EL PAíS • SUBNOTA
› Por Alberto Müller *
En su artículo publicado en Página/12 el 4 de mayo pasado, Ernesto Tenembaum ensaya una combinación de test psico-político y demostración matemática, con el propósito de desacreditar a los progresistas que se empeñan en defender al Gobierno aludiendo a un supuesto complot para derrocarlo.
Soy progresista, y no defiendo al Gobierno, porque es gente grande, que sabe defenderse sola; pero sí pienso que, llegado el caso, muchos de quienes empujaron o apoyaron la protesta agraria no dudarían en apoyar un movimiento que cuestione la institucionalidad. Lo mío, también, es una opinión, que expreso al solo efecto de transparentar mi punto de vista. Vamos a la argumentación psico-político-matemática de Tenembaum. Concuerdo en que el episodio puede entenderse como detonado por una forma de hacer política por parte del Gobierno que produce desgaste, por esa suerte de compulsión a reunir poder sin apelar al consenso, ni tampoco explicar. En este sentido, lo ocurrido debe ser leído como una advertencia seria. Explicar deberá ser alguna vez parte normal del hacer política en la Argentina; pero por ahora estamos lejos de esto, y no sólo por parte del Gobierno.
Pero la visión de Tenembaum es demasiado parcial e indulgente con lo ocurrido, además de no muy coherente. Y su demostración dista de tener rigor matemático porque, entre otras cosas, en política la matemática no es una buena consejera. No echo por la borda todo lo argumentado por Tenenbaum; seguramente una política agropecuaria bien formulada habría dado la oportunidad de fundamentar un decisión que, en lo fundamental, no creo incorrecta. Pero aporto diez argumentos también, no con el propósito de hacer un test, sino de ayudar a reflexionar.
1) Si el Gobierno está tan aliado a grandes productores, ¿por qué entonces implementó las retenciones, que horadarían su base de apoyo?
2) Es verdad que hay productores grandes y chicos; pero los productores chicos de la Región Pampeana no son precisamente campesinos desposeídos. Cien hectáreas –una propiedad minúscula en estas pampas– dejan una renta mensual de 10 mil pesos; y aclaremos: con los actuales precios de los insumos. En menos de un año, el valor de la tierra en la región subió cerca de un 50 por ciento. Los verdaderos campesinos desposeídos lejos están de la región, y lejos también de la protesta por las retenciones.
3) La protesta tuvo como protagonistas en la ruta a los pequeños, pero fogoneados por los grandes; y los pequeños no hicieron –a través de la Federación Agraria– intento alguno en diferenciarse. Mientras declamaban contra los pools de siembra, Gustavo “Superpool” Grobocopatel iba al piquete de Carlos Casares.
4) El sistema de comercialización de granos –seguramente un perceptor relevante de renta agraria– no fue objeto de reclamo alguno por parte de los protestantes.
5) Tenembaum reclama que el Gobierno tome medidas para distribuir mejor la propiedad de la tierra. No recuerdo que ni la Sociedad Rural ni la Federación Agraria hayan dicho algo al respecto.
6) Los piquetes que se instalaron –en cantidades de tres cifras– decidieron bloquear el paso de camiones con producción agrícola; o sea, con producción de productores que no adhirieron al paro y que era preciso convencer de alguna manera.
7) Los piquetes que se instalaron comprometieron el abastecimiento de millones de personas, generando un clima de desestabilización social que pudo tener consecuencias gravísimas.
8) Los piquetes que se instalaron estaban armados. Lo dijo Alfredo “Superpiquete” De Angeli, pero también lo dijo Joaquín Morales Solá en su columna dominguera en La Nación.
9) Escuchamos declaraciones agresivas y racistas por parte de algunos dirigentes agrarios. No veo que el señor Biolcati haya sido desautorizado por sus afiliados. Toda una contribución al diálogo y a la paz social.
10) Por último, señalemos algo donde el Gobierno sí cumplió: no hubo represión. No quiero pensar qué habría dicho La Nación si esta política se aplicaba a 200 piquetes de piqueteros desocupados.
Y queda todavía mucho por decir. Por ejemplo, si es necesario que haya retenciones. Yo pienso que sí, por razones que sería muy largo explicar aquí. Me remito a la historia: entre mediados de los ’60 y los ’70, la Argentina transitó el mejor período de la posguerra. La producción agropecuaria despertó de veinte años de letargo, y creció un 30 por ciento; fue la primera aparición de la soja, desarrollada entonces por el INTA. Y regían en esa época retenciones sobre las exportaciones del orden de 30 por ciento, con precios que no son los de ahora. No es un argumento matemático, pero suena persuasivo, ¿no?
* Profesor e investigador de la Facultad de Ciencias Económicas (UBA).
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