Mar 20.08.2002

EL PAíS  › LA CRISIS ARGENTINA Y SU SALIDA SEGUN STIGLITZ

La charada rusa

Joseph Stiglitz es el azote de las instituciones financieras internacionales. El éxito global de su libro lo lleva por todo el mundo, difundiendo sus críticas con conocimiento de causa al Fondo Monetario Internacional. En un extenso diálogo con Horacio Verbitsky el ex asesor de Bill Clinton y ex economista jefe del Banco Mundial afirma que nuestro país puede aprovechar de lo que llama la charada rusa, que aceptó fondos del FMI para repagar sus créditos, pero ninguna condición a cambio de ellos. También afirma que la Argentina arrancará sola o con ayuda de América Latina y Europa, pero no del Fondo ni de los mercados de capitales.

› Por Horacio Verbitsky

Si la Argentina no cumple el 9 de setiembre con los casi 3.000 millones de dólares que debe pagar al Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, esas instituciones son la que estarán en problemas. Así se lo dirá pasado mañana al ministro de Economía Roberto Lavagna el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, quien acaba de llegar a la Argentina para presentar su libro “El malestar en la globalización”, un best seller mundial. Pero Stiglitz no es sólo un académico interesado en la teoría económica. En la década pasada ocupó dos cargos fundamentales, tanto desde el punto de vista técnico como del político. Fue el economista jefe del Banco Mundial y el jefe de asesores económicos del ex presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton. Esta es la visión de Stiglitz sobre la situación económica argentina, las responsabilidades por haberse llegado a este punto y las perspectivas de salida.
–En su libro usted habla del fracaso del salvataje argentino del FMI. Es una crítica dura al Fondo, pero en el contexto argentino parece un enfoque ingenuo. Legisladores como Mario Cafiero y el mismo ex ministro de Economía Jorge Remes afirman que el salvataje financió la fuga de capitales, organizada por los principales bancos y empresas. Desde ese punto de vista, no habría sido un fracaso, sino un éxito.
–(Se ríe ante la pregunta) Lo sucedido en la Argentina fue muy similar a lo sucedido en otras partes del mundo. Aquellos que ganaron dinero y gracias al FMI pudieron sacarlo del país en términos más favorables, consideran que los salvatajes fueron un éxito. Pero desde un punto de vista económico, para la sociedad en su conjunto, los salvatajes permitieron mantener sobrevaluado el tipo de cambio, lo que a su vez permitió que aquellos que sacaban su dinero recibieran más dólares por sus pesos de los que hubieran recibido en un sistema de mercado. Los bancos occidentales que prestaron retiraron su dinero cuando la cosa todavía funcionaba, hasta que el sistema colapsó. El país quedó más endeudado, los contribuyentes dentro del país tuvieron que pagar, la gente que sacó su dinero no tuvo que pagar. Esto prolonga el problema e incrementa el endeudamiento.
–La deuda pública argentina es de unos 150.000 millones de dólares y hay depósitos e inversiones de argentinos en el exterior por unos 130.000 millones. ¿Hubiera sido posible esta fuga sin la complicidad del FMI y de los países receptores de esos fondos?
–Hay dos aspectos de la cuestión. Por un lado, el FMI y el Tesoro de los Estados Unidos presionaron a la Argentina y a otros países por lo que llaman la liberalización del mercado de capitales, de modo de hacer más fácil la salida del dinero del país. Si se establece que la regla del juego es esta facilidad para sacar el capital, y si el sistema económico no puede funcionar, porque la tasa fija de cambio nunca funcionó en ningún lugar del mundo, lo que conviene es sacar el dinero y ponerlo en un lugar más seguro. El segundo punto es que los salvatajes posteriores permitieron sostener durante mucho más tiempo la sobrevaluación del tipo de cambio. Incluso la gente que no pudo sacar su dinero primero, tuvo una segunda y una tercera oportunidad para hacerlo después.
–¿Qué parte de la crisis imputa al FMI y cuál a los gobiernos argentinos?
