EL PAíS • SUBNOTA
La única persona que hizo sonreír en público al juez Thomas Griesa fue, nada menos, John Lennon. En 1976, Griesa falló a favor del ex beatle en un caso de copyright y Lennon cometió la humorada involuntaria de indignarse porque lo acusaron de nunca cortarse el pelo. “¡Falso!”, gritó Lennon, “¡me lo corto cada año y medio!”. El juez suele opinar que los hombres no son ángeles y, flaco y lacónico como es, resulta un duro del estrado. Condenó al sindicato de camioneros por corrupción, condenó al FBI por espionaje interno, condenó a Manuel Noriega y les frenó a varias agencias oficiales uno de los proyectos urbanos más caros de Nueva York. Sus fallos no suelen responder a la política del momento y, si bien se sabe que es un demócrata, lleva 32 años y varios presidentes en su corte en pleno Barrio Chino. Noam Chomsky elogió fallos suyos que hacían a la libertad de expresión, pero Griesa tiene una larga lista de enconados de ambos partidos. Esto parece tenerlo sin cuidado: su vozarrón intimida hasta a los abogados más encumbrados, representantes de gobiernos o de particulares poderosos. En pleno desastre económico argentino, el juez tomó la demanda de los fondos buitre, sembró nerviosismo en Buenos Aires pero terminó rechazando todos los argumentos “creativos” que buscaban embargar activos nacionales en EE.UU. sentando jurisprudencia. Ahora les hizo caso, con el argumento de que la “estatización” de activos transforma esos dineros en propiedad del Estado argentino.
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