogantes que pueblan la historia argentina contemporánea. Lo cierto es que en muy poco tiempo, Aldo Rico y algunos seguidores que habían participado en la represión clandestina, como el torturador de La Perla Ernesto “Nabo” Barreiro, pusieron en pie el Movimiento por la Dignidad y la Identidad Nacional (MODIN) y alcanzaron un nada despreciable 10 por ciento de los votos.
En 1997, diez años después de aquel “Felices Pascuas” que le partió la columna vertebral al civismo argentino, Aldo Rico conquistaba electoralmente el municipio de San Miguel al calor de un espejismo reaccionario, como el que alimentó en su momento el ascenso en Tucumán del genocida Antonio Domingo Bussi: que por ser militares y no políticos garantizarían honestidad y transparencia.
Una serie de escándalos y acusaciones lo salpicarían durante estos años en el entorno administrativo y en el familiar. Uno de los más sonados fue el de Cop Petrol, la petrolera carapintada en la que la esposa de Rico, Noemí Crocco detentaba (hasta 1998) el 33 por ciento de las acciones. Sus dos yernos, el teniente primero (RE) Oscar José Alejandro Giuliani y el capitán (RE) Luis Octavio Manuel Soage, fueron gerentes de estaciones de servicio de la petrolera en Esquel y El Bolsón. La empresa fue investigada por inteligencia de la DGI por adulteración y contrabando de combustibles. Según el periodista Daniel Santoro, a la AFIP le intrigaba ¿cómo había hecho la esposa del intendente de San Miguel “para comprar acciones en unaempresa dueña de estaciones de servicio que no deben valer menos de 3 millones de pesos cada una?”
En el ámbito municipal se pierde la cuenta de las denuncias por compras directas sin licitación, como las que multiplicaron los gastos en medicamentos del hospital municipal Larcade, el mismo que fue ocupado con Rico con un grupo de matones para amedrentar a los médicos. A los que llamó “vagos y mentirosos”, por resistirse –entre otras cosas– a un posible proceso de privatización. A fines de 1999 el chatarrero Oscar Yanquelevich, acusó a tres lugartenientes del intendente de llevarle unos 500 vehículos supuestamente robados. Uno de los lugartenientes denunciados en esa ocasión, el también carapintada Gustavo Salerno, fue involucrado hace poco tiempo en el escándalo de los prostíbulos de San Miguel que le costó el cargo al propio jefe de la Bonaerense.
Tampoco el autoritarismo y los exabruptos verbales ayudarían a Rico a superar hoy en día el descrédito que anega a la inmensa mayoría de la clase política. La patoteada a los médicos del Larcade dista de ser una excepción. Los inundados de San Miguel aún recuerdan cuando les gritó “muertos de hambre” y “negros de mierda” y tuvieron que correr al ex teniente coronel a cascotazos. Tampoco queda claro cómo habría evitado la masacre de Avellaneda inmovilizando a los piqueteros con un pegamento que se vende en el primer mundo. Ni sus escabrosas sutilezas acerca de “delincuentes” y “carenciados”.
En el microclima especial de San Miguel, Rico sigue roncando junto a troperos y suboficiales, pero la sociedad argentina es algo más compleja que un cuartel y la vaga prédica “nacional y popular” del Ñato no le compensaría que a esta altura de la soireé le hagan hacer orden cerrado.
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