EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
Una de las pocas tácticas encomiables del Gobierno, la derivación del conflicto con el sector agropecuario al Parlamento, derivó en el peor escenario que podía esperarle. Ni su peor enemigo podía haberlo dibujado más denso. Perdió la votación en el Senado, con una importante dispersión de la tropa propia. Y la decisión definitiva quedó en manos de Julio Cleto Cobos, quien le bajó el pulgar poniendo en jaque mucho más que la resolución 125. Entre otras variables, la sustentabilidad futura del oficialismo y la (convengamos tenue hasta ahora) existencia de la Concertación plural. La tozudez y la falta de aptitud para sumar apoyos le bastó, raspando, para zafar en Diputados. En el Senado, le hizo morder el polvo.
Es la mayor derrota política que han sufrido los Kirchner desde 2003, mención que debe redondearse evocando que no han tenido muchas.
El escenario que se abre es de incertidumbre, lo anticipó el jefe del bloque de senadores oficialistas Miguel Pichetto cuando acusó a los opositores (y con mucho más vigor a sus compañeros disidentes) de querer “herir” al gobierno.
En el terreno parlamentario queda por verse qué pasará con los proyectos de minoría. En el político se habilitan muchas dudas. Para el oficialismo, si será capaz de elaborar cómo cambió la situación y cuánto de su traspié se debe a sus propias falencias antes que a la fuerza o la mala fe de sus contrincantes.
Para la oposición y las corporaciones triunfantes el reto es el de cumplir todo lo que aseveraron en más de tres meses: su ausencia de voluntad destituyente, su voluntad de cooperar y no salirse de los cauces institucionales.
En la premura de un cierre veloz a la madrugada no se pueden hacer vaticinios, aunque sí aportar una línea de pesimismo. Hasta acá el gobierno no tuvo mucha introspección y la oposición corporativo-política no tuvo autocontrol en el manejo de recursos poco democráticos.
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La sesión fue in crescendo y tuvo sus picos cuando se fue sabiendo que había empate. En sus discursos de cierre Pichetto y el titular del bloque de senadores de la UCR Miguel Sanz interpelaron directamente a Cobos. Este, a su modo cansino, les replicó con menos virulencia antes de enunciar su veredicto, que todos conocían.
Su celular había vibrado toda la tarde-noche, tanto como el del santiagueño Emilio Rached. Ni el ex Presidente, ni Alberto Fernández, ni los operadores cronistas del Senado se dieron maña para convencerlos.
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La transmisión en vivo es un mecanismo incomparable de la democracia. Acerca al ciudadano a ámbitos que le serían inaccesibles de otro. Amplía los márgenes de la información aún con todos sus límites y efectos, entre los cuales se contaron ayer operaciones patentes, anticipos demasiado lanzados del resultado final y una verborragia imparable. El suspenso le agregó sal. La existencia de dos senadores que imantaban la atención (Rached y Ramón Saadi) le añadieron un condimento grato a la tele, la invención de personajes
Pocos debates se recuerdan, tan reñidos, vistos en directo y tan decisivos. La derogación de la Ley de Subversión Económica a instancias del FMI durante el gobierno de Duhalde atrajo al mundillo político y terminó empatada en el Senado (la definió Juan Carlos Maqueda por la aprobación).
Seguramente el parangón mayor y más cercano fue el juicio político de Aníbal Ibarra, en sus dos trámites decisivos (la que decidió la acusación y la que condenó) que también se zanjaron por un pelito y también tuvieron sus votantes encriptados (el Chango Farías Gómez, Helio Rebot).
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Sin público en las galerías, con varios oradores que repicaron el ancestral empaque de la Cámara alta, la sesión tuvo sus picos polémicos, sus chicanas, pero mantuvo un piso de calidad.
Se hizo eterna porque en estos casos casi nadie se priva del uso de la palabra aunque, como también sucedió ayer, termine repitiendo muchos argumentos de sus aliados. Más allá del debate en sí, los senadores se afanaron en demostrar la importancia del Parlamento (incluso elogiando a sus autoridades), hacer profesión de fe pluralista. Los oficialistas hicieron foco en su amplitud, al subrayar que no le taparon la boca a nadie. Los opositores hicieron gala de sus ansias de “ayudar” al gobierno. Pocos espectadores habrán tenido la vela como les cupo a los periodistas pero seguramente lo que vieron pudo mejorar un poco la alicaída reputación del Congreso. Las encuestas o análisis menos apurados vendrán luego, la impresión del cronista es que el tránsito por el Congreso no sólo encauzó una querella demasiado crispada, también embelleció (un poquito) a las instituciones.
