EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
Algunas apostillas sobre las elecciones, a cuenta de mayor cantidad en días venideros.
- La derrota del Gobierno obedece a muchas causas, como es forzoso cuando se expresa un electorado plural, policlasista y diverso. Pero, sin duda, una de las básicas es el conflicto con “el campo”. Cuando el voto “no positivo” lo dilucidó, hace cosa de un año, el festejo opositor fue bullanguero, masivo y prolongado. El domingo, la calle se mantuvo calma, en contraposición a la dureza del veredicto y a la crispación que signó la campaña. Las personas del común no estallaron, ni agredieron ni siquiera ganaron el espacio público de modo pacífico o amenazante, como sí sucedió varias veces en 2008. Quizás ése sea un síntoma para que registre un oficialismo que prenunciaba cacerolazos y manifestaciones golpistas. También para la oposición, a menudo tentada a patear el tablero.
- Se apuntó varias veces en este diario, el argumento de la traición de los intendentes del conurbano no es racional ni muy democrático. Achacar al clientelismo las derrotas es una costumbre gorila, que los peronistas no deberían imitar. Pero, además, la virtual aceptación de esa hipótesis falaz remite a una charada. Si los intendentes pudieran llevar a los pobres ciudadanos de la nariz y el Gobierno dominara el cuadro político, no lo harían. Son peronistas, verticales al éxito. No se pasarían a una coalición sin historia, liderada por un dirigente ignoto y sin prosapia.
- El sociólogo Fortunato Mallimaci afirma que el oficialismo tuvo más apoyo de los trabajadores “de fábrica” o formalizados que de quienes dependen de los planes o de la ayuda social directa. Si la tesis se corrobora daría que pensar acerca de los desempeños del oficialismo en sus políticas laborales y sociales. O de sus límites para mejorar la situación de los desocupados, subocupados o informales.
- Eso sí, los compañeros gremialistas (en especial Andrés Rodríguez) rehusaron toda cooperación para la lista de Capital, signando la suerte de los compañeros de boleta de Carlos Heller, la viceministra Noemí Rial y el secretario general de los judiciales Julio Piumato.
- Las listas kirchneristas más o menos puras son las que sufrieron los mayores reveses: Buenos Aires, Santa Cruz, Santa Fe, Córdoba, Mendoza. Las que llevaron la bandera del FPV y ganaron, en muchos casos por paliza, amurallaron sus territorios y confiaron en sus liderazgos locales. De cualquier modo, en muchas provincias que acompañaron “el modelo” pero se despegaron de las autoridades nacionales, “el modelo” no perdió. La marca de las retenciones móviles también ha de haber incidido. Todo el epicentro del conflicto sojero le dio la espalda al oficialismo: Buenos Aires, Entre Ríos, Córdoba y Santa Fe.
- Los grandes medios jugaron a fondo contra el oficialismo pero sólo un mecanicismo extremo puede inferir que ésa fue la única clave del comicio. Dos comparaciones vienen a cuento para complejizar el análisis. La primera es local: también estaban de punta (con menos énfasis, es verdad) cuando Cristina Kirchner se llevó la presidencial con la fusta bajo el brazo. La restante es regional. Los medios liman a todos los gobiernos de centroizquierda, populistas o revolucionarios de América del Sur. Si por ellos fuera, Michelle Bachelet hubiera dimitido hace dos años, Evo Morales estaría exiliado, Hugo Chávez ni hablar y Lula no hubiera llegado a la reelección, ni a postularse. El revés electoral que padeció el kirchnerismo no tiene parangón en países vecinos, que atraviesan coyunturas con alta similitud y enfrentan corporaciones mediáticas similarmente intransigentes. Esos rivales son de temer, no son imbatibles, ha de haber algo más.
Estas disquisiciones continuarán.
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