EL PAíS
› OPINION
Pragmáticos al poder
› Por James Neilson
Puesto que en los años últimos todos los movimientos políticos significantes del país han traicionado a sus propios principios de la manera más impúdica concebible, con populistas rabiosos metamorfoseándose en ultras chicagoanos a una velocidad que hubiera asombrado al mismísimo Ovidio y conservadores adustos pactando con representantes de todo cuanto juraban odiar, no es sorprendente en absoluto que a esta altura lo único que importa a los “dirigentes” sean las internas, o sea, el reparto más o menos amistoso, o por lo menos consensuado, de lo que todavía queda. Aunque el apego excesivo a esquemas intelectuales rígidos suele tener consecuencias atroces, ir al otro extremo entregándose con júbilo al cinismo más absoluto también puede resultar nefasto. Es lo que está mostrando la realidad argentina actual. La razón por la que la confusa lucha política que amenaza con perpetuarse tiene que ver con personalidades, no con propuestas, por vagas que éstas fueran, consiste en que los más dan por descontado que los “dirigentes”, a menudo manejados por fabricantes de imagen importados, dirán cualquier cosa que a su entender los ayudaría a alcanzar sus objetivos sin tener la menor intención de cumplir con sus palabras. Por lo tanto, a más de siete meses del colapso de la convertibilidad el horizonte sigue siendo tan neblinoso como lo era cuando Fernando de la Rúa se preparaba para despedirse.
Los más beneficiados por esta situación malsana son, cuándo no, Eduardo Duhalde y sus compañeros bonaerenses. Si bien muy pocos los quieren y es evidente que no saben qué hacer con el país, el que no haya ninguna otra figura capaz de aglutinar a más que una proporción reducida del electorado les brinda la posibilidad de seguir donde están hasta mediados del año que viene y, quizás, un rato más. Les conviene que el desbarajuste se eternice porque en cuanto se articule una fuerza política un tanto menos rudimentaria tendrán que abandonar los lugares que están ocupando debido no a sus propios méritos sino porque, por increíble que pueda parecer, el país aún no ha logrado conformar nada que sea claramente mejor. Incluso la incapacidad para organizar las primarias de su propio partido les está resultando provechosa al permitirse demorar la formación de un polo peronista alternativo al duhaldismo contra el cual podrían erigirse otros, tanto del centroizquierda como del centroderecha, que además de ser más promisorios que los restos ya podridos del movimiento fundado por el general servirían para que fuera menos embrollada la política nacional.