EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
El pliego de condiciones que José Claudio Escribano le presentó a Néstor Kirchner aun antes de que asumiera la presidencia en 2003 se reactualizó ahora, luego de la dura derrota electoral del domingo pasado. Hoy como entonces se trata de aceptar o irse. La discusión acerca de si algunos intendentes del conurbano bonaerense traicionaron con el corte de boleta es una de las más vanas. Si lo hubieran hecho sólo probaría que previeron el resultado mejor que casi todas las encuestadoras profesionales. Además sería una incongruencia quejarse en un garito por la falta de hostias consagradas y música sacra. Es legítimo que Kirchner y CFK reclamaran reconocimiento por la transparencia de los comicios, luego de meses de bombardeo con extravagantes denuncias sobre un posible fraude. Pero también deberían reflexionar si la disponibilidad social para creer esos disparates no será una consecuencia de la tremenda devaluación de toda palabra oficial a partir del avasallamiento del Indec. Kirchner aceptó el plebiscito que le plantearon sus adversarios, desde que Eduardo Buzzi dijo que el objetivo de la Mesa de Enlace de las patronales agropecuarias era desgastar al gobierno, Hugo Biolcati que “les ganamos en octubre y no terminan” y Elisa Carrió vaticinó una muy próxima elección presidencial. Ante ese reto levantó la apuesta y perdió, en la provincia de Buenos Aires pero también en Santa Cruz, que Kirchner gobernó durante una década. Una interpretación sobre las posibles causas de ese resultado ha sido consignada en esta página desde que Kirchner y CFK decidieron encerrarse en el PJ al que habían batido con claridad en 2005 y que el candidato a la gobernación bonaerense fuera Daniel Scioli. No tiene mayor gracia repetirla ahora, cuando lo que importa es el futuro. Las crónicas y declaraciones políticas de estos días plantean un escenario en el que el gobierno debería elegir entre la confrontación o el consenso y se le recomiendan el diálogo y la moderación. Esas son formas alambicadas de exigir la firma presidencial al pie de todas las condiciones que le pongan por delante. Por ejemplo una baja en las retenciones a las exportaciones agropecuarias, que pondría en serio riesgo la gobernabilidad. Confrontación o autismo sería intentar el camino propio para el que la presidente fue electa hace menos de dos años. Lo expresó en forma inmejorable Joaquín Morales Solá, quien cada día se expresa con mayor claridad: “El temor de la oposición, peronista o no peronista, es que la obcecación de los Kirchner la lleve a escenarios no queridos. En la coalición no peronista y en el PJ disidente no se descartaban ayer cambios en los tiempos electorales, luego de que escucharon a Kirchner y a su esposa. ‘Habrá que hacerlo cuanto antes si es que hay que hacerlo’, dijo uno de los ganadores del domingo”. El gobierno todavía conserva la primera minoría en ambas cámaras. Este es, sin embargo, un cálculo estático que no toma en cuenta los deslizamientos que caracterizan al coloide peronista, tan sensible y veloz para acudir en auxilio de la victoria. El problema es que el heterogéneo agregado de fuerzas que con razón puede reclamar este triunfo, tiene capacidad para desatar el caos, pero no para conducirlo, porque no ha dirimido la hegemonía en sus propias filas ni hay acuerdo sobre un nuevo patrón de acumulación de capital entre sus distintas fracciones. Hasta ahora la mayor coincidencia entre el bloque agropecuario y las patronales de la industria que orienta la trasnacional italiana Techint es una fuerte devaluación del peso, que mejoraría su cuenta de resultados y deprimiría el salario de los trabajadores. Pero temen quedar demasiado en evidencia y han decidido disimular el entusiasmo. Además plantean un ajuste de gastos del Estado. Entre los distintos rótulos partidarios que expresan las nuevas configuraciones del justicialismo, el radicalismo y la derecha neoliberal hay demasiados aspirantes al mismo cetro (Macri, Cobos, Solá, Reutemann, los Rodríguez Saá, quién sabe si no el propio De Narváez y el hijo de Alfonsín, Carrió, quien como dijo Eduardo Macaluse ahora le está explicando el contrato moral a Enrique Nosiglia) y muchos operadores que se ofrecen para articular un método, como Eduardo Duhalde, José Manzano y Ramón Puerta. En buena lógica, si el kirchnerismo no se recupera, el próximo turno no podría ser para un peronista, pero en esta actividad la lógica no siempre prima. Menos dudoso es que será para alguna fórmula que exprese el giro a la derecha que los resultados del domingo permiten constatar. Ese será el momento de extrañar al único gobierno en décadas que se abstuvo de reprimir la movilización social adversa y no ha causado un solo muerto en las calles. La designación del comisario Fino Palacios como jefe de la policía de Macri ayuda a imaginar ese día.
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