EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
“Fue una buena reunión”, emiten los dos gobiernos y el facilitador español. Los contendientes hacen mutis y ceden al facilitador Juan Antonio Yáñez Barnuevo las palabras a la prensa. El comunicado final emitido por la Cancillería española destaca, con optimista parquedad, que “el encuentro se ha celebrado en una atmósfera cordial, sincera y constructiva”. Nadie saca los pies del plato, nadie sube el volumen. El cuidado es notable, se anhela custodiar el diálogo, tan derruido.
“Tenemos que volver a convivir como vecinos”, reflexiona uno de los negociadores argentinos, por teléfono y al pie del avión. Un objetivo centrado que es al unísono una tácita confesión de cuán bajo se ha caído, por responsabilidades concurrentes.
Las primeras versiones aducen que se conversa sobre el futuro dragado de los ríos compartidos, sobre la erección de una zona verde. En puridad, se trabaja para reconstruir una mínima confianza. Sobre las pasteras no habrá acuerdo, las partes están maniatadas para concluir alguno. Quizá la magia sea incluir el entredicho en un conjunto más vasto, rediseñar el Tratado del Río Uruguay, emprender el monitoreo conjunto. Construir una agenda más vasta, discurrida entre dos países que conviven es un paso adelante, después de tantos retrocesos.
Ese saldo templado es una buena noticia, dentro de lo que hay. O un anticlímax, contra augurios que circularon los últimos días vaticinando una reunión determinante.
Hechos consumados: El entredicho puede narrarse como un sinfín de desencuentros y de hechos consumados generados desde ambas orillas. El primero, conceptual y cronológicamente, fue el incumplimiento del Tratado del Río Uruguay. Los cortes de ruta fueron la rotunda réplica. Acudir a la Corte Internacional fue una doble acción unilateral. La impotencia compartida impidió un tratamiento prolongado, sensato y progresivo del conflicto.
En esa pulseada, que incluyó golpes de efecto destinados al fracaso, como la incursión argentina ante el Banco Mundial y ciertos rezongos uruguayos ante terceros que evitaron implicarse, terminó primando el país hermano, merced a otro hecho consumado: la planta de Botnia está construida, presta a iniciar su funcionamiento.
Ese punto de inflexión refleja un cambio (o mejor, un sinceramiento) en la relación de fuerzas. La relocalización del emprendimiento finlandés, por vía del consenso, devino imposible. No hay ninguna razón para que Uruguay ceda ahora, la consiguiente exigencia argentina es irrealizable por vías pacíficas y contractuales que (aclaración imprescindible) son las únicas disponibles.
El gobierno argentino, sencillamente, toma nota de esa realidad y da cuenta de que ese punto sólo podrá dirimirse en La Haya. Segunda aclaración imprescindible: es entre imposible y muy difícil una sentencia de La Haya que condene a la destrucción de la planta o la relocalización, como condena por haber violado el Tratado del Río Uruguay. Una virtual condena en tal sentido, improbable también, contendría sólo advertencias o sanciones simbólicas. Esos desenlaces previsibles no derivan de desidia o mala praxis argentina sino de las escasas perspectivas que le otorgaba desde el vamos la jurisprudencia internacional.
Sólo la emergencia de contaminación, con la pastera funcionando, podría alterar ese escenario.
Los asambleístas se enconan con la situación que contradice su voluntarismo y reniegan del Gobierno que, sin embargo, los acompañó entre mucho y demasiado, sin mucha destreza y con escasa ponderación.
Minorías intensas: Distraído cuando comenzó el entuerto, el gobierno argentino se topó de sopetón con un enredo de fuste, sin precedentes. No es moneda corriente un conflicto ambiental entre pobladores de dos países siendo que los beneficios recaen solo sobre uno. La magnitud de la protesta vecinal, que congrega a toda la ciudad de Gualeguaychú, signa el episodio. Con sagacidad, inspirada por otros movimientos sociales, la movida entrerriana optó por el piquete capitalizando la laxitud del Gobierno frente a ese tipo de acciones.
El Presidente lee de modo peculiar la magnitud de su poder y su vulnerabilidad ante las acciones de las “minorías intensas”. Sus tres precursores (Fernando de la Rúa, Adolfo Rodríguez Sáa, Eduardo Duhalde) debieron renunciar ante tempus corridos por “la gente”. Dos incurrieron en represiones sangrientas a la par de ineficaces en términos de conservación de poder. El poderómetro de Néstor Kirchner le asigna menos potencia que la que le atribuyen otras miradas. Y el Presidente se siente especialmente jaqueado por “la gente” cuando sale a la calle. El punto es fascinante, se discute de modo bastante epidérmico, robustecen el ángulo presidencial los resultados alcanzados por los padres de las víctimas de Cromañón y Juan Carlos Blumberg. Fueron quizá los momentos de más zozobra de un gobierno que nació débil y se robusteció en la acción. Autolimitado para reprimir (por motivos atendibles entre el que sobresale el salvajismo de las fuerzas de seguridad), Kirchner se esmera en contener a las minorías, atenderlas, concederles. El problema es que esos grupos, convencidos e irreductibles, tienen demandas precisas e innegociables, todo un intríngulis para la política.
