EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por J. M. Pasquini Durán
El matrimonio Kirchner tiene en política una división del trabajo explícita: mientras Cristina gobierna, Néstor prepara el regreso del PJ, intervenido por la Justicia durante la última década, a las rutinas cívicas. Tal vez el hábito mediático o el talante personal a menudo ubica en el centro de la escena al ex presidente, como ocurrió esta semana con la vuelta de Roberto Lavagna al redil partidario, lo que implicó la previa reconciliación con la pareja, que mereció más atención noticiosa de oficialistas y opositores que el Plan Nacional de Seguridad Vial anunciado por la Presidenta, pese a la conmoción diaria por los accidentes, con un número de muertos y heridos que estremece (alrededor de seis mil víctimas fatales por año). Es cierto, además, que la Presidenta abandonó la práctica de su esposo que utilizaba el atril del Salón Blanco o la improvisada tribuna en cualquier acto para divulgar sus opiniones sobre los sucedidos cotidianos o para la polémica frontal con sus críticos y antagonistas. En cambio, vale la pena resaltarlo, Cristina está más dispuesta al diálogo, aun con aquellos que mantienen puntos de vista diferentes, como sucedió en la audiencia de más de dos horas que concedió a la CTA el jueves último, dos semanas después de recibir a la CGT, aunque tanto la anfitriona como sus interlocutores ocasionales presentían de antemano los desencuentros posibles, la mayoría confirmados, en el intercambio de opiniones. Las versiones trascendidas de la reunión coinciden en los temas que provocaron desacuerdos ríspidos (la personería gremial cajoneada, los paros docentes, la concentración de la economía, la calidad y cantidad del progreso social, entre otros), pero aun así este tipo de encuentros debería repetirse en beneficio de las partes y de la mejor cultura política de todos, oficialistas y opositores.
En cualquier caso, existe la impresión generalizada en la prensa y en la calle de que la gestión del Poder Ejecutivo no alcanzó todavía la dimensión y la trascendencia que cabe esperar en un régimen tan presidencialista. Algunos lo atribuyen a “fatiga del material” (demasiados ministros en segundo turno) y otros a que la Presidenta necesita congeniar su ritmo personal con los requerimientos de la imagen pública. A medida que el proceso de reorganización del PJ vaya completándose, también disminuirá la atención mediática que por ahora sigue concentrada en cada una de las gestiones. No sólo los medios de difusión, porque si bien el matrimonio Kirchner dividió las tareas, esa misma precaución no se repite en gobernaciones y hasta en intendencias, cuyos titulares tienen expectativas particulares puestas en los futuros puestos de comando “pejotista”. En la provincia de Buenos Aires, por citar un caso entre varios, los que siguen de cerca la actividad oficial notan que las expectativas partidarias se han superpuesto con las actividades de gobierno a tal punto que, por momentos, corren peligro de anularse unas con otras. Nadie que siga de cerca la información política puede ignorar que el gobernador Daniel Scioli confía en ocupar un espacio en el PJ acorde con el peso específico del distrito y con los votos que obtuvo en octubre pasado, pese a que sabe por experiencia propia que esas consideraciones no siempre determinan las opciones de Néstor Kirchner, cuya opinión es decisiva en el verticalismo partidario.
En cambio, el ex presidente debe estar muy satisfecho del impacto que produjo con la recuperación de Lavagna, que causó reacciones controvertidas, incluso exageradas, tanto dentro como fuera del oficialismo. Entre los suyos, mientras unos alaban su capacidad de maniobra, otros reniegan del pragmatismo tan crudo que disuelve cualquier límite. Los opositores, claro está, condenaron la vuelta de Lavagna porque pierden a una figura que desde fines de 2005 podían exhibir como testigo de cargo contra los “excesos” y extravíos del kirchnerismo. Los más iracundos, por supuesto, fueron los conductores de la UCR, con Raúl Alfonsín a la cabeza, que forzaron a los correligionarios que aún calzan boina blanca a votar por un extrapartidario, en lugar de apostar a un oriundo, así fuera desconocido para las luces mediáticas. Con Lavagna perdieron dos veces, en octubre porque salieron terceros, detrás de otra radical fugitiva, Elisa Carrió, y ahora que el ex ministro volvió a sentarse a la vera de los Kirchner. En tanto el peronismo vuelve a compactarse, la UCR pierde energía porque sigue alimentando con sus retoños a las demás fuerzas. Carrió en la Coalición Cívica, López Murphy en Recrear, el vicepresidente Julio Cobos y con él todos los gobernadores radicales y doscientos intendentes del mismo origen en la opción “K”, a los que deberían agregarse los que sigan a Lavagna y al parecer también al Coti Nosiglia, dado que Gerardo Morales, titular de la UCR, aceptó en público la versión que mezcla al socio radical del gremialista Barrionuevo en operaciones diagramadas en la Fundación Calafate del señor K.
