EL PAíS › OPINION
Los protagonistas: Chávez, Sarkozy, Kirchner. Sus premisas, sus acuerdos. La política doméstica e internacional. Las acciones humanitarias, su repercusión. La relación entre Argentina y Brasil, un dato esencial y subvaluado. La lógica del ex presidente argentino, su futuro. Lo que hay en juego. Apuntes sobre Bush y sobre la arena mediática mundial.
› Por Mario Wainfeld
Helicópteros, aviones, gentes de muchas nacionalidades, el mundo como escenario, un hecho mediático (entrega de rehenes en una geografía exótica) que fue tópico de cien películas, más periodistas que protagonistas en el lugar de los hechos... La política del siglo XXI sigue sujeta a los preceptos que supo leer Maquiavelo pero incorpora ingredientes jamás vistos. La aldea global, la comunicación instantánea, el flujo de información y de gentes la connotan de un modo único. Todos nos adaptamos a ese devenir, algunos tratan de conducirlo, seguramente nadie termina de entenderlo porque los cambios son más veloces que las explicaciones para aprehenderlos. Y mucho más fluidos (o líquidos, según la expresión intelectual de moda) que la adecuación de las instituciones y las reglas de la política, sólidas por no decir lentas.
John Le Carré y Graham Greene hicieron anticipaciones formidables pero pocas imaginaciones hubieran podido vaticinar un acuerdo entre un emergente populista de la derecha europea y el más atrevido de los líderes sudamericanos de las últimas décadas. Una cuestión humanitaria, el cruce entre las necesidades de ambos, una conjunción de astucias y la mirada aprobadora “del mundo” (más sensible a tragedias personalizadas resolubles que a la insondable magnitud de las tragedias que propaga el capitalismo) propiciaron que Nicolas Sarkozy y Hugo Chávez se pusieran de acuerdo, galvanizando a una cantidad significativa de gobiernos y a una fracción sensible de la opinión pública mundial. ¿Podrá el cronista definir los alcances de esa “opinión pública mundial”? Seguramente no, pero menos podría negar su patente existencia en París, Caracas, Río de Janeiro, Buenos Aires o Bogotá mirándola por TV. Rol pasivo pero no inocuo porque esa platea dispersa hace “masa” suficiente como para torcerle el brazo al presidente colombiano Alvaro Uribe, un aliado high de Estados Unidos.
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Lo humanitario y los “casos”: Las llamadas cuestiones humanitarias son una apelación, ejem, transversal. Las violaciones de derechos humanos, la violencia sistemática suelen tener causas políticas directas o provenir de Estados u organizaciones paraestatales. Un fenómeno creciente de conciencia internacional incentiva y prestigia intervenciones reparadoras, usualmente plurinacionales. A menudo se opera sobre los efectos y no sobre las causas pero igualmente algo se palia.
La fruición del “público” por los “casos” agrega un aditamento insoslayable. Las víctimas con nombre y apellido, foto identificatoria y una historia de vida previa suelen generar atención y piedad más activas que las muchedumbres de víctimas de flagelos generalizados. La inglesita Maddie conmueve más que millones de pibes huérfanos, hambrientos o ambas cosas. El tema es conspicuo, Umberto Eco se desveló décadas atrás cuando “toda” Italia se pegó a la tele, aterrada por la suerte de un chico que se había caído a un pozo.
“Tres rehenes pueden no ser nada, si así se decide desde el poder. Hay más de tres norteamericanos en manos de la FARC”, explica, formal, un avezado diplomático argentino. “Pero tres rehenes pueden ser mucho si se interpela a la opinión pública. Y si se conjugan con una política nacional e internacional, máxime si hablamos de mujeres y un niño.” Así, tal parece, discurre Nicolas Sarkozy, un populista de derecha que se las trae.
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Un populista de derecha: “Es avasallante”, definió Cristina Fernández de Kirchner a sus allegados, no bien tuvo trato con el presidente francés. El avasallómetro de la mandataria argentina no se sacude así como así, la observación describe a un dirigente dotado de inusual energía.
