Sáb 22.12.2007

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Miami Beach

› Por Luis Bruschtein

Decir que hubo una operación política de los Estados Unidos a través del tribunal de Miami no es decir que la valija no existió. Este malentendido funciona también al revés. Decir que la valija existió y que hay que investigarla no implica desconocer que hubo una intromisión por parte de Estados Unidos. En ámbitos económicos y políticos norteamericanos relacionados con América latina nadie duda de que la mención al destino de los 800 mil dólares en la acusación de Miami constituyó una advertencia del gobierno norteamericano al nuevo gobierno argentino.

De hecho, mientras no presente pruebas más contundentes de su acusación, el único mérito del fiscal Thomas Mulvihill ha sido hasta ahora generar un buen descalabro en Argentina. Hacía mucho tiempo que no se escuchaban discursos tan críticos hacia los Estados Unidos desde la Casa Rosada y el poder político local, lo que le generó también serios problemas a la oposición, empujada por esta encerrona a avalar una operación política extranjera. Podría haber repudiado a la operación de Miami y haber insistido al mismo tiempo en la investigación sobre el origen y el destino de los dólares de la valija. Incluso podría haber presentado una declaración de repudio propia si es que no quería incorporarse a la del oficialismo. Pero eligió el camino que terminó favoreciendo al Gobierno, porque al no diferenciarse de una maniobra evidente dejaron que el tema de la valija quedara deslegitimado por las intenciones políticas de esa maniobra.

El juicio de Miami no aportó aún demasiado al tema de la valija. Más bien lo complicó, porque Antonini ahora es un protegido del gobierno y la Justicia norteamericanos –aunque oficialmente lo nieguen– y es muy difícil que concedan su extradición a Argentina. Tampoco le hizo ningún favor a la oposición argentina que, sin embargo, optó por legitimarlo, con excepción de los dos senadores por Tierra del Fuego que, pese a encuadrarse en la oposición, acompañaron la declaración de repudio motorizada por el kirchnerismo en el Congreso.

Para los conocedores de los movimientos de la política exterior norteamericana, el juicio de Miami no fue una declaración de guerra, sino una advertencia. El gobierno de Néstor Kirchner manejó con cautela su relación con Washington, pero con muchos gestos de autonomía, sobre todo en su impulso a la integración regional, que incluyó señales muy claras hacia los mandatarios de Bolivia y Venezuela. La misma presidenta Cristina Fernández de Kirchner asumió en un contexto muy marcado por esa política, con un fuerte respaldo a Evo Morales ante la ofensiva conservadora en su país, con un pedido enérgico para que se acelere la incorporación de Venezuela al Mercosur, demorada en los parlamentos de Paraguay y Brasil, y con la creación del Banco del Sur.

Si los primeros pasos de Néstor Kirchner tomaron desprevenido a Washington, el juicio de Miami fue un mensaje de que no pasará lo mismo desde los primeros días de la presidencia de Cristina Kirchner. Estados Unidos seguirá con atención esa línea de acción del gobierno argentino. La advertencia fue una manera de tratar de condicionarla desde el principio. Una forma de mostrarle que todo el que se junte con Venezuela quedará embarrado, como pasó con este escenario de Miami, donde se supone que el tema es Venezuela, pero los que quedan salpicados son los amigos argentinos de Venezuela.

La reacción del kirchnerismo fue doblar la apuesta. Podría haber focalizado su protesta sobre el fiscal o los sectores más recalcitrantes de Miami, pero prefirió responderle directamente al gobierno norteamericano. Y lo hizo desde el mismo ámbito al que estaba destinada la advertencia: la política de integración regional. Que Cristina Kirchner eligiera su discurso al asumir como presidenta pro témpore del Mercosur para fustigar a Washington tuvo una carga adicional, además del contenido. Porque la estrategia del kirchnerismo ha sido no ideologizar el proceso de integración. En ese sentido, la propuesta venezolana del ALBA es más ideológica que la del Mercosur y que la del Unasur. Hay un acuerdo implícito entre las Cancillerías de Brasil y Argentina en ese sentido para preservar el proceso de integración de los cambios políticos que se puedan dar en cada uno de los países. El discurso de Montevideo de la presidenta argentina fue una advertencia de que eso puede cambiar.

De todos modos, el método que eligió Washington para presionar puso en evidencia su poco conocimiento, por lo menos de Argentina, donde hay una visión crítica hacia Estados Unidos bastante más extendida a nivel popular que en otros países de América latina. Cuando Néstor Kirchner sumó sus andanadas a las de su esposa, ya estaba pensando más en política interna que en la respuesta institucional a Washington. El ex presidente está perfilando el peronismo que desea conducir y la construcción de un movimiento progresista más amplio. La provocación norteamericana le cayó como anillo al dedo para desarrollar un discurso más convocante y popular. Es como el encontronazo de Chávez con el rey de España. En los medios de comunicación y en sectores dirigenciales se agarraron la cabeza, pero a nivel popular latinoamericano tuvo un impacto favorable. Es evidente que los medios de comunicación, un sector de las capas medias y parte de la oposición son refractarios a este escenario de confrontación con Washington, pero buena parte de los argentinos lo ve con simpatía y tiene sus razones.

Con el uso que le dio Washington, el caso de la valija terminó de quedar atravesado por los intereses políticos. Tanto desde el Gobierno que lo tomó para su discurso de confrontación, como desde la oposición, que lo instrumentó a toda costa para desgastar al Gobierno a poco de asumir. El caso de la valija dejó de ser el caso de la valija y cada quien lo tomará según su adscripción política. Lo cual no es bueno porque la valija existió, trataron de introducirla en forma ilegal, con la complicidad, voluntaria o no, de funcionarios venezolanos y argentinos, y tenía un destino. Ninguno quiere despolitizar el tema para dilucidarlo, con lo cual la valija terminó por convertirse en una bandera política y más ahora cuando Antonini dice lo que quiere Estados Unidos. De esta manera, la maniobra norteamericana desgastó un tema que la oposición estaba utilizando contra el Gobierno.

Hacía mucho que no se producía este nivel de conflicto entre un gobierno argentino y el de los Estados Unidos. Sin embargo, la mayoría de la izquierda se mantuvo ajena, incluso aquellos que simpatizan con el proceso venezolano. Tampoco sus expresiones legislativas se expidieron. El resto de la oposición también quedó encerrada en esa encrucijada y cargó contra un gobierno recién asumido cuando éste recibía presiones de una potencia extranjera, un lugar poco elegante que deja muchas dudas en cuanto a su real disposición para una relación respetuosa entre oficialismo y oposición. Y además avanzó sin diferenciarse de esas presiones, lo que hizo inevitable la comparación que lanzó el oficialismo con la vieja antinomia Braden o Perón. Y no porque Cristina Kirchner sea Perón o el embajador Wayne sea Braden, sino por el lugar que elige la oposición. Si en otras situaciones la responsabilidad se le pudo achacar al kirchnerismo, en ésta ha sido la oposición la que tendió a extremar la polarización del debate político cuando el nuevo gobierno apenas lleva quince días.

Ni el gobierno argentino ni el norteamericano parecen interesados en sostener el tono de este conflicto. En los últimos partes de la Justicia norteamericana ya se borraron las menciones al destino de la valija. La advertencia ya fue presentada. No habrá una escalada imperialista y otra antiimperialista, pero los territorios han sido demarcados.

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