Vie 20.07.2007

EL PAíS  › FONTANARROSA Y EL FUTBOL, UN VINCULO INDESTRUCTIBLE

Un canalla querido por todos

Fana de Rosario Central, en sus charlas y presentaciones siempre se colaba el fútbol. Decía que su verdadero amor era la pelota.

› Por Juan José Panno

Feria del Libro del ’95. Mesa redonda. Panelistas: Roberto Fontanarrosa, Osvaldo Soriano, Juan Sasturain y Carlos Ferreira. El moderador –el autor de estas líneas– hace una breve introducción porque sabe muy bien a quién quiere escuchar la gente y presenta con cierto tono grandilocuente: “Fútbol y literatura”. Y deja la pelota picando para que alguno de los cuatro la agarre. La agarra Fontanarrosa:

–Fútbol y literatura. Ajá. ¿Y me querés decir quién cuernos va a hablar de literatura?

La experiencia en encuentros de este tipo lo había llevado a adelantar el final: panelistas y públicos envueltos en una discusión sobre el clásico del domingo siguiente, el entrenador de la Selección o la importancia de la táctica. En el medio, o antes, Soriano contó cómo cobraban vida sus personajes en el imaginario de los lectores que decían haber tomado parte de partidos que nunca se jugaron y el Negro Fontanarrosa deleitó a todo el mundo con cataratas de anécdotas futboleras que rozaban y realzaban la literatura.

El Negro Fontanarrosa futbolero de alma era, como se sabe, hincha de Rosario Central. Fana, mejor dicho. Tanto que alguna vez contó esta historia íntima:

–Yo duermo hasta el mediodía normalmente. Dos veces me despertó mi mujer antes de las 11 de la mañana. Una fue para decirme que habíamos invadido las Islas Malvinas. Y la otra para contarme que Maradona había firmado para Newell’s. No sé qué fue peor.

Era miembro de la OCAL, siglas que traducidas al lenguaje políticamente correcto significan Organización Canalla para América Latina, pero cuya verdadera identificación es conocida por todos en Rosario: Organización Canalla Anti Lepra. Como sea, siempre trató con respeto a los tradicionales rivales a quienes les dedicó un elogioso capítulo en el más futbolero de sus libros: “No te vayas campeón”, una suma de recuerdos, retratos y semblanzas de equipos memorables en la historia del fútbol argentino. El prólogo de ese libro cierra con una historia que vale como brillante minicuento:

–Recuerdo a Pisahuevo, un aguatero alto y pelado que tuvo Central durante mucho tiempo. La misma palabra “aguatero” remite a cosa del virreinato del Río de la Plata, a época colonial, a mulatos cargando barriles con agua, a pregones en la Plaza de la Catedral. Pisahuevo salía disparado desde el banco cuando caía algún jugador lesionado, corría algo desbalanceado (de allí su apodo) ante el clamor de la tribuna que lo ovacionaba y se mataba de risa. Nunca supimos por qué causaba tanta gracia, pero lo cierto es que, mientras más larga era su carrera, más éxito tenía. Un amigo opinaba que ya que constituía una atracción para la gente, Pisahuevo debía entrar a la cancha los 90 minutos y, en alguna interrupciones, debía jugarse el partido.

En un tono mucho más delirante la novela Area 18 cuenta la historia de un equipo armado por una corporación multinacional que acumula un gag tras otro, como en cada cuadrito de Inodoro Pereyra.

En una charla realizada hace tres meses en la Biblioteca Nacional, alguien hizo una extensa pregunta tratando de interpretar por qué ciertos escritores escogían como material de su narrativa cuestiones populares como el fútbol ante lo cual el Negro contestó con su habitual soltura:

–Yo escribo sobre fútbol porque me gusta...

En el sitio web de Fontanarrosa se puede leer una autobiografía impregnada por esa pasión que decía sentir.

–El pequeño Fontanarrosa se encuentra con su verdadero amor: la pelota. Va a la cancha por primera vez a ver un partido entre Rosario Central y Tigre. Si hubiera que ponerle la música de fondo a mi vida, sería la transmisión de los partidos de fútbol.

En aquel encuentro en la Biblioteca Nacional que formaba parte de un ciclo con reconocidos escritores, el fútbol ocupó también un lugar importante. El Negro elogió a Alejando Apo por la difusión de la literatura futbolera que hacía en aquel programa de radio que conducía los sábados, recordó a Osvaldo Ardizzone, a Dante Panzeri y a Enrique Estrázulas y contó algunas jugosas anécdotas de su relación con los lectores.

Una:

–De cada diez tipos que me ven por la calle en Rosario uno me habla de Inodoro Pereyra y los otros nueve me preguntan si le ganamos el domingo o me dicen que me haga de Newell’s y deje de ser canallón.

Dos:

–Cuando firmo libros en la Feria los tipos me aclaran: “soy quemero”, “soy cuervo”, no me piden que se los dedique por su nombre.

Tres:

–Cuando hicimos aquellos libritos que se repartían en la cancha no faltaban los que decían: “uhhh, sabés lo que van a hacer con eso...” Papelitos hacían. ¿Y qué? ¿Qué mejor para un escritor que sus textos vuelen para saludar la salida del equipo de sus amores?

El final –disculpe el lector– es en primera persona. Mientras escribo estas líneas, escucho que hay un gol de la Selección juvenil Sub-20. Lo hizo Di María, que es de Central. Veo la repetición. Un golazo. Un golazo, Negro. Tenía que ser un pibe de Central. Seguro que fue un homenaje.

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