EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Martín Hourest *
Seamos sinceros: a las desigualdades sociales (que luego se convierten en incapacidades individuales) no puede derrotarlas sólo la escuela. Con la educación pública no alcanza, pero sin ella es impensable intentarlo.
Dos días de paro docente son dos días con los chicos en las casas. Pensemos, entonces, en las casas, los chicos, los maestros, los modos y los contenidos.
Las viviendas de nuestra ciudad, que son una quimera para por lo menos 600.000 personas que están en villas, asentamientos, casas ocupadas, hoteles, habitaciones precarias o corriendo atrás de garantías compradas para simular solvencia en alquileres.
Chicos que dejaron de comer en los comedores escolares una vianda que se achica y se quedaron a comer en sus casas con ingresos que se reducen abruptamente por la inflación. Hogares donde un tercio de la población no recibe ni ayuda escolar anual ni asignación universal por hijo y donde los niveles de pobreza e indigencia se parecen demasiado a los del 2001. Enfrentado a ellos un Estado que carece de políticas de ingresos universales, que se esconde tras de políticas focalizadas y recorta becas.
Escuelas que dejan de recibir a nuestros chicos por dos días con 16 alumnos por aula en la zona norte y 40 en la zona sur. Escuelas que no se construyen en los barrios más pobres, edificios que son pintados y donde se reparten estufas sin un plan integral. Es decir, albergues milagrosos que en condiciones de abandono y hacinamiento, con pesares en tripas y cabezas, tratan de incentivar a niños y niñas en las aventuras del pensamiento y el conocimiento.
Maestros que son un problema y que tienen problemas, que no bajan del monte con las tablas de multiplicar y de escribir enviados por alguna divinidad, que se pauperizaron en los ingresos, se devaluaron en la consideración real de la sociedad, se quedan atrás en la formación permanente, en la calificación sistemática y conocen como nadie a qué hora hay que tomar el colectivo para tomar el cargo en la provincia. A esos se les pide que sean Sarmiento, Freud, Piaget, la tía Amalia y el sargento García.
Los modos son, ni más ni menos, que las formas de reconducir la violencia. Instituciones, rutinas, diálogos, respeto, reconocimiento del otro las hemos creado para evitar el golpe, el encierro y el desprecio, ese que dice “tienen razón pero no hay recursos y no los buscaré”, versión moderna y estilizada del “tiene razón pero marche preso”.
Los contenidos, ah los contenidos. Primero la verdad. El Estado no debe mentir. Hay recursos para docentes, escuelas y hospitales que no los recibieron y hay recursos para contratistas de basura que ya los capturaron.
El Estado debe cumplir la ley, no la que le gusta a Macri, sino la ley. La de educación sexual por ejemplo.
El Estado no puede desertar. Debe hacerse cargo de reducir las desigualdades adentro y afuera de la escuela y no lavarse las manos diciendo que iguala porque enseñará inglés en los colegios.
Estas 48 horas debieran servir para abrir esos debates e incorporarlos a una Ley de Educación de la ciudad que juegue a fondo la igualdad y la participación. Si es para eso, en lugar de perder dos días de clase, todos habremos aprendido bastante.
* Economista y legislador porteño.
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