EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
Impactante, en cierto sentido, pero bien lógico, lo poco que duró en la consideración periodística el “nuevo” gabinete de la presidente o presidenta.
La mayoría mediática vive presa del negocio de la espectacularidad, ya sea que se trate de violencia urbana, descubrimientos científicos, renuncia de Passarella o gatos televisivos que encontraron alguna variante en la forma de mover el culo. Como sólo se trata del impacto por el impacto mismo, al trasladar esa interpretación de la realidad al campo político les cuesta horrores entender o asimilar que, oh sorpresa, no hay noticia. Había ya cuatro años de experiencia acerca de que los Kirchner resuelven en la soledad de su alcoba cómo y con quiénes se comanda el país. Cuatro años con hechos demostrativos de que el matrimonio es impermeable a las operaciones o invenciones de prensa que inventan candidatos a tal o cual puesto, y que cuanto más se les cuestione a Fulano y Mengano más será que Fulano y Mengano permanecerán en sus lugares. Es una forma de ejercer el poder que puede estar, o salir, bien o mal; pero que sirve para marcar territorio. Como consecuencia de la arremetida de los lobby, era obvio que la respuesta sería la continuidad de los Fernández, De Vido, Garré, por citar apenas el podio de los más criticados. Y en Economía, que altri tempi era la madre de todas las batallas para descubrir la orientación general, no era ya una obviedad sino un anuncio que Peirano se iba; y que el matrimonio elegiría a un tapado que en ningún caso estaría entre los candidateados por la prensa. Entonces: anuncian el gabinete y, como la noticia es que todo sigue prácticamente como está, no hay noticia. Apenas marcar que elevaron la ciencia y la tecnología a rango de ministerio y repasar el archivo de las pullas entre Ocaña y Ginés. Nada más. Vienen del 45 por ciento de los votos, encima; y la oposición no hace otra cosa que amplificar su carácter de espectadora, cuando no de su vocación divisionista y de su incierto destino: el ARI es un escándalo atrás de otro, estallado en pedacitos que se sublevan frente a la egolatría y derechización definitiva de Carrió; Macri no consigue gente para conducir la Capital, y la que consigue se la acuestan ipso facto por sus nada inesperadas soberbia e inexperiencia. Y el resto, literalmente, desapareció. ¿Había forma de que no desapareciera también la inflada expectativa por el futuro gabinete, una vez que se revelara como un previsible futuro de continuismo? No. A lo sumo podría discutirse si éstos, los “nuevos”, son los funcionarios con los que empieza una o son aquellos con los que termina el otro. Que vendría a ser la diferencia entre si éste es el gabinete que necesitaba anunciar la presidente o presidenta electa, o el que precisaba anoticiar el presidente actual para contestarle a las presiones. No más que un ejercicio retórico, incapaz de variar que quienes gobiernan son los esposos. Y divertimento para los que, como más lejos, centran sus disquisiciones en si gobernará ella o él detrás de ella.
Descartado el bluff del gabinete, entonces, arreció como noticia lo que igualmente se conocía hace tiempo: el aumento de las retenciones a la exportación de granos, petróleo y derivados. Con el dólar 3 a 1, en números redondos y a pesar de Indeklandia, los valores record de las materias primas y sucedáneos que Argentina exporta siguen siendo una amenaza creciente para los precios del mercado interno. ¿Es noticia que los grupos concentrados de la economía preferirían vender al exterior el grueso de lo que producen y que el Estado sea un imbécil que los mira de brazos cruzados, mientras se las arregla como puede viendo con qué armas garantiza el mercado local? No. No es noticia, pero ahí anda “el campo” llorando en medio de una de las (sus) fiestas más grandes de la historia. Las petroleras –hasta ahora– exponen algo de pudor, en cambio: saben que levantar la voz puede volvérseles en contra, como debería pasarles a los grandes monstruos del agro si el Gobierno tuviera una política de comunicación que dejase bien en claro el enriquecimiento descomunal de que gozan quienes se quejan. El pato de esa boda son pequeños productores y comerciantes, y actores intermedios de la cadena de producción y consumo, que gracias si la ven cuadrada en comparación con los márgenes de quienes se apropian de la renta exportadora. Y es ahí donde el kirchnerismo encuentra el límite de su intervención y de sus ideas: muestra y traba algunos dientes que ponen ligero límite a las ganancias de los dragones del negocio, pero continúa invicto el desierto de políticas de Estado que promuevan y efectivicen a chicos y medianos como para que la economía no sea sólo, y tanto en esas áreas como en otras, asunto de enormes.
Como lo subrayara hace unos días Alfredo Zaiat (Página/12, 8-11-07): “Rusia aplica retenciones del 30 por ciento a la cebada y del 10 por ciento al trigo, (...) China hace lo mismo con los huevos y la carne de cerdo (...) e India aplica similar política con la leche (...) India es una de las principales usinas lácteas del mundo, China lidera el mercado de carne de cerdo y Rusia es el quinto productor de trigo del planeta”. Pero no se conocen quejas de los productores y analistas de esos países, y “se supone que esa prudencia se debe a que (...) miran más allá de su propio ombligo porque saben que existe un grave problema mundial: (...) la incorporación de millones de nuevos asalariados urbanos en la tardía revolución industrial de China e India, que requieren cada vez más alimentos para la reproducción de la fuerza de trabajo, y el desarrollo de los biocombustibles”. Es lo que se conoce como agflation: combinación de agricultura e inflación, producto de la suba de los alimentos a escala planetaria por la demanda de consumo humano y para el uso energético alternativo. Un verdadero terremoto económico de extrema complejidad, que habrá de profundizarse hasta límites difíciles de imaginar.
Frente a tamaño desafío, los megajugadores del agro no derraman otra cosa que lágrimas de cocodrilo por la porción que el Estado les retiene de sus despampanantes ingresos. Y al Estado no se le ocurre más que esas justificadas retenciones, cuando se trataría de aguzar la inteligencia y tomar otras medidas que aseguren la soberanía alimentaria y la distribución equitativa.
Sería cosa, por lo menos, de empezar a debatir esos temas. No se sabe si estaríamos mejor, pero aunque sea no seríamos tan berretas respecto de lo que se discute.
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