Alrededor del galpón estaban los descendientes de colonos, vestidos de alpargatas, que a falta de un pura sangre apretaban el acelerador de un Audi. El parking de la Sociedad Rural parecía estar en otro lado. Estaban los ampulosos, aquellos que montan a las Chevrolet 4 x 4 y los exhibicionistas sin límites que llegaban en sus Toyota Hilux. Los hombres andaban de pantalón y camisa. Entre ellos, un veterano, con la cara curtida por la forma en que el sol sólo es capaz de pegarle a los gringos, se apoyaba contra un árbol. El Pacha Logos, le dicen, con más de setenta, guayabera y habano en mano, largaba bocanadas de aire y de humo arriba del pasto. Una señora de blanco –y las había muchas– y de capelina también, quedó parada en la puerta del galpón como quien espera que comience una obra. Mientras un rayo del sol la derretía, explicó: “Yo lo que quiero decir es que vine porque estoy entre los autoconvocados del pueblo. A mí me aumentó el impuesto inmobiliario de 100 a 500 pesos, y desde el año pasado que estoy en las asambleas del barrio, pero, sabes qué, lo invitamos a De Angeli, le dijimos que viniera, que viniera a explicarnos un poco cómo se hacen las cosas. Pero no vino, a lo mejor ahora que es tan famoso empieza a hacer como los políticos que no quieren aparecer más. Pero igual ahora vine a ver si lo veo. Y se lo voy a decir en la cara, ¡eh! Claro que se lo voy a decir, mirá si no se lo voy a decir, si lo que tienen que hacer todos ellos es hacer las cosas como Obama. Fijate vos, ahí sí que hay cosas buenas, él tiene un título de abogado y otro de ciencias políticas, ¿o no? Y su mujer tiene también dos títulos, uno de abogado. Así que ahí tenés una familia, dos cerebros y cuatro carreras: algo bueno tiene que salir”. Adentro de la sala, mientras los oradores hablaban, los productores entraban y salían buscando el poco aire que debía estar en algún lado, y agua mineral, un litro, completamente fría, que vendían los del kiosquito del predio.