A juzgar por la experiencia italiana, la eficacia de las coaliciones partidarias a la chilena están en tela de juicio. En Italia también los viejos partidos –sobre todo democristianos, socialistas y comunistas– pasaron a mejor vida y los sobrevivientes convergieron en dos colectivos, uno de centroderecha con Silvio Berlusconi y otro de centroizquierda que acaba de perder el gobierno encabezado por el profesor Prodi, que no pudo renovar el voto de confianza en el Senado porque se le dieron vuelta dos votos propios, de un socio menor de la coalición. Para las próximas elecciones, el flamante líder Walter Veltroni de la mayor fuerza de la izquierda, el Partido Democrático, acaba de anunciar que irá solo a las urnas, sin asociados, aunque por supuesto pedirá el apoyo de todos. En Chile, hay signos de hastío en las relaciones de socialistas y democristianos, núcleos centrales de la concertación que por ahora tiene a dos mujeres en la cabecera de ambos partidos, Michelle Bachelet y Soledad Alvear, respectivamente. Los adversarios de Kirchner sostienen que si Cobos y sus amigos pueden quedarse con la UCR, en lugar de ampliar el Frente para la Victoria como una sucursal del peronismo, renacería el bipartidismo pero esta vez en alternancia concertada por acuerdo previo o interna abierta si armonizan las proporciones. En el kichnerismo, los diseñadores principales piensan que un acuerdo interpartidario de ese tipo podría soportar la gobernabilidad continuada por veinte años, de los que se cumplirán ocho al final del actual período, tiempo suficiente pero indispensable para consolidar el “proyecto popular y democrático” del nuevo desarrollo. Por ahora, son dibujos en la mesa de arena, porque lo único cierto fue anunciado hace años por el poeta: “Caminante, no hay camino/ se hace camino al andar”.
Del centro a la derecha, por el momento, se ocupan más de lo que hacen los Kirchner que de imaginar un destino propio. Esperan, en realidad, que el hartazgo de la clase media urbana por la inseguridad, el alza de precios por encima de la estadística oficial, entre otros temas de inquietud, y el renovado antiperonismo de la clase alta pongan el gobierno en sus manos. El giro de Lavagna los enoja, no porque se lleve puestos los tres millones de votos que consiguió en octubre, sino porque su conducta desalienta y aleja todavía más de la política a esos sectores medios que deberían interrumpir la sucesión de Kirchner por Kirchner. El hombre que encendió fuegos artificiales en la tendencia con su victoria en la ciudad autónoma, Mauricio Macri, parece decidido a abrir camino hacia la Casa Rosada llevando al éxtasis a los porteños, una y otra vez, con las realizaciones de su administración. La perinola del jefe de Gobierno empezó a girar, pero tiene sólo dos caras: todo o nada, demasiado riesgo quizá para una ciudad compleja, pretenciosa y difícil de conformar. La profética Carrió, segunda en octubre aunque lejos aún del primer lugar, quiere ser la encrucijada donde se encuentren los conservadores liberales y los progresistas sin partido, adueñándose del legado radical antiperonista en nombre de la moral republicana, aunque hasta aquí desairó al ARI, un partido de su creación, y lo reemplazó por un combinado heterogéneo, cuyos emblemas son Patricia Bullrich y Alfonso Prat Gay, donde espera que un escándalo de corrupción acabe con los “K” de una vez y para siempre. A Ricardo López Murphy, el bulldog del sector, la escasa performance electoral lo dejó sentado a la vera del camino, esperando que los cursos y recursos de la historia le den un aventón hacia el futuro.
En cuanto a la izquierda, no sólo está lejos la renovación partidaria sino que la posibilidad de coaligarse en un frente amplio es casi un sueño imposible. En la misma CTA, en la que militan grupos diferentes de la izquierda, las disonancias internas ya son un clásico. Como lo reconocen las opiniones más sensatas del sector, donde hay dos izquierdistas aparecen por lo menos tres tendencias enfrentadas. No es una característica nacional, sino de la tendencia ideológica, como se ve en Italia y en otros países donde la izquierda tiene destacada presencia electoral. A propósito de las recientes movilizaciones cívicas, en 170 ciudades del mundo para protestar contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en el Polo Democrático Alternativo, la neoizquierda colombiana, se abrió un debate interno donde, según los cronistas del caso, aparecieron corrientes socialdemócratas, radicales maquillados y a cara descubierta, ex guerrilleros posibilistas, intransigentes de centro y populistas varios. Una descripción en la que podría reconocerse más de un partido de este extremo del arco ideológico. En verdad, el compromiso con la lucha contra los violadores de los derechos humanos –como se reiteró estos días en Corrientes, a propósito del juicio a media docena de militares terroristas que actuaron en la zona, allí donde todos se conocen y reconocen– es uno de los escasos ámbitos donde conviven las izquierdas, no sin dificultades, alrededor de propósitos compartidos. Después de revisar el paisaje a derecha y a izquierda, se comprenden mejor las razones de la supervivencia del peronismo como la expresión mayoritaria del pueblo y por qué en cada elección sus candidatos suman alrededor del sesenta por ciento de los votos emitidos.
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