Encauzar, no encabezar: La obsesión de Kirchner fue encauzar la protesta ambientalista. Quizá no estuviera tan descaminado, pero su praxis derrapó muchas veces a ser su vanguardia.
La tarea era peliaguda, solo podía cumplirse acabadamente si se la complejizaba con una prédica dirigida a los asambleístas, dando cuenta de los límites de la política internacional y la fuerza relativa de las partes. También debía lograrse un ámbito de relación estable con el gobierno uruguayo, para ir destrabando un ovillo muy enredado. Era inimaginable una solución virtuosa (que debía serlo para las dos naciones) sin una instancia perdurable, que acicateara a los funcionarios a cooperar y extremar su creatividad.
Los dirigentes argentinos hicieron poca docencia y consagraron poca libido a apaciguar. Puro acelerador, nada de embrague, minga de freno, así no se conduce. Esa defección alcanzó su clímax en varias ocasiones, por ejemplo en la primera visita de Rafael Bielsa a Gualeguaychú o en el acto encabezado por Kirchner bajo la quimérica consigna “no a las papeleras”. O en todos los devaneos del gobernador Jorge Busti, el peor alfil posible, sobreactuando su belicosidad y dedicado con fruición a inventar querellas penales inviables.
El Gobierno tenía muchos condicionantes y pocas herramientas, agravó tamañas limitaciones excitando demasiado a una tribuna poco proclive a la comprensión en caso de frustrarse sus reclamos de máxima. Ahora el Presidente recibe recriminaciones desproporcionadas, injustas. No es real que faltó empeño de la Casa Rosada y de Cancillería. Incluso consiguieron la relocalización de la pastera española Ence, como tributo a su esfuerzo y a su buena relación con el gobierno español. Ese logro, que atenúa el posible impacto ambiental, fue magramente capitalizado por el oficialismo y no pregna el imaginario de los entrerrianos.
Dos veces peregrina: Peregrino, admite como primera acepción la Real Academia de la lengua, es quien anda por tierras extrañas. La jerga coloquial nativa innova con el vocablo “peregrina” como adjetivo que califica algo infundado, traído de los pelos. Peregrina en los dos sentidos viene siendo la negociación sobre el contencioso del río Uruguay. La sensatez escaseó, en proporción inversa al millaje recorrido y a la cantidad de parajes recorridos por funcionarios y técnicos. Lo que debió zanjarse entre Buenos Aires y Montevideo incursionó en La Haya, exploró una salida en Madrid y Nueva York. Santiago de Chile será otra etapa de ese deambular. La Cumbre Iberoamericana, el 8 de noviembre coincidirá, redondeando, con el primer cumpleaños de la facilitación. Los presidentes argentino y uruguayo saben en su fuero íntimo que sería un retroceso dejar al rey Juan Carlos con las manos vacías. Falta poquito tiempo, algo debe hacerse, así se tentó ayer en la Gran Manzana. La entidad política de los participantes, reclamada por el facilitador, corrobora el ansia concurrente de seguir negociando. Los dos países tienen motivos para no supeditar todo a los dictados de una corte internacional. He ahí el único encanto de un conflicto entre países limítrofes: nadie gana con un resultado de suma cero, de cara a una relación de tracto sucesivo. Todos precisan evitar un cierre tan infausto.
Falta pocos días para la Cumbre en Chile, pero está la primera vuelta de las elecciones nacionales en el medio. Los datos indican que, en primera vuelta, sólo podría ganar Cristina Fernández de Kirchner; sus competidores podrían llegar si hay ballottage. O sea, sólo puede haber certeza si triunfa la senadora. En tal hipótesis, ¿habría un avance significativo para compartir con su Majestad? Sería todo un detalle.
“Ambas partes continuarán trabajando, con la ayuda del facilitador, a fin de seguir avanzando en el proceso de diálogo iniciado en Madrid el pasado mes de abril con vistas a la superación de las diferencias que actualmente separan a los dos países”, expresa el escueto comunicado del facilitador. Su savoir faire, tabla de náufrago de los rioplatenses, sugiere lo que hay y lo que falta.
De momento, el diálogo sirve como preludio de otra instancia del diálogo, una sabiduría política esencial demasiado maltratada en ambas riberas del cielo azul que viaja.
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