Tres perfiles que se barajaron, la carta que ganó. El discurso industrialista del Gobierno, la euforia de los industriales. Los desafíos y los límites de una gestión contra reloj. El precedente de Miceli, la posible relación con Moreno.
› Por Mario Wainfeld
“Hay tres tipos posibles de ministro de Economía: los que priorizan el sector financiero, los fiscalistas y los industrialistas”, clasificaba intramuros Alberto Fernández aludiendo a la designación de Miguel Peirano. Aunque nadie lo ratifica en voz alta, esas opciones se corporizaban en la terna respectiva, sobre la que discurrieron el Presidente, la candidata Cristina Fernández de Kirchner y el jefe de Gabinete. La integraban el flamante ministro, el secretario de Hacienda Carlos Mosse (por la escudería fiscalista) y Mario Blejer (con los colores del mundo de las finanzas).
“Kirchner y Cristina coincidieron en que debíamos emitir una señal, no podía ser otra que elegir al productivista.” Los rumores de Palacio agregan que Cristina machacó entonces que eso era congruente con el “modelo de acumulación e incorporación social” del que hablaría con más detalle el jueves en La Plata. Fue un anticipo, chimentan, y la senadora pidió que no se divulgara antes de su discurso.
“El perfil de Peirano, que viene del sector productivo y de la función pública –se entusiasman en la Rosada– no es el del promedio de los ministros de Economía de los últimos años.”
–No es tan diferente al de Lavagna –precisa este diario y consigue un distraído asentimiento, tras el cual sus interlocutores vuelven a lo que más les importa, insuflarle épica a una movida impuesta por la imprevisible caída de Felisa Miceli (ella sí mucho más libera que Lavagna o Peirano). El manual de estilo de Néstor Kirchner impone siempre recuperar la iniciativa, convertir la obligación en mensaje de ratificación de identidad.
Los elogios colman al joven Peirano y se resignifican por la hiperbólica acogida del sector industrial en general y de la UIA en especial. El Salón Blanco en su jura revelaba asistencia perfecta de todo el espinel fabril, desde Paolo Rocca hasta el empresariado pyme más raso. Las alabanzas fueron unánimes, se volcaron muchas palabras que podrían cifrarse en un slogan tradicional: “uno de nosotros”.
Un ministro recibido en triunfo por las corporaciones no es algo tan novedoso ni auspicioso, intuye este diario y lo comenta a un ocupante VIP de la Casa Rosada, que no mosquea. “Miguel es un hombre de confianza de este gobierno. No es un lobbista de la UIA, fue un técnico que los asesoró, no es ni será lo mismo”, es la respuesta, poco sensible a las luces amarillas que enciende una entrada tan aplaudida por esa burguesía que jamás termina de ser nacional.
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Menos de cinco meses le quedan al Gobierno y a su nuevo ministro. En el medio están las elecciones: el combo más grande (presidencia y ocho gobernaciones) se dirime a fin de octubre, antes se renovarán ocho gobernaciones, cuatro en agosto, cuatro en septiembre. Será un lapso breve y –fácil es presagiarlo– muy convulsionado.
El diseño general, el “modelo” que sacralizó Cristina, es intocable y Peirano adhiere a él fervorosamente. Interlocutor habitual del Presidente, el ministro convalida la apuesta al crecimiento y al consumo a tambor batiente. Su prioridad debería ser atenuar todo lo posible una consecuencia casi inexorable de la opción, que es una inflación más alta que el 10 por ciento anual.
En Economía y en Balcarce 50 se confía en recuperar instrumentos que el Gobierno experimentó con éxito decreciente. Según su propia voz (ver reportaje de páginas 2 y 3) Peirano tratará de profundizar los acuerdos de precios robustecidos por incentivos para los que cumplan y algún palo para quienes defeccionan.
Sus allegados, sus aliados le atribuyen la voluntad y el conocimiento imprescindibles para controlar las cadenas de valor y reforzar los mecanismos de defensa de la competencia, pero el propio ministro asume que trabajar sobre la oferta no es una tarea de corto plazo.
La política económica, traduce el cronista, retornaría a la brega contra los precios (su sesgo dominante en 2006, redondeando para facilitar el relato) en desmedro de su vocación por domesticar con rebenque los precios, la tónica que imprimió Guillermo Moreno en el año 2007. Ese cambio de paradigma hace imaginable algún conflicto en ciernes con el supersecretario de Comercio Interior. Miceli perdió por goleada ese partido. Peirano sale a la cancha en desventaja, algo lo ayudará la aureola que lo nimba en estos días augurales.
Se asegura que la re-institucionalización del Indec, bolilla uno de la regeneración, está en la agenda de los próximos meses. Una canasta de consumo actualizada, formateada con los datos del censo más reciente, podría servir para el diseño de un nuevo índice de precios al consumidor. La pregunta del millón es si los sensatos objetivos que propone el ministro en la entrevista publicada en esta misma edición (concursos y jerarquización profesional) se pueden concretar contra reloj y si podrá reintroducir el diálogo a contracorriente de un microclima crispado e intolerante.
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Llegar a un acuerdo con el Club de París sería un logro para el Gobierno. A su vera podrían destrabarse créditos internacionales blandos y dinamizarse la compra de bienes de capital, explican los expertos. Si se cerrara trato con el Club de París, interpretan de consuno el Presidente y el canciller Jorge Taiana, se enhebraría una tercera etapa de desendeudamiento, tras ir desbrozando el camino primero con los acreedores privados, luego con el Fondo Monetario. “Si firmamos con el Club de París, conseguiremos dejar aislados a los hold outs (acreedores privados que no entraron en el canje)”, explica un funcionario de postín, calificado ejecutor de esa estrategia. Un acuerdo mejoraría la reputación argentina y de carambola dejaría solitos a los hold outs. Dividir a posibles antagonistas es una sabiduría básica de la política, anche de la política económica.
El problema es la exigencia de una auditoría previa del Fondo Monetario Internacional, que el Gobierno rechaza. Convencer a la contraparte para que desista de ese requisito es casi una misión imposible, más cercana a las incumbencias de Tata Dios que de Peirano.
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La perspectiva inminente de Peirano es fascinante, puesto que incluye una apuesta innegable que es sucederse a sí mismo, si Cristina Kirchner consigue ser presidenta. Es un norte apetecible, el camino que conduce a él atraviesa variados precipicios.
La misión principal del ministro es preservar la mayoría de las variables actuales y diferenciarse positivamente de su precursora. Miceli se mantuvo (si se permite el oxímoron) en un sobreactuado segundo plano. En opinión del cronista, poco favor le hizo al Gobierno, pero es un hecho que ése era su contrato con Kirchner: no eclipsar al astro rey, el Presidente. No es sencillo ser activo, creativo, innovador e invisible. Habría que revisar ese contrato, no da la impresión de que sea un buen momento.
Peirano entra en una instancia muy excitada, para corregir consecuencias de la acción del propio oficialismo: la inflación, el desmadre del Indec, el abandono de la política de precios concebida en serio.
Sería incorrecto decir que le tocó bailar con la más fea. No se corresponden con ese mote los indicadores de crecimiento, empleo y achicamiento de la pobreza. Tampoco le calza a un oficialismo favorito para las próximas elecciones.
Pero de ahí a que el baile sea sencillo, media un campo.
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