EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
Si el Senado hace ley el proyecto de jubilaciones móviles llegado desde Diputados, se redondeará un razonable ejercicio de calidad institucional que involucró a los tres poderes del Estado y contó con la anuencia de las dos centrales de trabajadores. Subsiste la polémica acerca del módulo de actualización, que algunos opositores sostienen con legitimidad (la diputada María América González, de consistente brega en la materia) y otros con malos precedentes, como la UCR, que ni siquiera autocritica la confiscación de haberes perpetrada por el gobierno aliancista. Por no hablar de Patricia Bullrich que, como diputada menemista primero y como ministra aliancista después, participó activamente en una sucesión de violaciones constitucionales.
La norma en cuestión opera un viraje significativo, de la negación de una garantía constitucional a su regulación. Si el índice fuera inconsistente o produjera aumentos irrisorios (algo difícil de determinar ahora, para profanos) quedarían abiertas las vías legales para reparar el despojo. O la perspectiva de modificar más adelante un artículo de una ley tendencialmente virtuoso, algo mucho menos peliagudo que dar vuelta como un guante un paradigma perverso que perduró casi dos décadas.
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Con esa “media sanción”, con la reestatización de Aerolíneas y el pago al Club de París el Gobierno recobra dimensión y protagonismo.
Un sector de la oposición se le pone en espejo, contra lo que venga desde el oficialismo: la UCR, el PRO y la Coalición Cívica eligen ese rol.
Tres presidenciables paridos por la crisis del campo se mueven de otro modo, más fluido, al son de los vaivenes de la opinión pública. Se esmeran en la construcción de su propia imagen. Julio Cobos, Carlos Reutemann y Felipe Solá se acomodan según cada medida: con ésta sí, con ésta no, como en el “Arroz con Leche”. Dos de ellos fatigan micrófonos y cámaras. Uno opta por el mutismo y la soledad en los que triunfan o fracasan los conductores de Fórmula Uno. Esa astucia táctica sugiere que tal vez no sea tan rentable estar de punta con un gobierno que sostiene firme el timón.
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Néstor Kirchner recibe a compañeros y aliados. Cuentan que se lo ve menos embroncado que meses atrás, reflexivo, dispuesto a recuperar terreno. Sigue siendo indulgente con los errores no forzados que se cometieron aunque confiesa que el conflicto campestre los sorprendió casi en precalentamiento, que no lo midieron debidamente. A medida que habla, el ex presidente se da manija, se sienta en la punta de algún sillón de Olivos. Mira por el espejo retrovisor y proclama que “el conflicto con el campo parió al gobierno de Cristina”. Que la Presidenta va ganando espacio desde entonces y que en los próximos meses estará mejor. Una conclusión similar, con aires de alivio, se recoge en el gabinete, que la ve al frente, a pura decisión.
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El oficialismo copa el centro del ring, la Mesa de Enlace depone una movilización a Congreso, un retoque alusivo al cambio de clima.
Las medidas del Gobierno tienen sentido; algunas son meritorias, otras debían tomarse, tout court. A los ojos del cronista les sigue faltando vertebración, consistencia interna, un par de ideas fuerza que no sean prolongación de lo ya realizado, propuestas de segunda generación, de mediano plazo.
La sorpresa y la acción valen pero no son todo. Ante una sociedad más crítica, con más cuestionamientos en su mochila, con requerimientos nuevos y más sofisticados, se acrecienta la necesidad de innovar en políticas, de mostrar horizontes más lejanos y de remozar (y aumentar el piné de) sus elencos.
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