–La responsabilidad fue pareja. Cada gobierno es responsable por seguir o no con el FMI. No se puede absolver al gobierno por esa responsabilidad. Además uno tiene que preguntarse qué políticas fueron la causa fundamental del problema. Por ejemplo, la sobrevaluación del peso y el tipo fijo de cambio, con el peso atado al dólar, que a su vez estaba sobrevaluado, significan que el sistema no podía funcionar. Hubiera fracasado aunque nohubiera habido nada de corrupción en el gobierno. La corrupción lo hace fracasar antes y en peores condiciones pero aun sin corrupción hubiera habido una crisis. El problema de fondo tenía que ver con el régimen de convertibilidad que ató el peso al dólar. Otras políticas del FMI agravaron la situación: la imposición de políticas fiscales contractivas, de ajuste, en plena recesión; las privatizaciones mal hechas, lo cual hizo que la Argentina, que ya era poco competitiva por su tasa de cambio, lo fuera aún menos por los altos precios de la electricidad y de sus servicios públicos. La privatización de la seguridad social, que desvió hacia otro lado ingresos que de otro modo hubieran ido al Estado. No hubiera estado tal mal, si las cuentas se hubieran manejado con prolijidad. El FMI no sabía cómo hacerlo, o al menos no lo hizo. El presupuesto hubiera estado equilibrado a no ser por esas privatizaciones, que provocaron un déficit del 3 por ciento. Y entonces el FMI presionó aún más fuerte para ajustar. Como Argentina hizo con sus privatizaciones lo que al FMI le parecía “correcto”, entre comillas, el FMI la castigó forzándola a aplicar medidas aún más recesivas.
–En Estados Unidos sería impensable ajustar en medio de una recesión...
–Hacen todo lo contrario. Ambos partidos, republicanos y demócratas, estuvieron de acuerdo cuando la recesión de 1991, en que las medidas tenían que ser expansivas, no contractivas. Y si se trata de comparar el déficit, en 1992, en nuestra última recesión, si hubiéramos privatizado la seguridad social como aquí, el déficit hubiera llegado al 8 por ciento del PBI, el doble que en la Argentina.
–El Fondo Monetario reclamó a la Argentina que derogara la ley de subversión económica, que castigaba el fraude empresarial, al mismo tiempo que el presidente Bush enviaba al Congreso de los Estados Unidos una ley para castigar esos mismos delitos. El Banco Mundial presiona para que se apruebe una ley que proteja a las autoridades del Banco Central de su responsabilidad penal. ¿De qué modo un país quebrado como la Argentina podría librarse de estas condiciones irrazonables del FMI, que no tienen que ver con los equilibrios macroeconómicos sino con la legislación penal interna?
–Cada país es responsable de su propio marco jurídico y de la toma de sus decisiones. En Estados Unidos está claro que hubo graves fraudes empresariales y se ejercieron presiones políticas para que el gobierno no hiciera nada. Cuando yo integraba el consejo de asesores de la Casa Blanca presioné para que se modificaran las reglas contables, que hubieran obligado a las empresas a responder por las acciones entregadas a sus altos ejecutivos. Y esa es una de las causas de los actuales problemas...
–Eso en los Estados Unidos. En la Argentina el FMI presiona por legislación que nos impida defendernos del fraude empresarial.
–En aquel caso los mercados financieros y el ministerio de Economía hicieron todo lo posible para que no se implantaran mejores prácticas contables. Tuvieron éxito. Las consecuencias para los Estados Unidos fueron graves. A menudo, salvo cuando hay un escándalo público, los mercados financieros tratan de protegerse.
–Es decir que la indignación pública y una prensa libre son importantes para controlar los fraudes empresariales.
–Claro que sí. De no haber sido por la crisis de 2002 el problema de la contabilidad empresarial nunca hubiera sido enfrentado en los Estados Unidos. Wall Street y el ministerio de Economía resistieron esos cambios. Le doy otro ejemplo. Después de la crisis de Asia Oriental en 1997 todos decían que el problema era la falta de transparencia. Entonces se dijo que no sólo se necesitaba transparencia en Asia Oriental, sino en todas partes. Porque si en algún rincón fuera posible esconder algo, todo iría hacia ese rincón. Eso quería decir que teníamos que hacer algo también respecto de la banca offshore. De repente, el ministerio de Economíaperdió todo interés en la transparencia. No lo decían así claro, pero lo que decían era “queremos decir transparencia en Asia Oriental, no para nuestra banca offshore”. Y cuando hubo una iniciativa para que la banca offshore fuera más transparente, el ministerio de Economía de los Estados Unidos lo vetó. Esto fue antes del 11 de septiembre. Sólo después del 11 de septiembre descubrieron que esa banca offshore que había sido usada para el narcolavado y la evasión impositiva, para la corrupción, también servía para financiar el terrorismo. Sólo entonces el gobierno de los Estados Unidos cambió de posición.
