EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
“Si no hay fraude, ganamos”, aseveró Francisco de Narváez en La Nación, ayer. No cuenta con elementos serios para tal aseveración. Las encuestas más amigables (que son las menos) le conceden una ventaja mínima, inferior al margen de error. El espantajo del fraude fue un tópico en su propaganda paga, también apelaron a ella radicales y coalicionistas. Una elección siempre tiene su carga de trapisondas y maniobras, pero hay un sistema para precaverlas. Fiscales de los partidos, autoridades de mesa surgidas de la ciudadanía. El mismo escándalo anticipatorio sirve de alerta. Hay que estar en guardia, siempre, porque hubo malos ejemplos precedentes. Son minoría, pero ocurrieron.
La precaución, el compromiso y la militancia son antídotos en acción. Por lo general funcionaron. Lo racional es no empiojar el horizonte y ser muy activo en las mesas y en el recuento. Los medios acicatearon la sospecha, que comulga con la postura política de la mayoría de ellos. En el día de hoy, les cabe una responsabilidad que es no volear denuncias berretas ni transmitir su ansiedad profesional a los espectadores. Y, last but not least, honrar la veda para difundir bocas de urna.
La prohibición de emitirlas hasta tres horas después del cierre del comicio es opinable pero es la ley vigente, que corresponde respetar. Su racionalidad finca en evitar que la transmisión apurada de los resultados incida en la actividad de los escrutadores, desalentándolos o excitándolos. También en evitar expectativas masivas prematuras que luego los hechos pueden desmentir, con la secuela lógica de bronca y de desconfianza. Hay varios ejemplos cercanos de bocas de urna erradas sin que mediara mala fe. En 1999 la pifiaron quienes dieron por gobernadora bonaerense a Graciela Fernández Meijide y a Pinky como intendenta de “su” Matanza. En 1997, las bocas de urna promovieron un error en todos los diarios nacionales que dieron por triunfador a Ricardo Bussi en la elección de gobernador de Tucumán, también en 1999. El conteo, moroso pero más serio, reveló que Julio Miranda había sumado más.
Los antecedentes pueden multiplicarse. La compulsión por anticipar resultados hace a la competencia mediática, al afán de tener la primacía y (¿por qué no?) al interés de los medios audiovisuales por cerrar el trámite y pasar a programas de mayor rating. En la prensa escrita el cierre tensa a los periodistas. Las personas de a pie, a menudo, están ansiosas también. Pero para nadie es vital atolondrarse con vaticinios prematuros. Lo mejor, lo más funcional para el sistema democrático y la transparencia, es supeditar los nervios o los intereses corporativos a la calidad institucional, máxime cuando los escrutinios suelen ser peliagudos, por la profusión de boletas y candidatos. Ojalá, otra vez, que esto se entienda y se corporice hoy.
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