EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
Prioridades
› Por J. M. Pasquini Durán
Aunque confirmaron la impresión general, los datos sobre pobreza y marginación que publicó el Indec impactaron fuerte, como si fueran novedad, sobre el atribulado ánimo de los argentinos. La decadencia nacional aumenta el número de víctimas en progresión geométrica y establece las prioridades para quien quiera reponer en la sociedad el sentido del bien común. No hay urgencia más cabal que encontrar el modo más eficaz de calmar el hambre y la sed de millones de personas, velar por la salud, ofrecer educación, seguridad y justicia. En definitiva, reintegrar la solidez del cuerpo social, hoy fragmentado y martirizado por la insensata crueldad de las políticas públicas de más de una década que, por convicción o por ineptitud, siguen dominando el pensamiento gubernamental. Para colmo, con la misma contundencia de las cifras existe la impresión general de que las próximas elecciones no traerán alivio a tantos pesares porque, en palabras de obispos, “se busca un cambio de personas sin que se hubieran llevado a la práctica reformas que legitimen y hagan creíble la acción política”. La misma declaración de la conferencia episcopal puntualiza una de las condiciones necesarias: “Sólo con personas desinteresadas e instituciones moralmente nuevas podremos reconstruir el tejido social y mirar el futuro con esperanza”.
Sólo un par de días antes de este pronunciamiento, un grupo de dirigentes y organizaciones políticas y sociales, entre ellos Elisa Carrió, Víctor de Gennaro, Luis Zamora, Luis D’Elía y otros, se congregaron para encontrar la manera de presionar sobre la corporación de gobierno y partidos para dar por finalizado el mandato de todas las representaciones políticas y someterlas de una sola vez al juicio de las urnas desde arriba hasta abajo. O sea, lo que en la calle se resume en la demanda de “que se vayan todos”. En este primer encuentro, resolvieron convocar una movilización nacional el 30 de agosto, dentro de una semana, con cortes de rutas y de calles y con manifestaciones en todo el país y reclamaron, aun sin las debidas precisiones metodológicas, una Constituyente para la remoción de todos los cargos electivos. Aunque nadie hizo cuentas, es claro que una iniciativa semejante podrá avanzar hacia su propósito si cuenta con la adhesión activa de centenares de miles de ciudadanos en todo el país. No será fácil lograrlo, ya que aún para los más sinceros, la experiencia del consenso, en el que nadie gana, es un ejercicio acosado por las impaciencias.
Desde hace algún tiempo, partidos de izquierda reivindican la formación de una Asamblea Popular Constituyente, aunque la diferencia principal con esa otra iniciativa, que a primera vista parecen ser coincidentes, es que éstos la proponen como sustituto de las instituciones reconocidas por la Constitución vigente. Si bien las síntesis suelen anular los matices con cierta dosis de arbitrariedad, en este caso para abreviar podría decirse que la propuesta sería de hecho el fruto de una rebelión popular que también suelen llamar el “argentinazo”, una versión muy ampliada de la desobediencia civil del 19/20 de diciembre último. Ninguno de los partidos que respaldan esta iniciativa participó del encuentro multisectorial, aunque tal vez alguno de ellos acuda a la próxima cita, así sea para aclarar posiciones. La división en compartimentos estancos va más allá de entendibles elucubraciones ideológicas, porque a veces los mismos participantes de una propuesta realizan otras actividades en la que omiten la mención del compromiso que acaba de aprobar. Así, por ejemplo, en los discursos de inauguración del Foro Social nadie recordó la movilización que tendrá lugar cinco días después que este otro encuentro haya terminado. Del mismo modo, salvo mínimas excepciones, a la marcha inicial del Foro faltaron representaciones políticas y sociales que, al menos en los discursos y más de una vez en las conductas, comparten la idea de que otro mundo y otro país son posibles. Tampoco la cúpula de la Iglesia, que suele discurrir sobre la realidad con frases conmovedoras, hace acto de presencia en los otros territorios sociales, a pesar de su compromiso espiritual con las prácticas del diálogo. En la gestualidad episcopal la convocatoria a un plenario extraordinario para setiembre a fin de analizar el cuadro político y social del país puede ser interpretada como un signo de su disgusto con la conducta del Gobierno y aun, si como se presume, lo expondrá con todas las letras y cara a cara en audiencia reservada con el presidente Eduardo Duhalde, son actitudes que no alcanzan todavía a conmover al propio gobierno ni tampoco a la sociedad en general para que el camino elegido por la autoridad eclesiástica sea aceptado por los demás como el rumbo cierto para salir de la actual situación. En situaciones de peligro, los pastores suelen ponerse al frente del rebaño, en lugar de seguirlos cuidando desde atrás. Es decir, no deja de ser interesante imaginar a esta misma iglesia convocando a una procesión popular en la calle por el pan, el trabajo y la fraternidad.