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Los oficialistas hicieron pie en los logros alcanzados desde 2003, en la primacía del ejecutivo a la hora de señalar políticas públicas. Los opositores hincaron en el diente en la inconstitucionalidad de la delegación de facultades desde el Congreso al ejecutivo. Un argumento remanido en los medios, la confiscatoriedad de la escala superior al 33 por ciento (mito urbano propagado como si fuera ciencia pura) fue dejado de lado, hasta la sanluiseña Liliana Negre de Alonso reconoció que la supuesta regla no existe.
Muchos de los que votaron por el “no” remacharon que no hay objeción a las retenciones, que ese veto no está en la agenda. Algunos incluso, rescataron las retenciones móviles. Fue el caso del cordobés. Roberto Urquía. Ese punto fue propuesto como un piso para que el oficialismo “abriera el proyecto”, un guante no levantado durante toda la sesión.
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El federalismo fue un caballito de batalla. Y en verdad debió ser el núcleo de la inesperada dificultad con la que se topó el gobierno en el Senado. La centralidad ejercitada por Néstor Kirchner se debió en parte a su muñeca, en parte a la emergencia, en parte a la falta de consistencia económica de los gobiernos provinciales. Era imaginable que esas condiciones serían discutidas durante la actual presidencia. Como en tantas cosas, el cambio de escenario adelantó los tiempos. Y esa demanda se palpó más en el Senado que en Diputados. Es el máximo común denominador de la disgregada oposición. La bandera es estimable, si no la reduce a una parodia egoísta y sectaria. En línea con “el campo” hubo senadores que derraparon a una versión muy primitiva de ese principio. Urquía fue uno de los paladines: enumeró que su provincia es la primera productora de soja y de maíz de la Argentina y la segunda en trigo. Hizo la cuenta de cuánto “pone” en ese concepto y de lo poco que le retorna. Ese argumento (propio de un inversor, no de un conciudadano) también forma parte del discurso de Alfredo de Angeli y de ciertos intendentes de la Pampa húmeda. Urquía lo expresa con más garbo pero recae en un simplismo que lo aproxima a una visión confederal o cuasi secesionista.
Una de las funciones esenciales del estado federal es la de compensar desigualdades entre regiones, entre estamentos sociales y entre generaciones. Procurar la equidad, establecer modos de reparto que tutelen a los más desfavorecidos. Un pacto social básico que solidifique la identidad común a través de mecanismos equitativos, igualitarios y preventivos.
La polémica de estos meses puso en alto los reclamos de federalismo, en buena hora. Pero un mensaje dominante degrada ese entramado sofisticado, en el cual necesariamente los más ricos deben ceder al conjunto. La senadora correntina Viudes puso patas arriba los números del aceitero que saltó de bando: en su provincia, le explicó, los aportes del gobierno federal son imprescindibles y superiores a los recursos que puede originar por sí sola.
El reclamo de la ley de Coparticipación, una vieja deuda del sistema politico, estuvo a la orden del día. La rémora es cuestionable, resolverla es todo un entuerto porque, a la hora de fijar las alícuotas las provincias “grandes” (por ejemplo las 4 ó 5 que fueron eje del conflicto “del campo”) no pueden imponer la ley del número en el Senado frente a las chicas. Se reprisará la payada entre Urquía y Vives, peliaguda de zanjar porque hay dinero en juego y demasiados actores cinchando.
De cualquier forma, uno de los saldos del raid parlamentario es que ese laberinto (otra deuda institucional y van...) debe ser transitado, aunque las perspectivas de salirse de él siguen siendo estrechas.
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“Es el día más difícil de mi vida” musitó, creíblemente, Cobos. Puesto en una disyuntiva dura se inclinó por expresar su pensamiento, conservador al fin, más cercano al campo. El tiempo dirá si lo movieron ambiciones más mezquinas, que él obviamente negó. Dijo que quiere seguir en el gobierno, es dudoso que ese anhelo sea viable.
La postura final de Cobos marcó también el día más difícil del gobierno. Las decisiones de los estadistas, ésta lo fue, se miden con la vara de la ética de la responsabilidad. El ex gobernador Mendoza será endiosado por los medios y la oposición pero obró con un nivel de inorganicidad de cuyas estribaciones deberá hacerse responsable.
El golpe que Cobos le propinó al gobierno que integra, en nombre de una facción minoritaria, puede tener derivaciones formidables. El vice será responsable, en la cuota parte que le corresponda de esos vaivenes, que el imaginario oficial avizora, tanto como niega la oposición.
Tras una jornada de denso trabajo parlamentario, con un cuerpo partido al medio, se arribó a la menos dichosa solución institucional. Una que puede hacer zozobrar a un gobierno flamante, recién elegido por el pueblo. Para recuperarse deberá repechar una cuesta muy empinada, apoyado por su legitimidad, por la firmeza que lo caracteriza en la defensa del poder. Y por una situación económico-social que es la mejor en décadas, aunque suene paradójico en medio de tamaña crisis.
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