EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
En dos de las carpas que agrupaciones kirchneristas montaron frente al Congreso se repartieron volantes en los que “el estadista norteamericano Lyndon LaRouche” acusa al imperialismo británico de un intento de desestabilización del gobierno argentino y reprocha al gobierno de Estados Unidos no aplicar la Doctrina Monroe para impedirlo: “Si tuviéramos un presidente moral y con agallas, ¡patearía a los británicos en el trasero y les diría que se vayan al infierno!”, dice.
LaRouche (foto) es un viejo conocido de la Argentina.
En 2002, asambleas barriales, grupos contestatarios y partidos de izquierda distribuyeron un trabajo suyo que se titulaba: “Ha comenzado la ejecución del plan final de la desaparición del primer Estado Nacional de América del Sur: la Argentina”. Bajo la apariencia de un programa de ayuda humanitaria se instalaría un gobierno de emergencia de las Naciones Unidas asistido por cascos azules con participación de las Fuerzas Armadas locales. El verdadero gobierno lo ejercería el Departamento de Estado de los Estados Unidos y las decisiones económicas serían adoptadas por el Fondo Monetario Internacional. El país se desmembraría en los Protectorados del NOA, Cuyo, Mesopotamia, Patagonia y Región Pampeana.
Lyndon Hermyle LaRouche es un aventurero estadounidense que pasó varios años preso por estafar a jubilados y por no pagar sus impuestos. Sus organizaciones celulares, que funcionan como sectas, también se financian mediante fraudes con tarjetas de crédito. LaRouche suele autotitularse candidato presidencial del Partido Demócrata, para lo cual registró un sello parecido, el National Democratic Policy Committee. Su proyecto político es la restauración de la Cristiandad medieval. Edita una “Executive Intelligence Review” y cultiva las relaciones con la comunidad de inteligencia. Hace cuarenta años este corsario de la política navegaba con pabellón marxista, pero luego se sinceró como neofascista. Hoy se ubica en un nacionalsocialismo al estilo lopezreguista, con sus delirios sobre un gobierno mundial de una fabulosa “Sinarquía”, por supuesto judía. LaRouche proveyó defensa legal a Roy Frankhouser, Gran Dragón del Ku Klux Klan de Pennsylvania. Vinculado con la Secta Moon, defendió la intervención estadounidense en Centroamérica, apoyó a los racistas blancos de Sudáfrica, comparó a los afroamericanos que reclaman igualdad de derechos con monos y babuinos e hizo campaña para recluir en cuarentena y despedir de sus empleos a las personas portadoras del virus HIV. Eje de una red internacional de lunáticos, los atrae con la teoría de una conspiración encabezada por la Reina Isabel II, el Fondo Monetario Internacional y el FBI, que impide la felicidad de los pueblos. En Gran Bretaña sus seguidores denunciaron el sacrificio de 4000 chicos en cultos satánicos, como cocinarlos en el horno de microondas. En México, sus corresponsales del Movimiento de Solidaridad Iberoamericano acusaron de un complot narcoterrorista al obispo Samuel Ruiz García y a la mayoría de los partidos latinoamericanos de centroizquierda. En Colombia, su principal aliado es el ex agregado militar en Estados Unidos y ex jefe de las Fuerzas Armadas, general Harold Bedoya Pizarro, sindicado por organismos de derechos humanos como organizador de una red de organizaciones paramilitares. Su representante en Francia es el francoargentino Jacques Cheminade, quien en julio de 2000 sirvió como guía y mentor en París al torturador argentino Jorge Olivera antes de que fuera detenido en Roma. La antena de Lyndon LaRouche en la Argentina es el coronel Mohamed Ali Seineldín.
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