EL PAíS › CRISTINAFERNANDEZ FUE LA UNICA ORADORA EN EL LANZAMIENTO DE SU CANDIDATURA
Ante una repleta platea compuesta por gobernadores, intendentes y funcionarios, Cristina Fernández planteó ayer en el Teatro Argentino de La Plata las tres “construcciones” en las que se basará su gestión: el Estado, el modelo y la cultura. “Espero que no lo extrañen demasiado”, le dijo a Kirchner desde el escenario.
› Por Diego Schurman
Algo así como Romeo y Julieta, pero al revés. El en el balcón y ella abajo, declarándole amor y admiración. En el lanzamiento de su candidatura presidencial, Cristina Fernández reivindicó la gestión de Néstor Kirchner y se comprometió a darle institucionalidad a los cambios implementados por el mandatario. “Los argentinos no lo van a olvidar, pero espero que no lo extrañen demasiado”, se permitió el juego de palabras para endulzar a su marido y a la vez mostrarse segura de poder hacer un gobierno mejor.
La primera dama habló frente a un atril celeste, dispuesto en el medio del escenario, y con dos banderas argentinas de fondo. Desde el pullmann del coqueto Teatro Argentino de la Plata, Néstor Kirchner acompañó el discurso ofreciendo discretos ademanes de aprobación y agradecimiento.
Al acto lo prologó un video de buena factura, que bañaba a Cristina con pretendido aire de estadista, de mujer que se codea con el mundo, con referentes de la política y la cultura. Hillary Clinton, Chávez, Lula, Felipe González, Shakira, Santaolalla y muchos más aparecían entreverados bajo el susurro de Patricia Sosa.
Los aplausos sobrevinieron cuando la pantalla gigante devolvió la imagen de la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto. Fue la primera alusión explícita al tema de derechos humanos de la noche.
Después sí, apareció la protagonista, en vivo y en directo, sin teloneros ni acompañantes. “Se siente, se siente, Cristina presidente”, fue el hit que le regalaron los gobernadores, intendentes y funcionarios para su entrada triunfal. Sin demora, reivindicó el rumbo iniciado por Kirchner y prometió profundizar el cambio a través de “tres construcciones basales”: la del Estado, la del modelo económico y social y la de la cultura.
En el primer caso, ensalzó al Presidente por terminar con un “Estado silente”, devolverle capacidad de decisión al Ejecutivo y autonomía a los poderes Legislativo (que votaba por la “presión el FMI” o “La Banelco”) y Judicial. Sin dar nombres, se mostró refractaria a la críticas de la oposición. “¿Dónde estaban en la dictadura? En esa etapa no los escuchaba hablar de calidad institucional”, lanzó como una daga ante una audiencia que no necesitaba traducción.
No se quedó ahí. Involucró otro actor en sus críticas. “La calidad es responsabilidad del gobierno y la oposición, y también de las empresas periodísticas”, bramó, zarandeando su mano izquierda y por triplicado, ya que las tres pantallas del escenario reproducían cada uno de sus movimientos.
Sobre la construcción del modelo económico de acumulación e inclusión, emuló una célebre frase de Bill Clinton. No dijo textualmente “es la economía, estúpido”, sino la vernácula “la vida se arregla o se desarregla desde la economía, esa es la experiencia trágica de la Argentina”. Por eso invitó al fortalecimiento de “una burguesía que conciba los intereses del país” y a la consolidación de un “perfil industrialista”.
No hizo mención alguna al sensible tópico de la corrupción, que sobrevuela la Casa Rosada tras el desplazamiento de Felisa Miceli del Ministerio de Economía. Las presencias de Romina Picolotti, Nilda Garré o Guillermo Moreno confirmaron, al menos desde lo simbólico, que el Gobierno banca a sus funcionarios, incluso a los cuestionados.
En cambio, defendió los índices oficiales –sin mencionar el Indec– y puso de ejemplo la desocupación cero que registra Las Parejas, una ciudad del sur de Santa Fe que años atrás registraba 30 por ciento de desempleo.
En su perspectiva de “institucionalizar el cambio de modelo económico”, llamó a promover el diálogo social entre el empresariado y los sindicalistas. “Yo no quiero empresarios buenos y sensibles, prefiero inteligentes y que sepan contar, en ese orden”, dijo tras resaltar el empresariado brasileño en desmedro del argentino.
–La elección presidencial no puede ser más una ruleta rusa para la Argentina. Necesitamos darle un rumbo perseverante –resaltó.
Finalmente, habló de la tercera construcción, la cultural, con el propósito de reemplazar la cultura del fracaso (“no entiendo por qué tiene tanto prestigio”) por la del esfuerzo y el trabajo. Aquí hizo una pausa para resaltar el rol de la mujer, sobre todo aquellas que “se pusieron pañuelos blancos en la cabeza para buscar desaparecidos”. Poco antes había considerado la nulidad los indultos como el cierre de un ciclo, al que tituló la “etapa predemocrática”.
No hubo folklore partidario. Ni marcha ni gigantografías de Eva y Perón. Ni siquiera alguna referencia a los líderes partidarios, acaso por la tensión interna de un PJ, donde sus máximos referentes quieren arrebatarle poder al kirchnerismo.
Eso sí, asomó una mención tácita a Eduardo Duhalde y su salida anticipada del poder por ejercer la “mano dura”. Aludía a los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Otros lo entendieron como una referencia a Fernando de la Rúa y los trágicos 19 y 20 de diciembre.
–Usted Presidente –se digirió a Kirchner, mirándolo a los ojos, a pesar de la distancia que los separaba–, usted apostó por una Argentina sin palos, porque nosotros apostamos a la vida.
Probablemente fue el tramo de su discurso más aplaudido.
Siguió hablándole, como Romeo y Julieta, pero al revés. Ella mirándolo y adulándolo, desde ahí abajo.
–Ninguno hubiera hecho lo que usted hizo. Es un gesto distintivo –le dio firmeza a su voz. Hablaba del renunciamiento a la reelección “a pesar del 70 por ciento de imagen positiva y 50 por ciento de intención de voto”.
Cristina parecía abstraída, como si las dos mil butacas del teatro estuvieran vacías. Había cierta complicidad en ese diálogo con “Kirchner”, como ella misma llama a su marido en público.
–No es un héroe –seguía con los ojos clavados en el Presidente–, pero no es un hombre común. Es un hombre fuera de lo común –lo mimó, con cierto quiebre de voz.
Rompió esa mezcla de prolijidad y frialdad que habían dominado ciertos tramos de un acto en los que, esta vez, no merecieron reproches para Enrique Albistur. En el 2005, Cristina lo retó por el cartel del fondo. “Yo no soy Cristina Kirchner, soy Cristina Fernández de Kirchner, o en todo caso Cristina”. Ayer, fue, simplemente, Cristina.
Al cierre, todos se acercaron al borde del escenario para saludarla, como si se tratara del final de una obra de teatro. La protagonista desapareció bajo una lluvia de papelitos celestes y blancos, muy a la usanza de los actos de campaña norteamericanos. Afuera, ante el alborozo de una militancia fletada, Coty cantaba por altoparlantes “nada de esto fue un error”.
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