EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Alejandro Vanoli *
La no convalidación de la Resolución 125 exige reflexionar con respecto a lo sucedido, sus implicancias, el rumbo que debe seguir el Gobierno y cuáles deberían ser los sectores que conformen una amplia coalición progresista.
Es imprescindible un balance con la mente más fría posible a efectos de poder diseñar e implementar una estrategia integral, en un contexto más complejo, pero con amplias posibilidades para poder profundizar exitosamente el rumbo iniciado en 2003.
Empecemos con el porqué. En estos cinco años, el gobierno nacional ha consolidado una formidable recuperación económica que permitió una combinación virtuosa de crecimiento sostenido y fuerte reducción de la pobreza e indigencia. Recuperación íntimamente asociada a mejoras institucionales, logros en derechos humanos y de reafirmación de la autonomía nacional y de la dignidad en las negociaciones financieras internacionales.
Indudablemente que, más allá de esos logros, existen muchas asignaturas pendientes y condicionamientos propios de la herencia neoliberal, perdurables aún desaparecidos los efectos visibles de la crisis de 2001, un Estado desarticulado, un aparato productivo desequilibrado, la carencia de una burguesía nacional, la crisis de representatividad de los sectores políticos, la formidable deuda social.
No es un tema menor una conciencia ciudadana confusa en lo ideológico luego de tantos años de machacamiento ideológico neoconservador. Alejado el miedo de la crisis, parte de la clase media que vive el boom sojero disfruta los logros de la recuperación y parece virar en el clásico péndulo, hacia posiciones liberales e insolidarias.
Los muchos logros de este Gobierno y no sus desaciertos han sido una fuente de resentimiento, los sectores concentrados esperaron pacientemente su oportunidad para dar un golpe al Gobierno y torcer la tendencia hacia una política progresista iniciada hace cinco años. Así se instaló un falso dilema mediático campo-gobierno que galvanizó a muchos pequeños y medianos productores con los sectores concentrados a pesar de la contradicción objetiva de sus intereses.
La lógica de las retenciones no es meramente fiscal, se trata de tener tipos de cambios diferenciales que promuevan una recuperación del tejido industrial, mayor valor agregado y la necesaria desvinculación de los precios internacionales de los precios internos. Cuestiones que hacen a desarrollo regional, frenar el proceso de sojización, estimular una producción diversificada y sustentable ambientalmente, mayor empleo, menor inflación, mejores salarios reales, etcétera.
La votación marca la pérdida de una batalla a manos de los sectores retardatarios que privilegian sus intereses sectoriales en desmedro de los intereses del país y de los más pobres, no hay que negar esa realidad, pero tampoco dramatizarla.
Respecto al “qué hacer”, resulta claro que no hay viabilidad política, económica y social que no sea afirmar un modelo de desarrollo que privilegie un cambio en el modelo de acumulación productiva y que cambie la matriz distributiva del país.
Ello requiere un diagnóstico que ataque de raíz las restricciones y condicionantes de la estructura política y económico-social vigentes, evitando los extremos del inmovilismo, el aislamiento o la tentación de concesiones a los sectores de poder concentrado, que impliquen un viraje a la ortodoxia y la renuncia a bregar por una sociedad mejor, lo que sí sería perder mas que una batalla.
Respecto al “con quién”, si algo de positivo tuvo esta votación es que alineó los tantos quedando claro con qué fuerzas se cuenta de verdad y sincerando quiénes representan un modelo agroexportador dependiente y excluyente. Esta divisoria de aguas es una clara evidencia del anacronismo de las antinomias partidarias y que sólo hay espacio para una coalición popular y progresista y una conservadora neoliberal emergente.
En esta coyuntura difícil para el Gobierno, no hay alternativa que levantar con firmeza las convicciones en la línea de sus grandes logros, ampliando y fortaleciendo esa coalición progresista, con eje en lo mejor del peronismo –desgajado del tren fantasma que tenía algunos vagones más que los visibles– y otras fuerzas progresistas.
Se viene un período de una lucha cultural intensa donde será crucial contener a los sectores populares y a parte de los medios, con una agenda que permita profundizar los logros, para consolidar la gobernabilidad y la fuerza parlamentaria en 2009.
En tal batalla cultural es crucial la participación activa de los distintos sectores sociales, intelectuales; la emergencia de Carta Abierta, el accionar del Grupo Fénix y de otros colectivos, que marquen un camino posible en el desarrollo de la conciencia progresista y solidaria, que permita dar un efectivo combate a las fuerzas neoconservadoras.
Respecto al “cómo”, avanzar hacia una sociedad mas progresista requiere fortalecer al Estado. Por algo la derecha –además de para preservar sus privilegios– ha buscado su desguace y su desfinanciamiento. No pueden quedar dudas respecto de la necesidad del Estado de recaudar rentas extraordinarias y exentas, que impliquen más equidad, infraestructura, provisión elemental de bienes públicos, y la capacidad de articular políticas productivas además del cumplimiento de los compromisos financieros. Si esto no ocurre es virtualmente imposible avanzar en un proceso de crecimiento sostenido y con equidad.
Es crucial formular y ejecutar un plan de mediano plazo tendiente a instrumentar un desarrollo autónomo coherente y consistente. Ello puede entroncar con un acuerdo del Bicentenario que no sea meramente un conjunto de demandas sectoriales ni un caballo de Troya de la derecha, sino que promueva una mayor competitividad de la economía en el marco de mejoras progresivas y concretas en la distribución del ingreso.
Avanzar con convicciones y firmeza, con amplitud de criterio e inclusión de sectores que concuerden en lo esencial, con pragmatismo, teniendo en cuenta y ampliando las relaciones de fuerza, es la forma de construir una sociedad mejor. Si se salió de una situación muy difícil a partir de 2003, con el ánimo retemplado y teniendo en claro los objetivos, los actores y los instrumentos, se podrá seguir cambiando la historia.
* Economista, vicepresidente de la Comisión Nacional de Valores.
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