EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
Si en una primera tanda informativa se acumulan los hechos inherentes al oficialismo, puede situarse en primer término de impacto el acelerador a fondo del ex ministro de Gobierno santacruceño.
Aunque se trató de un episodio ocurrido bien lejos de donde atiende Dios, además de que Varizat ya no es funcionario, a nadie se le ocurre que no sea otro de los casos que vienen mellando la imagen presidencial. Por empezar, ¿qué hacía ese tipo ahí, en una desafiante 4x4, cerca de la amurallada presencia de la pareja real, en medio de una manifestación de gente con ánimo encendido? Aun cuando quisiera pensarse que está completamente loco, visto en política es imposible no reparar en que esa locura deviene de una sensación de impunidad capaz de llegar, incluso, al deseo de generar un acto de provocación. Quedó claro que, con Kirchner al frente de Río Gallegos y luego de la provincia, hubo muñeca para ocultar o atemperar el conflicto social. Pero una vez instalado en la Casa Rosada e importados a Buenos Aires todos los pingüinos que era menester, de acuerdo con el modo endogámico que tiene el Presidente para conducir, la capital provincial quedó acéfala de cuadros –o siquiera cuadritos– dirigentes. Y Kirchner no supo, o no le interesó demasiado, telecomandar desde Buenos Aires. Río Gallegos se le fue de las manos, y ya no puede evitar que sea exhibido como el lugar demostrativo de las –ciertamente– groseras contradicciones entre el discurso progre oficial y un almacén de empleados estatales en negro, férreo control de los medios de comunicación, adjudicación de obras públicas de pésimo aroma y así sucesivamente. El aumento salarial a los agentes públicos de Santa Cruz y la elevación del mínimo de los docentes, pegados a los reclamos que se potenciaron por la caja de cambios de Varizat y pagados, encima, con los fondos extraordinarios que la provincia tenía depositados en el exterior, son simplemente patéticos. Una vez más, ¿tuvieron que esperar a que pasara lo que pasó?
La novela del Indek sigue su curso, sin que haya mucha claridad respecto del motivo por el cual, ganando por goleada, quieren comprar al árbitro. El aumento de los haberes jubilatorios y de las asignaciones familiares, así como la corrección del monto salarial sujeto a impuestos, son medidas justificadas pero de un inseparable tufillo electoralista. El valijero venezolano, además de la bolsa de Miceli, Skanska y las sospechas ya sin retorno –por ser suaves– acerca de los manejos de De Vido son consumidos por el vértigo noticioso, pero se juntaron en un estanque del que el humor popular toma nota y que, cuando sea propicio, significará el pase de facturas de un solo saque. Cerremos con el acto de respaldo a Scioli. Al cabo de todas las críticas y ninguneos de que el motonauta supo ser objeto por parte del matrimonio presidencial, la cara de hereje de la necesidad –o de la forma de apostar en la provincia– llevó a que lo ensalcen más o menos como un estadista inglés. Se diría que hay que tener cara, justamente.
Vayamos ahora a la tanda de la vereda de enfrente. Y, claro que sí, comencemos por la movida de Carrió, pretendiendo otorgar sentido progresista a una alianza con el Bulldog que voló de una sola, olvidada e inolvidable patada cuando, como ministro de Economía de la gestión de la Alianza, precisamente, intentó un apriete de cinto, a pagar por los desposeídos de siempre, que a reírse de Martínez de Hoz. Este vendría a ser el famoso parto de La República del que gusta alardear el misticismo de Carrió, al mejor o superado estilo de la Libertadora. Le faltaría Macri, nada más. Pero a Macri le conviene que la misticista y el perro se inmolen en una batalla perdida y despejar su camino al 2011. Por lo demás, el futuro jefe de Gobierno porteño retomó algo de la iniciativa perdida, compelido por la ya certeza de que le pasarán la policía pero sin la plata, como lo supo siempre, porque ni sus propios aliados ideológicos quieren aprobar semejante transferencia de recursos a la Capital.
Y hablando de ideología, o mejor dicho de cómo los apetitos y desvaríos personales pueden imponerse a la conveniencia de las construcciones políticas, está produciéndose el milagro de que la derecha se parezca a la izquierda. Sin considerar el papelón ratuno en La Rioja, los herederos menemistas ofrecen un espectáculo desopilante. El reelecto gobernador de San Luis le otorga a su 80 por ciento de sufragios el valor que le dio a los cómputos de un par de mesas electorales en Necochea, en 2003, cuando su hermano compitió por la liga mayor. Anuncia entonces su candidatura presidencial para octubre en nombre del Museo de Cera, pero sólo recogió, como firme, el apoyo del torturador Luis Patti. Ramón Puerta se volvió a Misiones y dice que irá por la gobernación y por las suyas, Jorge Sobisch se cortó solo, el ex ingeniero Blumberg hizo otro tanto, Macri continúa en eso de contemplar y Carrió persiste en eso de romper toda la cristalería del bazar.
Con todo, nada comparable a la aparición de monseñor Bergoglio llamando, virtualmente, a la desobediencia civil. Según el arzobispo, al cabo de la última reunión de la Comisión Permanente del Episcopado el pueblo sólo debe acatar las leyes justas. Nadie crea que monseñor sufrió un ataque de interpretación marxista, a pesar de que su formación jesuítica podría habilitarle algún extravío circunstancial. Más bien parece que el monseñor Bergoglio ve en la Argentina el peligro de una algarada comunista y en consecuencia propone una sublevación de signo contrario. ¿Algún otro bingo en la sala?
Cuando se mezclan las dos tandas informativas, y bien que estimando altamente la sucesión de errores y horrores oficialistas, ¿acaso no queda límpida la causa de la indiferencia popular respecto de los asuntos políticos e institucionales? ¿Con cuál herramienta podría sancionarse a la precipitada sucesión de pasos en falso gubernamentales? ¿De qué manera explicar, si no, que la caída de la imagen oficial no le afecte la intención de voto?
Como puede verse, al menos para dedicarse a pensar un rato no muy largo, las muchas y desconectadas noticias políticas de estos días se asemejan a una sola: mejor malo conocido que bueno por conocer. Todavía falta para la propuesta serratiana de preferir al sabio por conocer que a los locos conocidos.
El problema es cómo se hace para no conformarse con los malos conocidos, sólo en función de que el resto es impresentable.
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