Norma Giarraca es la coordinadora de un libro que analiza los hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001. En esta entrevista, observa las continuidades y rupturas de aquel proceso.
Hace escasos seis años, una rebelión popular tumbaba a Fernando de la Rúa. El país se conmovía y se gestaba así un antes y un después en la historia argentina. Sin embargo, como ajeno, la semana que pasó se conmemoró un nuevo aniversario de aquellas jornadas y, salvo una marcha de organizaciones de izquierda, poco se dijo. ¿Por qué los ecos del 19 y 20 de diciembre se oyen y sienten tan lejanos? ¿Por qué se ha logrado construir tal consenso alrededor de este gobierno y su modelo general de país? Esas fueron las preguntas madre del recientemente publicado Tiempos de rebelión: Que se vayan todos, un estudio en el que se analizan con detalle cada uno de los sucesos acaecidos en aquel momento. En esta entrevista, su coordinadora, Norma Giarraca, observa las rupturas y continuidades de aquel proceso. La especialista en movimientos sociales, además coordinadora del grupo de trabajo de estudios rurales del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) y del instituto Gino Germani, ve en las asambleas una nueva potencial forma de organización.
–¿Qué queda en pie de las jornadas del 19 y 20 de diciembre?
–La Argentina no es la misma antes y después del 2001-2002, y eso se debe a que circula cierta experiencia de que como ciudadanos tenemos que tomar en nuestras manos la organización y gestión de las cuestiones importantes del país. Hoy hay como una intuición generalizada de que son dos las patas vitales del modelo capitalista neoliberal: el Estado y, como socio, las corporaciones. Es cierto que al primero se le está dando de nuevo una cuota de confianza, sin embargo, la población está poniendo distancias muy claras con el mercado, con el modelo de desarrollo. Hoy, esas formas asamblearias tienen mucho más que ver con el cuestionamiento al modelo económico, que al Estado.
–¿Qué fue lo que ocurrió para que después de tanta efervescencia, hoy todo parezca tan distante?
–Varios factores. Por un lado, en América latina hay esperanza en ciertos gobiernos que se enfrentan a los modelos neoliberales y a los países más dominantes sobre la región. Y Kirchner tiene fuertes relaciones con ellos. En segundo lugar, su gobierno tuvo una política clara en derechos humanos, cosa muy importante para los sectores medios cercanos a la edad del presidente y su mujer. Estas dos cosas, sumadas a la capacidad de maniobra económica, hicieron que se lograra la tan ansiada legitimidad.
–En el prólogo del libro, Raúl Zibechi plantea la necesidad de trazar puentes entre “los de abajo y los de más abajo”. ¿Coincide usted en que el problema del 19/20 fue la incapacidad de articulación entre los actores?
–Hay varias razones, y una es ésa. Hubo momentos de solidaridad y después, influido por los medios, se marcó la diferenciación. Pero hay otra parte, más teórica, que es la pregunta de lo que podría pasar cuando la gente no delega su potestad ciudadana hacia sus representados. Eso no lo sabe nadie, es un momento en el que no hay teoría ni acción a seguir. Están las experiencias del zapatismo y las de Oaxaca, en México, que tienen que ver con una larga tradición indígena de autogobierno. En 2001, el panorama era complejo: los medios bombardeaban con que eso era el caos, los intelectuales mediáticos decían que era apolítico, que había que crear partidos. La izquierda decía que eran ellos quienes le iban a imprimir la dirección revolucionaria. Lo cierto es que las dificultades fueron muchas y la gente no pudo crear nuevas opciones a pesar de que en esos meses las asambleas tuvieron experiencias muy interesantes. El problema fue que lograron apenas institucionalidades precarias. Sin embargo, yo considero que es muy probable en el futuro que vayamos a formas en las que ya no sea el Estado-Nación el centro de la gestión política. Estamos hablando de procesos de largo plazo, y si hay algo que tengo claro es que hay que seguir defendiendo las posibilidades democráticas mientras se van construyendo otras formas de gestionar la política. Y, justamente, lo que está pasando en América latina es atreverse a pensar desde América latina.
–En ese sentido, y comparando la situación argentina con la latinoamericana, ¿este libro tiene más que ver con una discusión regional que con la interna?
–Es así, porque somos Latinoamérica. El 19/20, que estuvo precedido por Ecuador, Chiapas y Bolivia, resonó en la Argentina y volvió a América latina. Hoy, sin embargo, hay que estar alertas porque están resurgiendo en la región los “Estados amistosos”. Cuando en el capitalismo están en peligro el Estado y el mercado, aparecen los Estados y mercados amistosos que ya no te matan física ni económicamente, y generan condiciones para que se puedan cristalizar los proyectos hegemónicos. Lo que nosotros queremos demostrar es que no son los ciclos económicos, sino las acciones humanas y las decisiones políticas las que te llevan al bienestar o a la crisis.
–En Tiempos de rebelión: Que se vayan todos, ponen el acento en lo ocurrido en las provincias. ¿Fue una rebelión porteña o se trató de un levantamiento de magnitud nacional?
–Durante la década del ’90, en las provincias se sucedieron muchos reclamos por derechos perdidos. En general, se trataba de demandas sectoriales y rara vez alcanzaban registros universales. Ese fue un proceso que se fue dando por lo bajo, constante. Sin embargo, el 19 fue un fenómeno porteño en el que nadie salió como comerciante, ahorrista u obrero. Eramos todos ciudadanos y no se trataba de participar, sino de estar. Había un sentido de pertenencia. En este momento, al que yo siempre caractericé de desobediencia civil, se rompieron todas las jerarquizaciones. Es nacional porque se hace en el corazón del poder, en la Plaza de Mayo, y porque se estaba pidiendo que se fuera el presidente, pero la gente del interior lo ve por la televisión o lo escucha por la radio. Recién a la semana siguiente, el 28, reaccionaron con cacerolazos y asambleas en las provincias. El libro es una respuesta a todos aquellos que dicen que hubo una situación prerrevolucionaria en todo el país. Nosotros recorrimos el interior y concluimos que por esos días no hubo cacerolazos, ni asambleas, ni que se vayan todos.
–¿Por qué publicar el libro en este momento?
–Primero, porque necesitamos tiempo para construir la información, corroborarla y pensar. En segundo, lugar porque insisto en que la Argentina vive un antes y después del 19/20. Es que hay mucha gente que se olvidó lo que vivió en estos años, pero también están los que siguen batallando por una sociedad más justa, menos superficial, una sociedad sin gran hermano. Kirchner estuvo siempre, aunque nunca lo manifestó, muy preocupado por las cacerolas y la reacción de la gente. Me parece que sería importante que también Cristina gobierne de esa manera.
Entrevista: Diego González.
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