EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Horacio González *
Un tractor es un formidable instrumento fabril de locomoción. Es un ostensible eslabón entre el automóvil y el tanque de guerra. Su no tan remoto ascendiente en la cadena imaginaria de la Revolución Industrial es el caballo. Se trata de su ancestro en la tracción a sangre. Las viejas legiones de caballería se convirtieron en regimientos motorizados –la “caballería blindada”, en los formulismos poéticos a la mano– y el caballo que empujaba el arado o el tranvía urbano dieron paso, respectivamente, al tractor y al ómnibus. La naturaleza, ciertamente, es continuidad y rareza. No hace falta ser darwinista para percibir grandes filiaciones. El reino del caballo en las extensas praderas del mundo garantizó simultáneos estilos de producción y de guerra. Las sabidurías sobre el apero, la indumentaria, los tipos de brida, el modo del llanero para conducir a la bestia noble, las características de la relación caballo-jinete en la monta y el tipo de bota o espuela son en general los emblemas de los que se nutren las sociedades para caracterizar sus tipos mitológicos esenciales. En el gran libro de Lugones, El payador, equivocado por tantos motivos, pero grandioso en su concepción platónica del gaucho, el ajuar de los jinetes da lugar al relato fabulístico de la conversión del héroe griego en juglar pampeano. El destino de las fuerzas rurales, bien sabemos, era el poder de las caballadas. El revisionismo histórico no se cansó de acusar a Urquiza de haber vendido millares de caballos al ejército brasileño que participó victoriosamente en la batalla de Caseros. Las “caballerías motorizadas” heredaron la orgullosa movilidad de las fuerzas montadas, y es famoso el repliegue de los lanceros polacos frente a los tanques alemanes en la Segunda Guerra Mundial, quizá dando paso al imperio definitivo de la movilidad mecánica sobre la movilidad animal. Se afirmaba el tiempo de los Panzer alemanes, los Centurion y Leopard ingleses, los épicos soviéticos como el T-34 y el “José Stalin”, el tanque francés Leclerc, por qué no el TAM argentino (los memoriosos recordarán sus variadas intervenciones en episodios de la historia nacional). En general, los carros artillados de guerra, desde comienzos del siglo XX, salen de las fábricas de automóviles, como la Renault o la Rolls-Royce. Suele recordarse una frase que recorrió el pensamiento del siglo XX: “L’automovil, c’est la guerre”.
En efecto, apenas se reemplaza la mirada feliz por una más grave, la forma idílica, familiar y romancesca del automóvil, con su grácil fetichismo, deja paso a una estructura única, sólida y secreta. Aparece la relación entre automóvil y guerra. Este desplazamiento es una transfiguración necesaria para el pensamiento crítico. Observemos ahora una imagen de los últimos días. Una larga fila de tractores manifestando en Pergamino, una de “las capitales de la soja”. Si vimos la toma por televisión –el camarógrafo se luce al componer un solo objeto desdoblado en un plano infinito en fuga–, la columna de tractores avanza como en las películas de la Segunda Guerra. Tiene un gran poder de superposición con tantas y tantas imágenes que archivamos en nuestra memoria cinematográfica. Esos pacíficos tractores Massey Ferguson, John Deere, además de los que salen de la Ford, Renault o Mercedes-Benz, sin contar el elegante Lamborghini, que primero fue tractor antes de convertirse en un seductor auto de carreras, tienen también la potencia alegórica de la guerra.
Es la industria automotriz desdoblada en sus imágenes aledañas, que retratan la metamorfosis técnica e ideológica de la época. Y que dan forma a la continuidad sigilosa, hechicera y problemática entre la civilización agraria y la guerra, entre la política y el conflicto, entre la máquina y los alimentos, entre la protesta social y la ocupación táctica de rutas y ciudades. En este caso, son el enlace entre la Mesa de Enlace y la mesa de arena de las batallas sociales. Ahora, con el uso real del simbolismo de los tractores que, en marcha paisana y sosegada –es maquinaria pesada–, no deja de recordar las letanías marciales y sus voces de mando. Escuchémoslas. Son las del coronelato agrario. Los vemos todos los días dando órdenes por televisión. Poseen estilos diversos. A algunos les gusta un displicente nonchalance, otros se salen de la vaina ensayando artificios de zoología bélica, otros visten esas casacas informales del ensueño del ruralista buenazo. Hablan de cifras, tonelajes y tractores. Pero atención. Le tracteur, c’est la guerre.
* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.
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