EL PAíS • SUBNOTA
› Por Martín Rodríguez *
Lo importante de volver a empezar es ubicar el punto
donde terminó la última batalla.
Mario Arteca, Piazza Navona, junio 2009.
1 ¿Qué cosas positivas podría el kirchnerismo hacer tras la derrota electoral? En principio, exponer en los hechos una revisión crítica de sus propios empecinamientos. Esto cae de cajón. Y para ello deberá aislarse de un microclima intenso que terminó festejando sus provocaciones, viendo en ellas una “afirmación ideológica”. La dialéctica de “política blanca / política negra”, oponer a la “oligarquía” una versión plebeya de los “barones del conurbano”, esa vaga ilusión de un país racial, tuvo ribetes –incluso– voluntaristas y estilizados que diluyeron la compleja trama de intereses y alianzas que se tejieron durante la 125. La raíz histórica del campo es innegable, y que la lida de intendentes son la columna vertebral del peronismo también. Pero todo se tradujo en una realidad binaria que abrazó un idealismo territorialista y pejotista. La fórmula real fue: un kirchnerismo conservador en lo político para fortalecer la “profundización del cambio”. Decíamos alguna vez: el kirchnerismo es José C. Paz con derechos humanos, y eso está bien. (El conurbano, esa invención de una nueva “frontera” argentina, es el territorio que debe fanatizar al kirchnerismo, y así lo hizo.) ¿Pero qué es el PJ? Es el partido capaz de construir la representación política suficiente y necesaria para todo tiempo y espacio. Es el partido del orden. Si vas a estar en el pejota, deberían ser necesarios un fuerte liderazgo y una iniciativa en la gestión, pero con una extrema previsibilidad reformista.
2 ¿Qué hacer? La revisión política oficial ahora debe ser directa a la víscera más sensible que cuece las razones del voto: las políticas sociales focalizadas y la intervención del Indec, cuyo desastroso itinerario en la opinión pública se tornó irreversible. Varios cuadros aliados de izquierda que aún conserva el Gobierno pueden tener un rol en estas decisiones. El kirchnerismo es reacio ideológicamente a la “universalidad” de un ingreso ciudadano. El ingreso universal debe barrer con las políticas de “focalización”, esa mirada pastoral. Pero ese mecanismo distributivo se ubica en una zona de consenso construida por la oposición, pues bien: hay que usar la fuerza del otro. Eso es kirchnerismo: un proyecto que llegó vacío y ágil, capaz de construirse sobre los otros.
¿Y qué esperamos del Gobierno? Que sea liviano. Que siga una agenda de izquierda “no conflictiva” capaz de resolver nudos de gestión (Indec), y que pueda colocar al Gobierno a la altura de consensos que ya existen. La única transversalidad es la transversalidad de hecho y no un monstruo organizativo que intenta suplir al Partido Justicialista. Gobernar el desorden de fuerzas por la tracción de la gestión.
Bien, si el camino elegido después de estas elecciones es uno que incluye medidas “conflictivas” (como la ley medios), ese camino estará lleno de cuervos. Ese proyecto de ley debe ser considerado “para el Congreso que viene”, cuando las representaciones reales se afinquen en el Parlamento. Podríamos decir: la ley de medios será el caso testigo que pruebe la calidad de la democracia. La posible derrota será un triunfo moral.
3 ¿Por qué tanta perplejidad con el triunfo bonaerense de De Narváez? ¿Qué se leyó mal? Se leyó mal la sociedad que dejó la década del ’90. Una década de consenso y representación, más allá de la exageración ideológica que el traumático fin de la convertibilidad figuró (es decir, la lectura del estallido final del 1 a 1 como fin de una economía de mercado). La lectura crítica de los ’90 es un tabú. ¿Sería posible pensar los avances y las fortalezas de esta década sin esa herencia sorda? ¿La integración regional, acaso, no dice algo de la continuidad de políticas de Estado? La del ’90 es una década maciza: en democracia el poder político quedó envuelto en el poder real. Esa solidificación también compuso un escenario estable que pudo procesar las crisis, las rupturas, las continuidades. Por supuesto que ésta es una década para trabajar sobre los efectos de aquélla, pero la sociedad camina hacia adelante y hay toda una cultura tallada en aquellos años (pautas culturales de consumo) que también fue alimentada por los años de consumo y producción kirchnerista.
¿De qué somos hijos? Somos hijos de la política, de una clase política, de una cultura política. Y algo de eso envolvió el entierro de Alfonsín: en 1983 nació el Orden Democrático. Tras la década del “liberalismo político” siguió la del “liberalismo económico”, pues bien: se desarmó el viejo Estado, se desguazó la picana junto a YPF. Frente a eso el kirchnerismo es una prudente restauración del Estado Benefactor embanderado en los DD.HH. para no asustar a los “sensibilizados”, a los que ven al Estado y lloran. Kirchnerismo y restauración: museo ferroviario, ESMA, y así sucesivamente una recuperación cultural. Kirchnerismo curador de un museo social. Pero algo falló. Cuando se le decía al candidato opositor que era “rico” o “empresario” no volaba una mosca, en esos cargos no se creaban grandes sentidos o juicios.
El kirchnerismo fue mejor cuando la política iba detrás de la gestión, no al revés. Cuando el carro andaba y los melones se acomodaban. Y la gestión, a su vez, iba detrás de los consensos más o menos visibles de la sociedad. Recuperar esa vertebración podría colocar nuevamente al Estado en un lugar esperado y no de “vanguardia” (o patrulla perdida) sin contacto con el presente. “Qué quiere la sociedad” es lo que hay que volver a preguntarse. Y sobre esas respuestas hacer la política de los próximos largos dos años y medio en que nada está dicho.
* Periodista. Revolución-tinta-limón blogspot.com
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