Sáb 15.03.2008

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

Sabe y puede

› Por Mario Wainfeld

Una característica sobrelleva el cronista, a despecho del paso del tiempo. A veces lo entretiene, a veces le da la lata, a veces le da temor de ocupar demasiado espacio en el disco rígido de su memoria. El cronista es un cabal archivo de jingles de todo surtido y pelaje, que no se remontan a la noche de los tiempos pero sí a décadas atrás. El tipo evoca la musiquita, la reconstruye sin talento aunque con mínima afinación, por lo menos la suficiente para rememorar las letras de tanto material de coyuntura o de desperdicio. Los jingles lo asaltan en cualquier trance de su existencia cotidiana, no sólo bajo la ducha que da intimidad y asorda piadosamente. Los estribillos se le imponen, se repiten.

El cronista evoca así productos que ya no existen y aun direcciones de establecimientos que escuchó en el pasado remoto. Así evoca que en Paso 479 había (o hay) un negocio que vendía vaqueros Far West y emitía auspicios en la cancha de Atlanta en los ’60. O que la joyería Casa Gold sentaba sus reales en Florida y Diagonal. O la sede de la sastrería Vega, Esmeralda 150. Por no hablar de los temas que acompañaban a la saga del tío francés que tomaba vino común de mesa o la canzonetta que amenizaba la llegada al país del tanito Bordolino que le daba nombre a otro tinto.

La remembranza viene a cuento (o a canto) porque cuando el cronista supo que el Brigadier se entregó en los tribunales de Trelew, una tonada pegajosa ocupó su cacumen. Un mecanismo irreprimible (que también beneficia a los pilotos Aguamar) lo indujo a repetirla una y otra vez. Se la reproduce, con ánimo de exorcizarla:

“Ezequiel Martínez

Presidente

Joven

Presidente

Joven

Sabe y Puede”.

Los cortes y el alineamiento de las estrofas intentan remedar los énfasis que ponían los coreutas. Ezequiel Martínez, por entonces un militar relativamente joven, fue una baraja absurda que jugó la dictadura militar de Alejandro Agustín Lanusse para las elecciones de marzo de 1973, que ganaría por goleada el peronista Héctor José Cámpora. Con la ingenuidad propia de los alquimistas de probeta, asesores del gobierno militar le soplaron que las nuevas generaciones eran protagonistas a comienzos de los 70. Era una observación atinada que se implementó con un dislate: disfrazar a un militar de joven, de campechano, fotografiarlo en mangas de camisa y dar por hecho que con ese talante macanudo podría competir contra rivales dotados de mayor densidad.

“El presidente joven” (que eso le auguraba la frondosa publicidad) fue acompañado en la fórmula por el bloquista Leopoldo Bravo. Salieron quintos, a distancia sideral del podio.

Un vuelo rasante por Google revela al cronista que no es el único en recordar en combo la efímera movida política de Martínez y su musicalización. Varias personas de su edad (que no es poca) asocian el nombre al estribillo. Eso sí, es un personaje ignoto para casi cualquiera que haya nacido o haya sido criado años después.

Ahora, lo conocerán muchos más. El hombre, que ya no es joven y ciertamente no pudo, deberá defenderse de las acusaciones por su participación en la masacre de Trelew. No para demostrar qué sabe sino para responder por lo que hizo, antes de su canoro intento de llegar a la Casa Rosada.

Nota madre

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