Desde Asunción

Cristina Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva acordaron que sus ministros de la Producción, Débora Giorgi y Miguel Jorge, respectivamente, se reúnan la semana que viene para resolver las diferencias surgidas en el comercio bilateral a propósito de las restricciones que la Argentina impuso a algunos productos brasileños a cuenta de la crisis internacional. “Quedamos que vayan renglón por renglón, actividad por actividad, viendo dónde hay dificultades y solucionándolas”, explicó la Presidenta.

En el marco de un bloque donde los pases de facturas entre sus miembros por cuestiones comerciales son moneda corriente, esta cumbre venía marcada por las insistentes quejas brasileñas por las barreras que la Argentina viene imponiendo a un número de productos. Los rubros afectados son aquellos en los que la industria brasileña es más fuerte: textiles, calzados, muebles y electrodomésticos de “línea blanca”. A tal nivel llegó el enojo que la poderosa Confederación Nacional de la Industria de Brasil anunció que planeaba denunciar a la Argentina ante la Organización Mundial de Comercio (OMC), un hecho inédito.

Ante esa presión del influyente sector industrial paulista, Lula le pidió una reunión a Cristina Kirchner en la cumbre. Cuentan quienes estuvieron ayer en el encuentro que, si bien se mostró enérgico, Lula fue contemplativo con las razones que le expuso la presidenta argentina. “La piloteó, él nos entiende pero tiene que hacer algo porque si no en Brasil lo matan”, explicaban en Cancillería.

Lo primero que le planteó Cristina Kirchner es que era cierto que el primer semestre del año Brasil había tenía déficit comercial con la Argentina, pero que debía tener en cuenta que previamente hubo 72 meses consecutivos en que el déficit fue argentino. “No se olviden que de 25 mil millones de superávit comercial brasileño, 5 mil millones son de las diferencias que obtienen con el comercio argentino”, explicó luego la Presidenta, que aclaró que la reunión se había desarrollado en un buen clima. “Con Lula uno nunca puede tener una conversación que no sea amable porque nos llevamos muy bien”, destacó.

Otra salvedad que hizo es que, por cierto, las empresas que se beneficiaban con las restricciones eran argentinas pero que en muchos casos sus accionistas eran industriales brasileños. Mencionó el caso de los fabricantes de denim –la tela de los jeans– como el caso de Alpargatas y del Grupo Santana, que tiene una planta en Chaco. La paradoja, entonces, sería que los mismos que se quejan por un lado se estarían beneficiando por el otro.

Lula la escuchó con interés. Aceptó su propuesta de volver a analizar el comercio actividad por actividad. “Repasando renglón por renglón vemos que, por ejemplo, algunas cosas que se decían como que había desvíos del comercio argentino hacia China, veíamos también que había desvíos brasileños hacia China... por ejemplo en materia de muebles”, aseguró. Con lo que concluyó que “las cosas no son blancas ni negras, suelen tener tonalidades grises”.

Por eso coincidieron en que lo mejor era que de la cuestión se ocuparan los ministros de todas las carteras, pero principalmente de Producción. Giorgi, junto al canciller Jorge Taiana y el ministro de Economía, Amado Boudou, participaron del encuentro. La Presidenta también marcó que estas diferencias surgían casi lógicamente en un escenario tensionado por la crisis mundial y que la Argentina no la tenía sencilla lidiando con una industria del peso de la brasileña.

Claro que el discurso fronteras adentro suele tener también otras tonalidades. El canciller brasileño Celso Amorim se mostró públicamente preocupado porque “haya un desvío de las exportaciones y que otros ocupen parcialmente el espacio de Brasil”, según una entrevista al diario Valor Económico. Aunque puntualizó que no se trata de “represalias o no represalias” y que “es necesario trabajar para que haya confianza recíproca”.