Dom 20.07.2008

EL PAíS • SUBNOTA

La resaca del Senado

› Por Mario Wainfeld

El pampeano Rubén Marín oteó el horizonte fugitivo y decidió poner un huevo en cada canasta. El votaría contra el proyecto oficial, su colega comprovinciana Silvia Gallego lo haría a favor. “Uno de cada lado, lo hacemos por La Pampa”, sintetizó cuando la aleccionaba. Leyó un panorama parejo en el que bien valía la pena una pseudodivisión que no existía. El pragmatismo da para todo, hasta para jugar a dos puntas.

La tripleta salteña en la Cámara alta es un guiso, producto de la estrategia electoral urdida por Néstor Kirchner. La gobernación fue disputada por un delfín del entonces gobernador Juan Carlos Romero y por el actual mandatario Juan Manuel Urtubey. Ambos fueron “sublemas” de la candidata presidencial, recibiendo apoyos dispares desde la Casa Rosada. Para reforzar su tropa, El Chango Urtubey pactó con el Partido Renovador salteño, conjunción de dinosaurios, reliquia del procesismo que tiene un caudal de adhesiones pasable. Le concedió, entre otras variables, la designación del segundo senador, que entró al lograrse mayoría. Se llama Juan Agustín Pérez Alsina –adivinen cómo votó–. Las alquimias que hicieron florecer cien colectoras, maquinadas para apuntalar el voto a Cristina Fernández subordinando (o subestimando) formas más complejas de construcción política pagaron bien en octubre (en Salta o en Río Negro por ejemplo) y generaron daños colaterales diferidos.

Carlos Reutemann y Roberto Urquía votaron con la billetera. No fueron sujetos pasivos de la chequera ajena, sino paladines de las propias. Sus cajas registradoras dirán cuánto lucraron al ganar... ni soñaron con plantear conflicto de intereses. Parte de su guita estaba en juego, si tuvieran decoro debieron excusarse de votar. Es una vergüencita, pero el oficialismo no puede poner el grito en el cielo. Son gentes de su tropa. Entrambos, cabe hacer una distinción a favor de Lole. Su senaduría expresa acumulación propia de capital político, que viene de tiempo atrás. Urquía es un engendro urdido por el kirchnerismo, precisamente por su condición de plutócrata. Y no era una figura menor, era una gran esperanza calva de la Rosada (con perspectivas de ligas mayores) antes de que recurrentes torpezas de la dupla Juan Carlos Mazzón-Ricardo Jaime hicieran puré al FPV en Córdoba en conjunción con el inefable Juan Schiaretti.

También hubo compañeros senadores enfadados por malos tratos, desatenciones o proyectos cajoneados desde el centro del poder. Un operador K de Diputados que sudó la gota gorda con los divergentes piloteados por Felipe Solá comentaba que sus regateos siempre iban precedidos por agravios acumulados y elaboraba una utopía retrospectiva: “con algunos cafés, unos asados, unas audiencias y más gente conteniendo nos hubiéramos ahorrado muchas rebeldías”.

La derrota en el Senado fue el hilván final de una seguidilla de desaciertos tácticos, de carencias políticas, de un pobre desempeño a la hora de sumar. Eso fue lo nodal. Quedar en manos de Julio César Cleto Cobos era testimonio de falencias sucesivas. Esas salvedades cargan en la mochila del oficialismo, como también haber sumado a ese dirigente a sus huestes.

Este prólogo necesario no absuelve a Cobos, ubica su movida irresponsable en un contexto previo, muy adverso al Gobierno.

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“Cleto” no se traduce al inglés: La crónica nativa registra votaciones similares a la de la madrugada del jueves. Las más cercanas –Déficit cero en tiempos de Fernando de la Rúa, derogación de parte de la ley de Subversión Económica cuando gobernaba Eduardo Duhalde– fueron decididas por el presidente del cuerpo a favor del oficialismo. El vicepresidente no es un legislador, integra el equipo de gobierno y es un absurdo en términos políticos que contradiga la política que dirige el único titular del Poder Ejecutivo, el Presidente.

No hablamos de folclore criollo. En una excelente nota publicada ayer en este diario, Marcelo Justo comenta que en el sólido régimen parlamentario británico “si un miembro del gabinete no está de acuerdo con una ley o una política gubernamental, renuncia”. Y refrescaba el ejemplo de Robin Cook, quien renunció a su cargo de líder de la Cámara de los Comunes cuando disintió con la invasión a Irak alentada por Tony Blair. El inglés –Borges al menos lo decía así– suele ser una lengua más certera, menos dada a los circunloquios y a la sinonimia que el castellano: esa regla de oro se llama “responsabilidad colectiva”.