Hace menos de un año que asumió, vive en campaña permanente: rebota de un país a otro como bolita de flipper, se hace ver continuamente por causas públicas o privadas. Promueve agenda y álbumes de fotos todos los días, está en movimiento infatigable en pos de la relegitimación cotidiana. Más allá del follaje del color local, obra a la manera de Bill Clinton, Lula da Silva o Néstor Kirchner.
Sería una pavada confundir lo suyo con el meneado fin de las ideologías: el hombre es un dirigente de derechas, a carta cabal. Pero sabe que en sociedades complejas el consenso es una trama que entrecruza muchos hilos. En su vida privada, por caso, no es un conservador, pas du tout. Asumió mostrando un formato de familia jamás osado por un presidente de su país: divorciado, vuelto a juntar con hijos “tuyos, míos y nuestros”. El diario español El País le concedió gran despliegue a esa familia ensamblada de tono progre, tan a contramano de los ocultamientos de la clase dirigente francesa, con el gauchista François Mitterrand a la cabeza. Luego Sarkozy se separó y ya rehizo su vida con la diva Carla Bruni, todo en primera plana. Cuentan en Cancillería que aún en estos días llama a diario por teléfono por el caso Betancourt, lo que, observando las dotes visibles de su actual pareja, da una pista acerca de la tradicional vocación de servicio público gala y de su hiperquinesis infatigable.
Viajero impenitente, Sarkozy despuntó su gestión con otro episodio humanitario, el de las enfermeras búlgaras. No son temas apolíticos pero sí difuminan los alineamientos convencionales. El núcleo ideológico subsiste, pero la convocatoria trasciende a los convencidos.
El viejo adagio “París bien vale una misa” se revalida cotidianamente, eventualmente de modo textual. Días atrás “Sarko” enfiló hacia El Vaticano. Le sacó la naftalina a una vieja prerrogativa monárquica: desde el siglo XVII (leyó bien) el rey de Francia es canónigo de esa Iglesia, la máxima autoridad republicana hizo valer esa añeja condición a finales de 2007. Pronunció entonces un discurso que podría traer cola, defendió la clásica laicidad del Estado francés pero la mestizó con una reivindicación de las raíces católicas. “Arrancar la raíz es perder el sentido”, predicó, en un arranque de idiosincrasia que no será muy coherente con el laicismo pero que quizá sí lo sea con el tradicionalismo y aun con el chauvinismo de una parte sensible de su sociedad. Plasmó una imagen con Benedicto XVI, lo aduló por su pronunciación en francés y, veloz como el viento, puso proa a otro lugar del globo.
No inventó el caso Betancourt, lo había instalado Dominique de Villepin, otro ministro de Jacques Chirac con quien competía por la sucesión. De Villepin se mandó solo, sin socializar información sobre sus manejos. Todo terminó en una chapucera operación de desembarco en Colombia, vía la Amazonia brasileña. Le salió mal. Vencedor de esa interna palaciega y de las elecciones nacionales, Sarkozy adquirió el hecho llave en mano y le dio manija.
También tiene su historia la vocación de Francia por hacer pie en América del Sur, mejorando sus lazos con países hispanoparlantes y con Brasil. El secuestro de una dirigente colombiana, que tiene también nacionalidad francesa, hizo sinergia con varios objetivos en apariencia arduos para ensamblar: emocionar a la opinión pública francesa, hacer pie en la región del Sur desafiando un tantito a Estados Unidos, relacionarse con gobiernos progresistas de estos parajes. Pas mal.
Jamás se pueden explicar del todo los motivos de la empatía de muchas personas del común (en este caso, citoyens) pero en el caso de Ingrid Betancourt hay algunos datos evidentes. Se casó con un francés, tuvieron dos hijos, integra una élite, estudió en La Sorbona, tiene apariencia europea. Su hermana Astrid tiene un esposo del Quai d’Orsay, ex embajador en Colombia. Ambos han sido activistas por la liberación de Ingrid quien, según la prensa, es la francesa que ha pasado más tiempo como rehén. Los records de esa laya son incorroborables, quizás aporten poco desde un ángulo cartesiano. Nada de eso les quita impacto ni onda expansiva.
La ex candidata colombiana atrae la atención en Francia. Un libro de título sugestivo habla de su vida y levanta polémica, se titula Ingrid Betancourt ¿historia de amor o razón de Estado?
