Vie 31.08.2007

EL PAíS  › EL MONUMENTO A LAS VICTIMAS DEL TERRORISMO DE ESTADO

Una herida que tiene nombre

Los organismos de derechos humanos recorrieron ayer el monumento en el que figuran todos los desaparecidos. Queda en el Parque de la Memoria, en Costanera Norte, y se inaugurará en noviembre.

› Por Werner Pertot

¿Cuánto espacio ocupa la tristeza? ¿Cuánto la ausencia? ¿Qué aspecto tendría un lugar donde se escribieran los nombres de todos los padres, hermanos e hijos que faltan a causa de las dictaduras? ¿Cuántos metros se requerirían para expresar ese dolor? Sería quizás un muro gris, hasta donde alcanza la vista, como el de la película The Wall. O una pared sin fin, en medio del verde de un parque. En medio de la vida. Como el muro que ayer recorrieron en el Parque de la Memoria las Madres y Abuelas para conmemorar el día del detenido-desaparecido. Así es el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado: cinco estelas de piedra gris con treinta mil placas, muchas de ellas ya con los nombres de los desaparecidos. Si se lo pudiera ver desde arriba –y muchos de los aviones que despegan de aeroparque lo permiten– se vería que tiene la forma en zig-zag, como la de una herida.

Mientras el gobierno de Carlos Menem trababa la posibilidad de un Espacio para la Memoria en la ESMA, los organismos de derechos humanos presentaron el proyecto del Parque de la Memoria al ex jefe de Gobierno Aníbal Ibarra. Con 14 hectáreas –varias ganadas al río– se empezó a construir junto a Ciudad Universitaria hace diez años. El monumento se inaugurará el 9 de noviembre, aunque el resto del parque seguirá en obras hasta fines de 2008. A partir de entonces, estará abierto al público, aunque ahora lo visitan grupos de estudiantes.

Tendrá un centro de interpretación –ya casi terminado– donde habrá una biblioteca, una mediateca, un lugar para exposiciones, para conferencias y otras actividades. “Allí habrá una base de datos con las historias de vida de los desaparecidos. Será un lugar de intercambio: de consulta, pero también para quien quiera brindar información”, explicó a Página/12 la coordinadora de la Comisión Pro Monumento, Florencia Battiti.

Las cinco paredes del monumento tienen un poco más de dos metros de alto por casi cien de largo, con 8718 nombres minuciosamente comprobados por la Comisión Pro Monumento, que integran Abuelas de Plaza de Mayo, Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, APDH, Buena Memoria, CELS, Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, Fundación Memoria Histórica y Social Argentina, LADH, MEDH y Serpaj. A medida que se agregan nombres, el muro crece hacia arriba.

Allí, frente a las banderas con los rostros de los desaparecidos, se reunieron ayer por la mañana los integrantes de los organismos de derechos humanos. “Acá venimos y tocamos el nombre de nuestros hijos. Yo siempre que vengo, lo toco. Esto va a servir para que la gente vea la cantidad de desaparecidos”, relataba Taty Almeida, mientras que otra de las madres, Haydée García Gastelú, comentaba que “deja a la vista lo que fue el terrorismo de Estado”.

La primera mirada roba el aliento. Un muro, gris, que parece no tener fin, se extiende cubierto de nombres que van desde 1969 a 1981. Las placas en blanco se intercalan con las que ya tienen un destinatario y se suceden las edades de los desaparecidos –la mayoría empiezan con veinte– y alguna palabra adicional, como “embarazada”. “La nómina comprende a las víctimas del terrorismo de Estado y detenidos-desaparecidos y a los que murieron combatiendo por los mismos ideales de justicia y equidad”, advierte una leyenda al comienzo de la pared. Los pañuelos blancos la recorrieron, entre lágrimas, con paso lento.

“A partir de 1976 la cantidad de nombres es interminable”, comentaba Haydée, mientras caminaba junto al muro. Cerca de ella, pensaba lo mismo la titular del Instituto Espacio para la Memoria, Ana María Careaga. “En el día del desaparecido, estaba pensando en Julio López –comentó a este diario–. Lo que significa tener que caminar otra vez por las calles pidiendo aparición con vida.” “Esa desaparición representa la de los 30 mil. Y ahora tendremos que poner aquí una placa de López, por la impunidad de los que hicieron este genocidio”, completó.

Las paredes desembocan en un mirador frente al río, sin orillas, marrón como la tierra. Con sus ausencias a cuestas, Careaga llegó hasta el mirador y se abrazó con una de las madres, que lloraba. A la distancia, sobre el terreno donde crecerán los árboles del parque –ahora es un páramo yermo– se veían los pabellones dos y tres de Ciudad Universitaria. “Es demoledor, porque Marcos estaba allá –dijo sobre su hermano desaparecido Beatriz Luque, de Hermanos, y señaló a la facultad– y ahora está ahí”, y volvió la mirada hacia los miles de nombres en gris.

“Este es el lugar que nos da el nombre de rioplatenses. Por eso es importante que el monumento esté aquí”, dijo el fotógrafo Marcelo Brodsky, señalando hacia el río. “Es el principal lugar de reflexión, porque es adonde los tiraron”, concluyó. Al final estaba el río, que recordaba la frase con la que comienza uno de los ensayos fotográficos de Brodsky:

Al río los tiraron

y se convirtió en su tumba inexistente.

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