–Hasta la década de 1970 la Argentina fue la sociedad más integrada de América Latina. Hoy, la mitad de su población está por debajo de la línea de pobreza. ¿Qué le sugiere este dato, en términos de desarrollo y estabilidad económicos?
–Es imposible separar las consideraciones económicas de las políticas y las sociales. Por ejemplo, en partes de Latinoamérica, en los Andes, en Colombia, donde el desarrollo dejó grandes cantidades de desocupados, violencia urbana y guerrilla. Sin eso habría un ambiente mejor para los inversores. En la situación actual hay otros lugares en el mundo donde pondrán su dinero. Los ejecutivos no serán secuestrados y el resultado será el crecimiento. No se puede tener crecimiento económico de largo plazo que no sea inclusivo, que abarque a todos los miembros de la sociedad. Las estrategias que se centran en lo que estrechamente consideran económico están erradas. Hay una relación clara entre las políticas seguidas y el empobrecimiento. Cuando se abren las puertas a las importaciones y al mismo tiempo se elevan las tasas de interés y las instituciones financieras no funcionan, no se crean los nuevos trabajos sino que se destruyen los viejos. La teoría de la globalización comercial dice que se desplazarán personas de trabajos menos productivos a trabajos más productivos. Y todo el mundo se beneficiará. Si fuera así todos se beneficiarían. Pero lo que ocurre a menudo es que se pasa de empleos de baja productividad a la desocupación abierta. Y eso es peor para los individuos y no tiene nada de bueno para la sociedad. La desocupación es productividad cero. Y pasar de baja productividad a productividad cero no ayuda a nadie.
–Un científico social brasileño, Moniz Bandeira, escribió que la dureza del FMI con la Argentina tiene el objetivo de deteriorar a Brasil y al Mercosur y así promover el Area Libre de Comercio de las Américas, es decir los intereses comerciales de los Estados Unidos. ¿Le parece factible?
–Tal vez no sea la razón principal, aunque puede ser parte. Oigo otro tipo de explicaciones, incluso por parte de ex funcionarios del FMI. Su hipótesis es que es muy importante enseñarle a otros deudores que si incurren en default el castigo serán muy pesado. Un chiste dice que el FMI no puede aceptar un sí como respuesta. Cada vez que la Argentina acepta alguna condición, el FMI le levanta la barra. La dureza se propone hacer entender a los deudores que el precio del default es muy alto.
–El 9 de setiembre vencen compromisos de la Argentina con el Fondo, con el Banco Mundial y con el BID por casi 3.000 millones de dólares. ¿Qué ocurriría con esas instituciones y con el país si la Argentina no pagara el 9 de setiembre?
–Obviamente a nadie le gusta el default. Es dañino. Pero lo que hay que entender es que Argentina no va a recibir flujos efectivos de capital desde afuera. Esto es común para todos los países en la situación argentina. Las negociaciones no son para obtener dinero de esas instituciones para la Argentina, sólo para discutir cuánto enviará la Argentina a Washington. Cuando se entiende esto se advierte que la Argentina está, o debería estar, en una posición negociadora de fuerza. El daño de esta coyuntura para los balances de estas institucionesfinancieras, si no renegocian y vuelven a prestar, sería más grave que para la Argentina, que de todos modos no va a obtener más dinero. La puesta en marcha de la economía argentina dependerá de lo que ocurra aquí, no de un dinero que simplemente vaya de Washington a Washington. En el caso del default ruso, los rusos lo entendieron bien y le dijeron al FMI: “Si nos prestan dinero para que les paguemos a ustedes, muy bien. Aceptamos. Pero hay que ser claros, no vamos a matar nuestra economía sólo para que ustedes puedan prestarnos plata para que nosotros se la devolvamos a ustedes”. Lo interesante de aquella situación fue cómo incluso el FMI fue muy abierto sobre el carácter de la charada. Luego de entregar creo que 40.000 millones de dólares, el FMI dijo: “Ni un centavo de nuestro dinero irá a Moscú, el dinero quedará aquí en Washington”. Fueron muy claros en el sentido de que ese dinero no era para ayudar a Rusia, sino al FMI para que el default no apareciera en su balance.