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Petróleo y política: Chávez fue el quid pro quo ideal para Sarkozy, cada cual atendiendo a su propio juego. El despliegue táctico del caudillo bolivariano en estos meses corrobora que es un político de fuste, lanzado, astuto y creativo.
Crónicas perezosas y despectivas resaltan sus facetas más obvias: vocación de poder, estilo plebiscitario, la riqueza que potencia sus chances. Son hechos incontestables que no se bastan para explicar su liderazgo. Hay dirigentes que, aunque se embadurnaran de petróleo y platino, no podrían soñar con su predicamento. La historia argentina reciente podría munir un par de ejemplos claros por la negativa. Chávez no polariza e irrita solamente por sus acciones o sus fines, también por su envergadura.
El modo en que condicionó a Uribe sin violencia, a pura política, haciendo palanca con la opinión pública de otros países, es bien ilustrativo.
Chávez y Sarkozy concordaron en lo esencial, también en que la operación exigía la presencia conjunta y en primer nivel de Argentina y Brasil.
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Mucho más que dos: La relación estratégica entre Argentina y Brasil en los mandatos de Kirchner y Lula ha sido un hecho tan importante como mayoritariamente subestimado. El nivel de confianza mutua, la cantidad de acciones emprendidas de consuno superan de lejos cualquier precedente. Esa alianza es viga de estructura de la (siempre tremolante) estabilidad de la región. Pone los pelos de punta imaginar qué sería de Bolivia si se hubiera obturado la llegada al gobierno de Evo Morales y si prosperaran los afanes secesionistas de las roscas aristocráticas de Santa Cruz de la Sierra. La férrea unión de Argentina y Brasil dificulta ese escenario ominoso, que pondría en vilo a toda la región.
Más controversiales, las fuerzas de paz en Haití también actuaron en unidad, coaligadas con Chile.
En Brasilia, acaso más que en muchos puntos de Argentina, se percibe a Kirchner como un protagonista relevante para los próximos años. No sobran ex presidentes revalidados por su pueblo, que se retiran en condiciones mejores a las que recibieron y que comparten el sesgo centroizquierdista de los gobiernos de América del Sur. Acaso sólo haya dos: Ricardo Lagos y el ex mandatario argentino.
Lula y su asesor Marco Aurelio Garcia (un cuadro político intelectual de calidad impar) instaron a que Kirchner encabezara la comitiva de garantes. No suelen dar puntada sin nudo, Brasil no piensa en una jugada aislada sino en un horizonte de años. Y atribuye a Kirchner un rol sustancial.
El primer paso es una movida que aúna países de dos continentes, cruza identidades políticas, se interesa en un caso sensible, no ideologizado. Eso suele reclamársele al gobierno argentino de modo general... pero ante el ejemplo concreto las críticas pululan como si tal cosa.
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En casa y afuera: Todos los protagonistas del rescate persiguen objetivos de política doméstica e internacional. En la aldea global esas dimensiones se imbrican, quizá sus límites sean crecientemente porosos.
Argentina y Brasil le dan una mano a Chávez, en una acción que cuenta con aval de la Unión Europea (UE). También mellan algo la incidencia de Estados Unidos, permitiendo que otro país del techo del mundo ponga un pie en la región.
Sarkozy ambiciona llegar a la liberación de Ingrid Betancourt. Seiscientos rehenes, dicen, hay en poder de las FARC, ella es la que más cuenta. “Francia le pagaría cualquier cosa a las FARC”, tabula un especialista del Palacio San Martín. “El problema es que el pago no puede ser en dinero, las FARC tiene de sobra.” Los reconocimientos son más costosos. Las FARC anhelan ser borradas de la lista de organizaciones terroristas de la UE, Francia necesita el acuerdo de más de veinte países, muy poco proclives a concederlo.
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Una volea en zapatillas: Para Kirchner el episodio es un prospecto de lo que podría ser parte de su devenir durante la presidencia de Cristina: la construcción de un prestigio internacional, que haga carambola en la política local y sea un nuevo recurso para el gobierno argentino y sus aliados.
La perspectiva es estimulante pero se toma con riesgos: la operación no está garantizada. Pueden acecharla ultras de varios sectores, puede frustrarla alguna torpeza de las fuerzas armadas venezolanas o de las FARC. La ley de Murphy tiene vigencia por doquier, también en los países tropicales. Es una apuesta política a doble o nada, no una baraja segura. Kirchner la agarró de volea.
