EL PAíS
› CARMEN LAPACO, MADRE DE PLAZA DE MAYO
“Con Reagan cambió el trato”
Carmen Lapacó, integrante de la primera veintena de madres de desaparecidos, se acercó en 1977 a la Embajada de Estados Unidos para contar su historia y la de sus compañeras. Había sido secuestrada junto a su hija Alejandra y llevada al Atlético. Ella fue liberada, pero su hija no. La sede diplomática, que ahora envió la información recopilada en esa época al gobierno argentino y que fue conocida ayer, recibía a estas madres desesperadas que pedían ayuda y querían dar a conocer al mundo el calvario que se estaba viviendo en la Argentina.
–¿Cómo decidió ponerse en contacto con la embajada norteamericana?
–Al poco tiempo de la desaparición de mi hija empecé a visitar el Ministerio del Interior porque nos decían que allí nos iban a dar alguna noticia, pero en realidad lo que querían era sacarnos información. También fui a la policía, a las cárceles, a todos los regimientos. Hice el recorrido que hicimos todas las madres. Estuve entre las primeras 25 y no abandoné en ningún momento la lucha. Después me incorporé al CELS. También recorrimos todas las embajadas. La de Suecia nos ayudó mucho, dentro de sus posibilidades. Pero la que más nos ayudó fue la norteamericana, las otras embajadas fueron más tibias.
–¿Cómo inició el contacto con funcionarios de la Embajada de Estados Unidos?
–A veces pedíamos una entrevista para hacer denuncias, y a veces ellos nos llamaban por teléfono a nuestras casas cuando pasaba algo importante o cuando venían funcionarios de Norteamérica y querían que expusiéramos lo que estaban pasando. Nos recibían dentro de la embajada. A veces íbamos como amigas, y cuando venían funcionarios, la mayoría de las visitas era en forma oficial. Nosotras también llamábamos cuando nos enterábamos que seguían las desapariciones.
–¿Por qué eligieron recurrir en especial a la embajada norteamericana?
–Cuando una está desesperada porque le han quitado un hijo a veces se agarra de cualquier salvavidas aunque sea de plomo, pero no significaba que políticamente estuviera con el gobierno de turno.
–¿Cómo era el trato con los funcionarios norteamericanos?
–Durante el gobierno de Jimmy Carter nos ayudaron mucho. Nos sentíamos protegidas. Por ejemplo, en las primeras salidas al exterior que hacíamos iba personal de la embajada al aeropuerto para saber si volvíamos sanas y no nos secuestraban. O cuando terminaba las visitas a la embajada tenían precaución de llevarnos en sus autos hasta Plaza Italia y cuidaban que tomáramos un taxi. Igualmente hacían que pasáramos la cartera por el detector de metales y cumplían con todas las formalidades. Ellos ya tenían la lista de las que íbamos y controlaban el DNI, era sólo una precaución por la época.
–¿Creían que estas visitas en las que ustedes les daban información servía para que la embajada tomara algún tipo de acción?
–Ted Harris, que tenía un cargo importante, se preocupaba por cuidarnos. Fue un buen amigo, se interesó mucho por lo que estaba pasando y también denunció mucho. Pasaron como cuatro embajadores. Yo habré ido seis o siete veces, a veces iban otras madres, pero no era cosa cotidiana.
–¿Qué información les daban ustedes a ellos?
–Me preguntaban lo que había visto cuando estuve desaparecida. Les contábamos sobres las desapariciones y les avisábamos cuando corría el rumor de que los chicos estaban prisioneros en algún lugar nuevo.
–¿Notó un cambio en el trato cuando asumió Ronald Reagan?
–Cuando empezó el gobierno de Reagan las relaciones cambiaron muchísimo. Se espaciaron las invitaciones. Había otra gente en la embajadas que no demostraba interés. Fuimos pocas veces en visitas protocolares, cuando había un evento como el 4 de Julio. Invitaban a una o dos, yo no he ido. Carter sí se dedicó mucho a los derechos humanos.
–¿Cómo fue la primera vez que tuvo una cita en la embajada norteamericana? –La primera vez fuimos María Adela Antokolets, Juana Pargaman y yo. Había venido una funcionaria que se llamaba Patricia Derian, del Departamento de Estado. Pedimos una entrevista con ella porque tenía mucho interés a raíz de las denuncias que había recibido en Estados Unidos. Una vez allí nos contó que había pasado por la Plaza de Mayo y que había visto un grupo de mujeres. Entonces le preguntó al chofer y éste le dijo que éramos las Madres de Plaza de Mayo. Era 1977 y en esa época ni pañuelo usábamos. Pedimos la entrevista y dejamos nuestros números de teléfono para que nos llamaran. A pesar de que estábamos juntas, todavía no teníamos demasiada confianza entre nosotras. Concurrimos a una visita oficial. Patricia nos recibió muy bien. Cuando le terminamos de contar nuestras experiencias personales le corrían las lágrimas por la cara. Una cosa son las personas y otras las cifras. Repetir el número 30 no es lo mismo que contar nuestra experiencia personal. Después de esa visita ella se comprometió a continuar las denuncias al gobierno argentino.
–¿La embajada se entrevistaba con el gobierno militar para pedir explicaciones?
–Sí, pero los milicos le hacían el cuento. Por ejemplo Derian se entrevistó con Videla. Había muchas cosas que se sabían afuera a través, entre otros medios, de los periodistas de agencias del exterior. De hecho, la embajada sabía todo. Pero en el gobierno le decían que no nos prestaran atención porque éramos unas locas, que nuestros hijos estaban en el exterior, que les estábamos mintiendo.
–¿Cómo eran los primeros días en la Plaza?
–Eramos un grupo pequeño. Todavía no hacíamos la ronda y nos sentábamos en el césped. La Plaza era diferente a la de ahora, era más abierta. Después, para evitar las manifestaciones, los milicos la llenaron de jardines y le quitaron espacio.
–¿Qué expectativas tiene con los documentos que la embajada envió al Ministerio de Justicia?
–Espero que la información que se revele no sea sólo la que aportábamos nosotras en aquella época. Esa parte ya la sabemos. Ahora quiero saber qué datos nuevos hay sobre los militares.
Entrevista: Gimena Fuertes.