–¿La Argentina tiene condiciones para endurecerse como Rusia?
–Rusia estaba en una posición distinta, era una potencia nuclear, era consciente de eso y lo usó. Pero lo que es importante entender es que todo el debate es acerca de cuánto dinero la Argentina está dispuesta a enviar a Washington. Cuando se entiende eso, toda la retórica sobre tener acceso al mercado de capitales, es falso, irrelevante. Los capitales no volverán a la Argentina hasta que la economía argentina arranque y sólo podrá arrancar por sus propios medios. Podrá tener ayuda de otros países latinoamericanos, de España, de Europa, pero no del FMI.
–En su libro usted habla de las externalidades, los efectos que los acontecimientos de un país tienen en otros. ¿La larga recesión argentina, puede tener un impacto negativo global? Y en tal caso, ¿sería posible que el país obtuviera alguna ventaja de esa externalidad?
–La mayor externalidad que ha tenido la crisis argentina ha sido en el pensamiento de América Latina y de otros países. Es el reconocimiento de que la Argentina era el mejor alumno del FMI, el que hacía todo bien, y sin embargo las reformas no funcionaron. Además, cuando las cosas andaban, el FMI elogiaba a la Argentina, cuando empezaron a ir mal pegaron media vuelta y se convirtieron en grandes críticos. Lo que no quieren decir es “manejamos mal las privatizaciones, nuestras políticas fueron equivocadas, no prestamos atención a los pobres”. Quieren hacer lo mismo que hicieron en Asia Oriental, acusar a la víctima. Eso es la política que siguen, una y otra vez.
–El ministro de Economía de Estados Unidos, Paul O’Neill, dice que su país no puede ayudar a la Argentina con el dinero de los carpinteros y los plomeros norteamericanos. ¿Eso es algo más que una tontería?
–Es una pura tontería. Desgraciadamente tal vez él ni siquiera entiende lo que pasa, lo cual es más grave. El hecho es que casi siempre los créditos del FMI son devueltos, a veces con demora, pero casi siempre, y los contribuyentes norteamericanos no corren riesgos. Son los carpinteros y los plomeros argentinos los que deberían estar furiosos.
–Lo están.
–Son los que han sufrido las políticas contractivas impuestas por el FMI, que agravaron las cosas. Después de alentar una tasa de cambio condenada al fracaso, una privatización que empeoró el déficit del presupuesto sin advertir sobre esas consecuencias, una privatización que incrementó los precios de los servicios públicos, ahora empiezan a acusar a la víctima. Y el Tesoro de los Estados Unidos, que es el único que tiene poder de veto en el FMI, dice que los contribuyentes norteamericanos pagan el costo. Eso debería enfurecer a los argentinos.
–En una nota al pie de su libro menciona el impuesto Tobin a las transacciones financieras. ¿Cuáles cree que son sus méritos y posibilidades? –El impuesto Tobin plantea dos principios importantes. Uno, que en esta época de globalización, de migraciones masivas, hay necesidad de una mayor acción colectiva, del mundo como una sociedad global. Eso requerirá dinero y tenemos que pensar en formas de conseguir ese dinero mejores que las que tuvimos en el pasado. Segundo, que tratándose de una cuestión impositiva es mejor gravar cosas malas que buenas. Es mejor gravar la polución, los flujos de capital que causan enorme inestabilidad y autodestrucción en tantos países. El tema más difícil es diseñar un impuesto Tobin que funcione. Porque otro principio tributario es que un impuesto que no puede implementarse en forma efectiva puede ser peor que su ausencia, porque puede causar enormes distorsiones en la economía. Tenemos que recordar que los mercados financieros son muy hábiles y estamos conviviendo con algunas de las consecuencias de eso. Por eso llevará mucho trabajo el diseñar un impuesto Tobin que funcione.
–Conceptualmente usted es entonces más tobinista que el propio Tobin.
–Sí. El tema es hacerlo funcionar.

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