En rigor, nadie atina a ocupar el liderazgo necesario y también la fragmentación, los recelos y desconfianzas recíprocos, influyen todavía más que las voluntades de concertación. Con los instrumentos de las ciencias sociales y políticas en el final del siglo XX pudo comprobarse, aquí y en el mundo, un doble proceso simultáneo: de un lado, la fabulosa concentración económica en un reducido número de corporaciones financieras y comerciales, y del otro, una dispersión política de tal grado que fue interpretada por ciertos analistas como la evidencia contundente del fin de las ideologías. Esta disgregación puso en crisis los sistemas de representación y así las extremas derechas que nunca creyeron en la libertad o en la democracia plenas, confinadas por más de medio siglo a la condición de minorías, recuperaron atracción en numerosas sociedades, cuyos ciudadanos fueron desengañados por lo general con la escasa aptitud de las fuerzas del progreso para gestionar las complejidades contemporáneas. La frustración de la socialdemocracia europea, y el rápido desplazamiento hacia la derecha de las mayorías de votantes en esos países ofrecen una variedad de interrogantes que aún no tienen réplicas definitivas.
En la Argentina, es obvio que los partidos mayoritarios no escaparon a la tendencia general, con el agravante que los procesos económicos internacionales, conocidos como de “globalización”, han hecho estragos en sus débiles economías y han llevado la injusticia social hasta límites que sólo se encuentran en el siglo XIX o principios del XX: el trabajo esclavizante, la explotación infantil, el desempleo masivo, la desintegración familiar y social, la miseria extrema combinada con la violencia en todas sus formas, hasta la reaparición de pestes que habían sido vencidas por la medicina, la barbarie ha sido en esta zona el resultado más evidente de la llamada “modernización” conservadora. Mientras más intenso y extenso han sido los retrocesos, más arduos y complejos son los esfuerzos necesarios para recuperar el terreno perdido. Ese nivel de dificultades, expuestas a través de relaciones de poder tremendamente desiguales, contribuye tanto o más que las mezquindades sectoriales o las mediocridades dirigentes para impedir las soluciones que a simple vista son de una urgencia insoslayable.
Con más precisión: la complejidad del cuadro no disculpa ni excluye la mediocridad, sino que la potencia. En la actualidad, el Gobierno transitorio de Duhalde es una nave al garete, sin otro rumbo ni mando que los vaivenes de aguas embravecidas. La desprestigiada Corte Suprema puede atontarlo de un golpe, mediante un fallo de mínimo sentido de justicia, como es la restitución del recorte inconstitucional de salarios estatales y jubilaciones, cuya demora en pronunciarse es inexcusable. Desde otro ángulo, la desclasificación de archivos documentales norteamericanos sobrelos años de plomo, en lugar de oxigenar al poder, lo intoxica con el temor al despecho de los militares. En suma, es una nave que está siempre al borde de la zozobra o, lo que es peor, del naufragio. Y en lugar de enderezar el timón, cumpliendo con la histórica tarea que le fue confiada, el Gobierno se enclaustró en la puja interna de aparatos del justicialismo, ubicándose como una facción más de la disputa. No tuvo la visión ni las entrañas para hacer historia y resulta que ni siquiera puede fabricar un candidato que lo suceda. Por supuesto, ya se apuró a rechazar cualquier convocatoria a Constituyente.
Salvo en la irresponsable hipótesis de “cuanto peor, mejor”, la fragilidad del Gobierno, agregada al descrédito popular de las representaciones, no sólo político-institucionales, obstaculiza en vez de facilitar la tarea de la oposición, obligada a medir el ímpetu de la presión para no provocar el naufragio descontrolado porque el resultado podría agravar el desastre en lugar de aliviarlo. Hay que decir, desde ya, que las broncas populares, a pesar de todos los motivos que la justifican, han guardado prudencia, teniendo que absorber incluso golpes terribles de la represión salvaje, para no servir de pretexto a ningún golpe de mano de aventureros liberticidas. Han sabido valorar el desprecio como instrumento válido antes que la venganza ciega. De todos modos, aun los que creen que tienen la impunidad garantizada deberían recordar que una diferencia entre las personas y los santos es la longitud de la paciencia.