EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
¿Qué hace no ya un periodista o analista profesional sino cualquier hijo de vecino, que no viva en un pote de flan dietético y con alguna inquietud informativa e intelectual, cuando estalla una noticia groseramente empiojada por cruces de intereses políticos, personajes negrísimos, circunstancias muy sugestivas y una cantidad de versiones y rumores que superan con amplitud los datos concretos?
Lo primero que hace es preguntarse por la verdadera importancia de la noticia. Esto es, la recorta. Le da un marco, inclusive por fuera de su interés personal en el tipo de hecho. Y una vez que lo hace, la primera respuesta, la que le sirve para empezar a precisar, es cuánto tiene la noticia de impacto social, de potencialidad, de influencia directa en la vida cotidiana. En una palabra, busca darle a la noticia su auténtica dimensión. Y después, ya más tranquilo o más alterado según sea el encuadre que dedujo, se aplica a algo tan sencillo como el sentido común. Lo cual puede no servirle para arribar a conclusiones contundentes pero sí, también, para recortar hipótesis. Quedarán afuera las descabelladas y adentro, con mayor o menor grado de certeza (o con ninguno), aquellas que dejarán un desenlace analítico más gordo o más flaco. Por supuesto, el grado de información con que se cuente influye en las probabilidades de acertar. Pero la importancia de acertar está, a su vez, condicionada por la importancia mayor: aquella de cuánto de influyente es la noticia.
Correcta o no esta lógica analítica, veamos qué pasa si se la emplea en el renacido caso del valijero Antonini Wilson y los 800 mil dólares secuestrados en Aeroparque que, de acuerdo con lo que dice ahora el FBI, estaban destinados a la campaña electoral kirchnerista. En primer término, visto el exuberante despliegue mediático que se le otorgó, se estaría ante un episodio de conmoción nacional e internacional, poco menos, del que la oposición local ya se prendió en forma unánime a falta de mejores excusas. Las interpretaciones van desde que significa una señal política adversa que el gobierno norteamericano le dispensa al argentino recién reasumido, hasta que en caso de no brindar explicaciones satisfactorias puede resentirse la relación con Washington. ¿Y? Suponiendo que eso fuese así, no se ve, ni con el mayor de los esfuerzos, cuál es el impacto específico que la presunta revelación tendría sobre el mapa político e institucional de los argentinos. Y tan es así que puede apostarse con toda tranquilidad al desvanecimiento repentino o paulatino de la instalación periodística del hecho, del mismo modo en que se desmayó a los pocos días de producirse el hallazgo en Aeroparque. Porque, ya entonces, no resultaba sensato que una cantidad de dinero irrelevante para el contorno de un oficialismo tranquilamente triunfador fuese contrabandeada al país con semejante intrepidez bizarra. El nunca bien ponderado sentido común ya indicaba que la plata podría haberla traído el propio Chávez, o alguien de su comitiva, sin riesgo de requisa alguna. Se estaba (se está) claramente ante una irregularidad, pero mucho antes ligada a un incidente de corrupción entre funcionarios y/u hombres de negocios que a una operación de sostén político. Como no hubo forma de sustentar esto último, la noticia original fue desapareciendo. Quedó, sí, la sospecha, fuertemente afincada en los corrillos periodísticos, de que se trató de un pase de facturas entre algunos pesos pesado de palacio, enfrentados entre sí: meses atrás había ocurrido Skanska, con afectación directa sobre uno de los colaboradores más íntimos y cuestionados del presidente Kirchner; y el caso del valijero afectaba a otro. Puras especulaciones, por cierto que verosímiles. Pero que fuera plata para la campaña no cerraba por casi ninguna parte y menos aún cierra ahora, cuando la propia y “aséptica” investigación de los buró yanquis deja virtualmente expuesto que el tal Antonini Wilson es un agente de ellos mismos, tranquilo y feliz en Miami.
Si se persiste en el sentido común, y así se disponga de información, las cosas se complican un poco porque parecen intervenir ciertas travesuras, a un lado y a otro, en las que nada es del todo lo que parece. La Presidenta salió a hablar de una “operación basura”, a cuya cabeza estaría sin dudas la administración Bush, con el objeto de perjudicar a su gobierno en general y a las relaciones con Venezuela en particular. Pero el Departamento de Estado norteamericano se apuró a aclarar que el caso es “policial” y que sólo se trata de una investigación de la Justicia de ese país, por tratarse de actividades extranjeras en suelo estadounidense. De manera que Cristina Fernández quedó contestándole más al sensacionalismo ideológico de los medios argentinos que al gobierno norteamericano, para de paso reafirmar que en las relaciones internacionales su rumbo es latinoamericano con Venezuela incluida. No está nada mal. Pero sigue siendo categórico que el gobierno argentino nunca dio razones atendibles sobre el caso del valijero (el avión privado, la invitación a Antonini para que subiera, etc.), y que darle al asunto un tinte político permite continuar evadiendo respuestas de otro tipo, tal vez porque en el origen del dinero de la valija se encuentren rastros de lavado, coima, narcotráfico u otras delicias en condiciones de enredar a más funcionarios. Y el gobierno norteamericano, a su turno, se ampara en la angelical reiteración de que allí rige la división de poderes y que no estaba al tanto de nada, justo tratándose de una divulgación producida en una sede principal de las operaciones de la CIA y aledaños.
Cuestión: que como fuere, lo que los medios presentan como un escándalo de enormes proporciones no es más que el derivado de un hecho turbio, muy turbio, pero cuyos niveles de sospecha, tanto sobre los personajes involucrados como acerca de la provocación o aprovechamiento políticos, no alcanzan ni de lejos para generar el tamaño que quiere dársele. Ni se resiente la relación con Washington más de lo que pueda estarlo, ni se afecta el trato con el gobierno venezolano, ni hay tembladeral interno alguno. No, al menos, con los fundamentos obrantes hasta ahora, a partir de que el dato mayor es que la mayoría son conjeturas. Por el momento es un divertimento de zancadillas y espionaje bastante barato, que dudosamente ocuparía varias semanas al frente de la lista de best seller.
Le falta imaginación. O quizá sea que le sobre.
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