EL PAíS › CUATRO MIRADAS SOBRE LA CRISIS DEL RADICALISMO Y EL FUTURO O DESAPARICION DEL PARTIDO
Divididos y con pocos votos, los radicales integran, sin embargo, las principales fórmulas electorales: algunos K, otros L, el coqueteo de Carrió y López Murphy. Sociólogos y politólogos analizan las causas del proceso y debaten si la UCR volverá a ser lo que fue.
› Por Javier Lorca
Nombrar la crisis del radicalismo es lugar común. El partido está dividido, fragmentado y sin caudal electoral. Los comités vacíos y el número de afiliados en descenso. Pero, ¿qué clase de crisis es la que les garantiza a los radicales –salvo enormes sorpresas– altos cargos en el próximo gobierno nacional? Pese a la debacle partidaria, hay dirigentes del radicalismo en las principales fórmulas postuladas para presidir la Argentina. El binomio oficialista tiene a Julio Cobos como candidato a vicepresidente, representando el apoyo de gobernadores radicales al kirchnerismo. Si en octubre se impusiera la candidatura opositora de Roberto Lavagna, el vice sería otro radical, Gerardo Morales. Y también provienen del mismo partido y arrastran votos que supieron ser de la UCR, Elisa Carrió y Ricardo López Murphy, ahora en pleno coqueteo. ¿Cómo y por qué se produjeron la caída y la dispersión de un radicalismo que aún gobierna seis provincias y varios cientos de intendencias? ¿Tiene futuro el partido o su desaparición es irreversible? ¿Qué indica el acercamiento de Carrió y López Murphy?
“La Unión Cívica Radical transita un ciclo crítico en su desempeño”, sostiene la politóloga Carla Carrizo apelando a datos sobre el devenir de su poder electoral e institucional. “Basta contrastar cifras: del 52 por ciento y el 38 por ciento en las elecciones presidenciales de 1983 y 1989, al dos por ciento de 2003. De 119 bancas y un promedio no inferior a 90 durante la mayor parte del período 1983-2005, a una bancada de 40 en la actualidad, un número incluso inferior al famoso bloque de los 44 durante el primer peronismo.” ¿Qué pasó en el medio? Un complejo proceso que combinó factores políticos e institucionales, algunos propios del partido y otros que lo exceden.
“El radicalismo se encuentra en una situación muy difícil derivada, principalmente, de las limitaciones y deficiencias que mostró para gobernar en los últimos veinte años –plantea el sociólogo Julio Godio, desde una mirada política–. A fines de los ’80 e inicios de los ’90, en medio de una crisis dramática, los radicales hicieron un doble movimiento, algunos hacia el progresismo y otros hacia el neoliberalismo. Ese proceso de mutación llevó a que el partido hiciera concesiones muy profundas en su identidad ideológica, tanto que cuando volvió al poder llegó a apoyar la Convertibilidad, abandonando sus políticas de desarrollo autárquico.”
El politólogo Franco Castiglioni, profesor de la UBA, también observa la disolución de una identidad: “El mito fundador del radicalismo quedó tan endeble que lo que era el partido se quebró en intereses y diferencias ideológicas muy fuertes. Los elementos constituyentes de esa identidad eran el yrigoyenismo, la extensión del sufragio y el antiperonismo. Todo eso hoy quedó demasiado lejano. Por eso los radicales se dividen en diferentes corrientes ideológicas o estratégicas para mantener los recursos de gestión que todavía tienen”. Para Godio, la tercera gran crisis de la UCR desde la recuperación de la democracia se produce cuando la identidad radical es golpeada por la aparición del kirchnerismo como “realización de muchos de los postulados históricos de la UCR... Cuando surge el kirchnerismo como expresión del nacionalismo industrialista deja a la UCR en una situación embarazosa, porque su programa se podía asimilar a ese proyecto, pero sus prácticas políticas quedaron asociadas a los fracasos de 1989 y 2001”.
Cuatro serían los factores externos al partido, vinculados al sistema político, que vulneraron a la UCR. Los enumera Carrizo, profesora de la UCA: “Primero, la sobre-representación de los distritos chicos en el Congreso y el poder de veto del PJ en el Senado, lo que conspira contra la aprobación de políticas públicas innovadoras. Segundo, una estructura sindical corporativa y no democrática con alto poder de veto sectorial. Tercero, una ley de partidos que permite que partidos provinciales compitan por cargos nacionales, lo que obstaculiza la consolidación de partidos orientados a políticas públicas nacionales. Y cuarto, la baja institucionalización del PJ, que cuando es gobierno genera su propia oposición y cuando es oposición es difícil contar con referentes nacionales válidos para articular políticas de largo plazo”. Todos estos factores explicarían los problemas de la UCR cuando fue gobierno, pero, sobre todo, alertan “sobre las debilidades de una democracia en la que se supone que sólo un partido es capaz de gobernar independientemente de quién gane la elección”.
Producto de la alta institucionalidad de la UCR, el tradicional corazón de su vida partidaria fue –y sigue siendo– la disputa interna. Desde ahí piensa el presente radical Jorge Mayer, director de la carrera de Ciencia Política (UBA): “La actual crisis del radicalismo tiene antecedentes muy antiguos, vinculados con la hegemonía que ha ejercido Raúl Alfonsín durante muchos años: Alfonsín puede renunciar a cualquier cosa menos a la conducción de la UCR”. Para Mayer, el cimbronazo que provocó el Pacto de Olivos exhibe ese proceso. Añade: “Ahora la conducción nacional del partido está cooptada por sectores que trazan estrategias con autonomía respecto de quienes tienen éxito electoral. Esto se profundizó con diversas luchas internas por el control partidario y fue llevando a que el partido tienda a perder eficacia en forma creciente, hasta volverse una fuerza periférica”.
