EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Los sondeos de opinión siempre habilitan la polémica, por la influencia que pueden ejercer, o por virtuales manipulaciones, o por la difusión de bocas de urna, ora por las vedas preelectorales. En el suelo feraz de las pampas toda vegetación se torna más frondosa, propensión que se propaga a los entredichos sobre los sondeos. El calendario electoral, escalonado más allá de lo funcional, desgrana ejemplos de traspiés de los consultores, que pueden atribuirse a errores, culpas o dolos. Repasemos los más conspicuos, a vuelo de pájaro.
- Erraron el vizcachazo la mayoría de los pronósticos en la Constituyente de Misiones del año pasado. Hubo quien vaticinó con justeza, la consultora Opinión Autenticada, que luego hocicaría en Capital anunciando que Jorge Telerman llegaba con la fusta bajo el brazo al ballottage.
- En Santa Fe fueron más los que predijeron la victoria de Hermes Binner. Julio Aurelio se mandó solo en contra de la profecía exacta y quedó en off side.
- En Córdoba, Juan Schiaretti fue definido como favorito por casi todos. Y hubo un festival de bocas de urna, tras el cierre de la votación. Algunas acertaron la tendencia, otras no, primó la imagen de descontrol. Saturaron el ambiente aseveraciones indebidamente drásticas para un final tan reñido. El pretenso elegido puso su cuota de torpeza, levantando su propia mano cada dos horas con poca ponderación y nula gracia.
- En Chaco se veía venir la revalidación del radicalismo. Jorge Capitanich tenía otros datos en su poder, los anticipó a Alberto Fernández, quien (con otros elementos) no le dispensó pleno crédito. Algunas bocas de urna registraron la gran paridad y, aun, la mínima victoria del justicialista. Otras propagaron una ilusoria victoria del radical Angel Rozas, que era quien las había sufragado.
La somera reseña sugiere que no hubo unanimidad (en las verdes o en las maduras) en casi ningún lado. Y que existe un acumulado de desvíos importantes, protagonizados por muchos consultores, no todos contratados por el oficialismo nacional. Flota en el aire la necesidad de que los profesionales del rubro pongan las barbas en remojo. Aludimos a un conjunto de no más de diez empresas, que capturan suculenta tajada del mercado, con buena acogida mediática y, se supone, agradable facturación. La relación con los sponsors, muy oligopolizada con centro en el gobierno nacional, es un hecho digno de resaltar.
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Los consultores, en conversaciones informales, reconocen que algo funciona mal en su ojo propio. Asumen en promedio que puede haber operaciones políticas, manejo desaprensivo de los candidatos, jugadas inconvenientes de los colegas. Pero que la expansión de las macanas excede la malicia, los implica a todos y exige introspección. A partir de ahí, surgirán discusiones interesantes que florecerán después del 28 de octubre, la última chance, la Supercopa.
La reconfiguración del espectro partidario, la eventual anomia, exploran los especialistas, pueden haber tornado inasible la realidad. Algunos dicen que cualquiera de esas variaciones, la política o la sociológica, pueden hacer tremolar las encuestas. Otros dicen que, si la metodología es correcta y el trabajo de campo es adecuado, no pueden estorbar la predictibilidad. Como fuera, la lupa está puesta.
Algunas movidas en materia de método se vienen dosificando. Aurelio propone dejar de lado las prevenciones contra los sondeos telefónicos (dada su creciente propagación de aparatos en muchos sectores sociales) a cambio de ampliar masivamente el número de entrevistados. La consultora Poliarquía eligió en su última presentación, publicada en el diario La Nación, evitar toda proyección de indecisos poniendo en tela de juicio su precisión y, quizá, hasta su pertinencia en la coyuntura.
Habrá más, se sospecha.
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La dirigencia política trata de pescar en ese río revuelto. Roberto Lavagna fue el más enérgico en estos días, acusó a Poliarquía de haber dibujado un sondeo que colocaba segunda a Elisa Carrió y lo relegaba al tercer puesto. Adujo que la empresa fue contratada por el Gobierno. Los precedentes no avalan su reclamo: Poliarquía no acostumbra relacionarse con el oficialismo nacional. En las elecciones porteñas acompañó un rato a Telerman, luego se despegó de él, quizá porque el alcalde afrancesado prefería divulgar otras cifras que lo embellecían más.
El episodio quizá forme parte de un nuevo tramo de campaña, aquel en que Lilita y el ex ministro de Economía dediquen buena parte de sus afanes a toparse en aras de la medalla de plata. También insinúa que la manipulación será un argumento remanido.
Es dable desear que ese derrape a la sospecha no se transforme luego en desdén por los votos efectivamente emitidos, que no son especulaciones sino hechos sociales y políticos de primera magnitud, que ameritan condigno respeto. La inclinación a santificar algunos pronunciamientos populares (los que gratifican al protagonista) y a explicar reveses en claves de clientelismo, ignorancia o falta de dignidad popular es una tentación recurrente, que deberían desechar quienes persiguen representar mayorías.
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Es un lugar común, no nos privaremos de él: las encuestas no reemplazan a la política. Esto dicho, bosquejemos el escenario político promedio, despojado de bravatas o voluntarismos, situando entre paréntesis precisiones numéricas, aunque pueden ser vitales para el resultado final.
- La tendencia reconocida casi ecuménicamente es que Cristina Fernández de Kirchner tiene mucha más intención de voto que quienquiera la siga y está a tiro de ganar en primera vuelta.
- La perspectiva más seria de sus contrincantes es “bajarla” del cuarenta por ciento, porque ninguno de ellos llegaría al treinta.
- La oposición está diseminada en varios partidos.
El cuadro general puede explicarse con trazos políticos sencillos. En los cuatro años de gestión de Néstor Kirchner se redujeron el desempleo y la pobreza, creció el PBI, se recuperaron las economías regionales, hubo paritarias con aumentos de salarios, crecieron las jubilaciones. Esos datos duros, sumados a la existencia de un liderazgo cuestionado por muchos motivos pero no por vacilante, explican la aprobación al gobierno que, acaso, podría duplicar el número de votos que consiguió en 2003.
La diáspora opositora suele endilgarse al personalismo de los candidatos, a su falta de voluntad política, a cortedad de miras. Algo de eso puede haber, pero debería añadirse un elemento de análisis muy despreciado, que es la voluntad ciudadana. Es curioso, se endiosa a “la gente”, pero se la minimiza cuando se lee la realidad. A título de hipótesis puede arriesgarse que la dispersión opositora puede tributar en parte a la falta de demanda ciudadana precisa. Compárese con lo ocurrido en 1999: la ansiedad por remover al menemismo condicionó a los líderes del Frepaso y la UCR, los compelió a inventar la Alianza. Y el voto popular, de tan ansioso, se ingenió para darle sentido al significante más vacío que podría imaginarse, Fernando de la Rúa.
El lector podrá decir que esas demandas también se inducen, desde la dirigencia. Así es, si hay plafond. Dialéctica es la política democrática, por definición. Queda por verse si esa demanda está larvada, si puede aglutinarse en un emergente. Será contra reloj pues ya faltan pocos días, un lapso suficiente para hacer decenas de encuestas pero angustiante para hacer política.
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