Es una cuestión de honorabilidad, remata el querido colega Justo desde Londres, no hace falta obrar contra las convicciones. Pero en el honor político –susurra este cronista de cabotaje– lo colectivo prima sobre lo individual.

Ese punto de vista no está de moda en la Argentina. La política no es leída como acción colegiada definida y potenciada por la pertenencia común. Es narrada como una saga de hechos personales, de talantes, de estilos. Un modo más de vaciarla o de derechizarla, según venga el viento. No vaya a creer usted que los ingleses son seres exóticos que se rigen por criterios institucionales superados por el nuevo huésped en el Olimpo electrónico en el que todavía pasta Alfredo de Angeli. Echemos una mirada al régimen presidencialista de Estados Unidos. El blog Saber Derecho repasó en Wikipedia la historia de los desempates resueltos por el vice, que ahí también los hay. Hubo 244 casos, la nómina no está completa, pero aparentemente –consigna el jurista Gustavo Arballo– no existió uno solo en que alguien procediera como Cobos. Al Gore y Cheney dirimieron cuatro leyes cada uno, no quedaron perplejos como el Cleto. No hicieron lo que “sentían”, como diría algún personaje de Juana Molina y enaltecen tantos analistas de la realidad: jugaron en equipo, como cuadra a quien integra una organización seria, no sólo las políticas.

Empachado del triunfo del vicepresidente, quien entró en Mendoza al modo en que lo hacían otros Césares en la Roma imperial, el lector puede suponer que referenciamos sistemas políticos primitivos, de democracias incipientes. O que evocamos políticos carentes de piné... Permítale al cronista pensar distinto, en términos sistémicos, de jerarquía y pertenencia.

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De la agonía al éxtasis: Contrito se mostró Cobos en su larga alocución en la madrugada. Habló de un país dividido, que le dolía, y de una decisión difícil. Sugirió que era imperfecta, pidió un cuarto intermedio que era un simulacro porque no había intentado operarlo antes, en las largas horas en que se conocía la inminencia de su cuarto de hora mediático.

Al día siguiente, su actitud fue otra, la del hombre providencial que inventó la gotita y recauchutó lo irreparable. Partió en gira proselitista a su provincia, se hizo notar en todos los pueblos en que sabía sería aplaudido, abrió su casa a la prensa. Explicó que no renunciará y que logró tantos votos como la Presidenta. Textualmente, es una obviedad. Constitucionalmente, su rol es segundón, no ejerce el Poder Ejecutivo salvo como excepción. Si lo que quiso decir es que su representatividad es igual a Cristina Kirchner (todo vale en estas pampas, cuando la tele confiere ese rol a un piquetero millonario) o no entiende nada o fabula.

Cobos anticipó un pedido de perdón por si se equivocaba. Sería consistente con ese gesto de contrición que controlara su ambición que se le nota demasiado, ante tempus.

También sugirió ser juzgado por su trayectoria y no por un solo trance. Tiene razón, aunque le costará reparar su primera acción relevante. La jugada que realizó fue muy grande y muy equivocada. Y es del caso resaltar que se cambia de camiseta durante el partido por segunda vez en cuestión de meses, un detalle que afea su imagen de repúblico solitario.

Dado que su conducta es legal, el entuerto debe cerrar acá, aunque seguramente su relación con la Presidenta quede dañada para siempre. Una torpeza institucional es un mal trago, una crisis empeoraría las cosas. La primera línea del Gobierno tiene por delante demasiadas tareas para ocuparse, debería relegar su tirria a un segundo plano.

Cristina Kirchner lo criticó en público en Chaco y en las dos reuniones que tuvo el viernes con ministros y legisladores. Pero fue más enfática con los peronistas que dejaron de garpe el proyecto oficial.

Los efectos de ese desafío pluricolor (en el que resucitaron momias del radicalismo y del peronismo) se medirán con el tiempo.

Cobos se puso al frente de la carrera entre dirigentes opositores en pos del liderazgo “del campo”. Recibió plácemes personalizados, mientras los ruralistas impedían que Elisa Carrió se subiera al palco para salir en la foto del festejo. Pero ese maratón recién empieza. La sobreexposición del vicepresidente, tan gozosa por ahora, puede granjearle muchos reproches (y zancadillas) de sus competidores dentro del espectro opositor.

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