Inversamente, Carrizo cree que hubo “un diagnóstico erróneo sobre el modelo de partido conveniente para el radicalismo en el proceso de modernización emprendido por la generación intermedia a fines de los ’80, donde la mirada fue puesta en los partidos socialdemócratas europeos (SPD alemán, PSOE español) y estos partidos tienen diferencias importantes con el radicalismo: son de base sindical y compiten en escenarios parlamentarios, por lo que la modalidad de construcción del poder varía sustancialmente. Se omitieron en cambio modelos más acordes con el radicalismo, como el Partido Demócrata de Estados Unidos, el PSDB liderado por Cardoso en Brasil o el partido Colorado en Uruguay, todos partidos catch all, o atrapa todo, posicionados en el centro del espectro político pero con tradición progresista, que no exhiben una articulación ideológica o programa específico sino una tradición política, y no presentan articulación sectorial densa. Estos partidos exhiben muchas ventajas competitivas por su capacidad para armar coaliciones en situaciones críticas incluso para producir cambios sustanciales”.
Por acumulación o combinación de tales procesos, “el radicalismo perdió enorme peso en distritos donde era muy fuerte, en grandes ciudades como Buenos Aires, Córdoba o Rosario –analiza Mayer–, y desplazó su fuerza hacia otros distritos menores. Pero para esos gobernadores o intendentes con éxito electoral el partido nacional es más una carga que un medio eficaz para hacer política. Un gobernador o un intendente radical no reciben nada del partido y, a la vez, sus decisiones tampoco pesan en el partido. Entonces se ven empujados a desarrollar estrategias de supervivencia en sus distritos, por eso tienden a pensar alianzas con el oficialismo”.
La clave –razona Godio– es que “la UCR pierde capacidad centralizada y se vuelve un partido territorializado. Eso explica la existencia de diferentes líneas que buscan diferentes opciones”. Y, de paso, demuestra tanto la laxitud ideológica de los grandes partidos argentinos como el afilado pragmatismo de sus dirigentes. “Carrió inicialmente buscó alternativas dentro del progresismo. Cerca, Margarita Stolbizer intentó ir hacia el centroizquierda, buscando una alianza del tipo de un frente popular. Otra línea fue hacia la nueva derecha, la que expresó López Murphy aliado con Mauricio Macri. La conducción partidaria intentó recuperar la centralidad apelando a una figura como Lavagna, pero pensando en términos del viejo bipartidismo.” Y la estrategia de los correligionarios liderados por Cobos sería “participar como corriente radical en la transversalidad kirchnerista y tratar de que la UCR se transforme en una especie de liga de caudillos distritales”. Una alianza que –de acuerdo con el sociólogo– “cierra el círculo” confirmando su hipótesis, que vincula los postulados K con los de tradición radical.
La cuestión sin respuesta es qué será del radicalismo. “Si bien uno puede ver que los radicales están por todos lados, integrando muchas fuerzas políticas, no creo que haya un ellos de los radicales –reflexiona Castiglioni–. No sé si queda algo común que los pueda agrupar, como pasa con el mito de Perón y el peronismo. Resulta muy difícil pensar que vayan a recuperar cierta cohesión. Después de terminar mal con Alfonsín, después de la caída de De la Rúa, el radicalismo parece imposibilitado de ser alternativa de gobierno. Un partido que ante la sociedad sufre el veto de no poder construir gobernabilidad, el único camino que tiene es el de la desaparición. Salvando las distancias, como decía Giulio Andreotti, el poder desgasta al que no lo tiene.” En sintonía, Godio no vislumbra una reunión posible de los radicales, sino “un caleidoscopio, un partido corroído y tensionado por líneas de fuerza que podrían anunciar el ocaso definitivo”.
Una mirada esperanzada para las boinas blancas: “Es una crisis de coyuntura, no terminal. A diferencia de otras crisis, como las de 1930, 1946 o 1958, ésta no afecta el funcionamiento institucional del partido, sus organismos de autoridad funcionan y toman decisiones importantes, como el rol opositor frente al Gobierno y la fórmula presidencial para las elecciones. Además, la historia de las terceras fuerzas o el periplo de las escisiones de los grandes partidos tiende a ser efímero en la Argentina, independientemente de la voluntad de sus creadores. No es la primera vez que se tiende a decretar anticipadamente la defunción del radicalismo, pero eso, incluso contra varios pronósticos informados, no ha ocurrido”.
Tampoco Mayer se apuraría a firmar el acta del deceso: “El radicalismo puede unificarse como espacio opositor –dice– porque las fuerzas alternativas carecen de peso institucional como para llevar adelante un gobierno efectivo, no tienen gobernadores ni legisladores. La fractura del partido es temporaria, pero no se va a resolver fácilmente porque, por tradición, el radicalismo tiene poca capacidad de reformular su estructura interna”. ¿Puede el acercamiento entre Carrió y López Murphy anticipar un avance en la reconfiguración partidaria? Mayer cree que no. “Tanto el ARI como Recrear están construidos en base a liderazgos personales, y ni López Murphy ni Carrió han demostrado voluntad de construir partidos por fuera de sus liderazgos. Por debajo de ellos no hay estructuras sólidas ni permanentes, tampoco tienen un mínimo desarrollo geográfico. Si llegan a un acuerdo, sería un acuerdo entre ellos que difícilmente involucre a las bases partidarias. Sería una convergencia inestable para sostener candidaturas coyunturales, sin posibilidades de desarrollo a futuro.”
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