“Hay que hacerse cargo, ponerse en acción. Prepará las zapatillas”, le dijo Kirchner a Jorge Taiana, según confidencian en Palacio, a la vera de ambos. Las zapatillas no serán funcionales en la selva, harán falta borceguíes y paciencia ante el calor (que estufa a Kirchner en la templada capital de los argentinos), la cuestión es que hubo que ponerse en movimiento. Los dos Kirchner venían rumiando la decisión desde hace semanas, la anticiparon en sendos discursos en el brindis con los presidentes del 9 de diciembre. Francia instó la participación del ex mandatario, en eso anduvo el primer ministro... François Fillon, quien asistió a la asunción de Cristina Fernández de Kirchner.
El buen trato con Francia, con firme eje en la lucha por los derechos humanos, fue una constante de la administración Kirchner. El embajador francés en Argentina, Frédéric Baleine du Laurens, celebró el último 14 de julio cantando “La Marsellesa” y el himno argentino (de cabo a rabo) a coro con la flor y nata de la dirigencia de derechos humanos y con funcionarios locales del área. Ese tejido de memorias y solidaridades tendría un rizo llamativo si se produjera el rescate de los rehenes en Colombia.
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Apostilla sobre el Norte: Una acotación, casi como nota al pie. Las noticias de la semana hicieron foco en Pakistán y echaron luz sobre lo que suele ser en estos años la política internacional de Estados Unidos. Su aliado y protegido, el autócrata Pervez Musharraf colecciona defectos difíciles de empardar: es brutal, viola la ley continuamente y no garantiza viabilidad al sistema político. No es una excepción entre tantos buenos amigos del Norte. Sus fallidos intentos en Bolivia, su golpismo en Venezuela, los gobiernos títeres en Irak esbozan una etapa impresionante de Estados Unidos. Un momento de enorme poder relativo, casi sin contrapesos y sólo sustentado en la fuerza. Cero emulación, cero identificación, creciente rechazo de la opinión pública mundial, incluyendo la mayoría de los principales países de Occidente.
El epigrama republicano español “venceréis pero no convenceréis” parece escrito a medida para la era de George Bush, un gobernante tan fuerte como despreciado y sanguinario. Esa ecuación ignota lleva viviendo todo lo que va del siglo veintiuno, habrá que ver si es sustentable en el tiempo.
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A modo de cierre: Pocas cosas hay más fastidiosas para un periodista que el cierre de una edición previo al desenlace de un episodio que se está tratando de cubrir. Es el caso de esta columna, cuya entrega (por añadidura) debe anticiparse una hora por el cambio de horario en la Argentina.
La entrega de los rehenes no se ha concretado ni se ha frustrado cuando se cierra esta nota.
La política es resultadista, muchos juicios ulteriores dependen de cómo concluyan las peripecias. El final es abierto, tributario de innumerables factores.
En el ínterin, resaltemos que dirigentes de primer nivel están poniendo el cuerpo, en un marco de incertidumbre. Ambas afirmaciones seguramente chocan con el sentido común de personas de a pie. Es raro que asuman que los dirigentes son seres de carne y hueso, expuestos al riesgo, al error y al fracaso como cualquiera. Tampoco abunda la idea de su falibilidad o de la indeterminación de muchas de sus acciones. Los políticos, algunos periodistas y los historiadores, conocen más el peso del albur, del error, de la chapucería o la existencia de tiros al aire y de saltos sin red.
En el medio, por así decir, están dos mujeres de élite (que viven en desamparo desde hace demasiado tiempo) y un chico nacido en condiciones impresionantes, que ningún argentino informado puede dejar de vincular al síndrome de Estocolmo. Su futuro pende de la mano de terceros, mientras todo el planeta los mira por la tele.
Esta crónica dominical es, pues, imperfecta e incompleta. Seguramente todas lo son, pero su autor no siempre se percata tanto. Al cierre de la edición y orillando el fin del 2007 vayan los mejores augurios y el agradecimiento a los lectores fieles. Y el anhelo de que el relato termine bien en las próximas horas, antes de que llegue el Año Nuevo.
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