EL PAíS › COMO VE LA ULTRADERECHA LA ELECCION DE CRISTINA KIRCHNER
La revista Cabildo tuvo un pico de presión: una mujer presidenta atenta contra “el orden natural” y es una muestra de “feminismo abortista”. Hasta le cambiaron el nombre y la mostraron frente a una bandera de Israel, como para dar ideas. Las lúgubres tonteras con que se explican los nazis católicos.
› Por Sergio Kiernan
A la revista Cabildo no le cuesta indignarse y su tono habitual es de trinchera, con una agresividad proporcional a su irrelevancia política. Pero la elección de Cristina Fernández de Kirchner como presidenta llevó a Antonio Caponnetto y su banda de la tercera edad a un pico de presión: la “mujeruca” en el poder resulta una abominación contra el orden natural. Para avisar a sus cofrades del peligro que acecha, Cabildo recurre a una tapa casi cabalística en que la presidenta electa aparece sonriente frente a un micrófono y delante de una bandera de Israel. El título es críptico: “Elizabeth Wilhelm, fruto del vómito electoral”.
Lo del vómito es fascismo catolicón bolilla uno. Para Caponnetto y los suyos, el problema no es que la democracia esté enferma sino que la enfermedad sea la democracia. La misma edición cita al venerado Jordán Bruno Genta hablando de “la falacia que representa este falso dogma de la soberanía popular. Esta cosa monstruosa, diabólica, inventada en la Revolución Francesa por los que desterraron la Soberanía de Dios y la sustituyeron por la soberanía del hombre. Y la expresión concreta es la voluntad de las mayorías, la omnipotencia del vulgo”.
En el fárrago cuesta encontrar la razón del “Elizabeth Wilhelm”. Resulta que son el segundo nombre y el apellido materno de la presidente electa. El nombre lleva a Caponnetto a citar un poema de Anzoátegui contra Isabel II de Inglaterra, que repite el nombre de “ese marimacho de cartón pintado”, esa “reina torpe, reina no, más loba libidinosa”. Lo de Wilhelm es como una adivinanza: ¿A qué suena el apellido Wilhelm colocado frente a una bandera de Israel?
Caponnetto abre su revista con un editorial en el que explica que el problema es que “la mujeruca” no cesa de hablar “en cuanto regüeldo público emite sus colágenos belfos”, metida “en el masónico sistema” y rodeada de “demócratas imbéciles”. Este gobierno es un “muestrario impúdico del incongruente progresismo nativo, a diestra sella en su nombre ententes múltiples con los mandos plutocráticos de la judeomasonería, y a siniestra alimenta y acompaña la revolución gramsciana, preñado su entorno de antiguos asesinos terroristas. Su mano de hiel reposa cómplice sobre los titulares de la usura internacional, a cuyos sones cabalistas todo vejamen nacional se consuma. Su otra mano, impregnada de bilis, alimenta y acrece la programada venganza del marxismo”.
Elizabeth Wilhelm es horrenda también por “su repulsiva ignorancia, consecuencia lógica de una vida apartada de la sabiduría, ajena a los saberes de formación, lejana y contraria en todo a la meditación y la plegaria. Poseedora de los retazos pseudoculturales que le otorgó la praxis partidocrática, a la vera de un hombre inigualablemente necio, su mayor profundidad es su epidermis, y su entidad intelectual la de un jíbaro”.
La tercera razón del horror de Caponnetto es “el disloque feminista, nutrido en la perspectiva del género, a la que no cesa de aludir”. “Su irritativa soberbia es calculada manifestación del género que se quiere presentar como vencedor y prevalente”, sigue el fascista, y una muestra de “feminismo justificador de la contranatura, engendrador del aborto, destructor del orden natural, contrario en todo al plan de Dios y nutriente de una visión dialéctica en la que el sexo es apenas un instrumento más de la lucha de clases”.
Desde la perfecta impotencia de su pasquín –que no puede ni convencer a los hermanos maristas de alquilarles una villa, como se explica aparte–, Caponnetto recomienda hacer como “los nacionales de España” y andar con “la espada junto al labio, la espada cara al sol”. Cuenta con que “acumulen dormiciones y pesadillas los enemigos” mientras que “nosotros seguimos despiertos, sencillamente de a pie, por esta irrenunciable senda del honor”.
Las razones
Mientras Caponnetto ruge, espada en labio, el inefable Aníbal D’Angelo Rodríguez, hijo de Magda Ivanisevich, orgulloso amigo de nazis de verdad y un racista que se llevó racismo a marzo, baja el tono y explica lo que pasa. Según el especialista en “culturales” de Cabildo, padecemos “la destrucción de la mujer”, “la banalización del sexo”, “la educación destructora”, “la juventud esclavizada”, “el asesinato de masas” (el aborto) y una “Iglesia paralítica”. Todo esto se debe a la invención de la democracia en el siglo XVIII, cuando nació “una ideología a la que se puede llamar modernismo, iluminismo o progresismo”. El objetivo de este ismo es “la deificación del hombre y en la certeza de un progreso indefinido gracias a la ciencia”.
El pensador explica que no cree que esto sea producto de una conspiración sino de “una perversa interpretación del mundo”. Sin embargo, sí hay conspiraciones, con s, empezando por la de la masonería, hoy transmutada en grupos como la Comisión Trilateral. Pero la verdadera conspiración “es la del silencio, cuya forma común es dar lugar en los medios casi sin excepción a lo políticamente correcto, es decir al lenguaje progresista”. D’Angelo Rodríguez vuelve a colocar a su grupo en el lugar que más les gusta, el de mártires de fuerzas poderosas que evitan “toda auténtica polémica” con ideas realmente diferentes, como las de ellos.
Pero al hijo de una orgullosa protectora de inmigrantes nazis enseguida se le escapa su verdadera ofensa: “Hoy se puede ser y decir cualquier cosa, menos algo que tenga que ver con los nazis. Y nosotros (los medios) decidimos qué es y qué no es nazi, sin apelación”. Por supuesto que el autor se considera católico y no nazi, con lo que plantea que “los poderes” quieren imponer que “bien visto, los católicos también son una especie de nazis”.
Ocurre que esto no es cierto, como bien saben en Cabildo. Un nazi es un nazi y los hay ateos, paganos, protestantes y también católicos. Cabildo sigue una línea elitista y pajarona, de güelfos y gibelinos, donde sueñan con un führer de capa púrpura y no de camisa marrón. Viene a dar lo mismo y tienen que vivir en un país que les da una bolilla inversamente proporcional a la que le da a Elizabeth Wilhelm.
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